domingo. 12.05.2024

¿Una ley electoral que premie al vencedor?

La frase «un hombre, un voto» acabó transformándose felizmente en «una cabeza, un voto» habida cuenta del exclusivismo machista de la primera.

La frase «un hombre, un voto» acabó transformándose felizmente en «una cabeza, un voto» habida cuenta del exclusivismo machista de la primera. Bienvenido, pues, el nuevo constructo en lo referente a las reglas básicas de la democracia. Ahora bien, la democracia sufre las consecuencias de la tendencia natural de todo proceso a la entropía. Si el objetivo de que cada persona tuviera un voto (lo que costó Dios y ayuda) para conformar la representación de los intereses generales, alguien de astucia exuberante ideó una serie de mecanismos para mistificar los resultados del conjunto de los votantes-electores. Esto es, construyeron una serie de reglas que matizaban e, incluso, interferían la voluntad general. Y llegado el caso, gracias a tales artificios hubo situaciones en las que el número de votantes, siendo mayoría, acababa por tener una representación minoritaria.

Cosa chocante donde las haya, porque la soberanía popular, que está representada en las Cámaras, invertía los resultados expresados por «una cabeza, un voto»: las leyes electorales eran un visible tocomocho que no se compadecía con las convenciones de las Matemáticas. Así las cosas, la representación política acabó generando y consolidando enormes bolsas de fraude legal, todo un oxímoron que fue alcanzando naturaleza de moneda corriente. De falsa monea, para entendernos.

Ahora, cuando el Partido Apostólico teme que puede ser desalojado de su chambao gubernamental –y tras los resultados de las recientes elecciones- sus estrategas pretenden dar otra vuelta de tuerca a las martingalas electorales. Porque, según ellos, ni siquiera los artificios de d´Hont les garantizan seguir al frente de las covachuelas ministeriales. De ahí que en la recientísima conferencia política del Partido Popular se haya propuesto que el partido más votado tenga una prima de compensación al estilo de la ley griega y otras por el estilo. Es decir, lo que el cuerpo electoral no da, debe ser compensado por una nueva truculencia pro domo Rajoy. Todavía, parece ser, es pronto para concitar una respuesta general contra ello porque las fuerzas políticas o son lentas en su reacción o, tal vez, esperan que tal novación legislativa pueda serle de utilidad.

De confirmarse esta propuesta estaríamos ante un sablazo a la democracia. Que un servidor lo considere así es lo de menos; el problema está en cómo ve el particular esta cuestión.

¿Una ley electoral que premie al vencedor?