viernes. 26.04.2024

La OTAN en la encrucijada

Las revoluciones árabes y en particular la de Libia, entre otras muchas cosas, están siendo un test sobre la vigencia de la OTAN. Desde su nacimiento en 1949, la Alianza Atlántica tuvo clara su misión como elemento defensivo y disuasorio frente a la Unión Soviética hasta su desmoronamiento.

Las revoluciones árabes y en particular la de Libia, entre otras muchas cosas, están siendo un test sobre la vigencia de la OTAN. Desde su nacimiento en 1949, la Alianza Atlántica tuvo clara su misión como elemento defensivo y disuasorio frente a la Unión Soviética hasta su desmoronamiento. Luego se convirtió en el refugio de las recién recuperadas democracias del Este, ante el temor de una restauración de la hegemonía rusa en el espacio del fenecido Pacto de Varsovia. Durante los últimos años, la OTAN ha encontrado su razón de ser, en la actuación, tardía aunque contundente, para acabar con la escabechina en la antigua Yugoslavia y, lejos de su ámbito geográfico fundacional, en Afganistán, para evitar la vuelta de los talibanes al poder. Parecía más o menos encauzado su futuro como organización militar global, a la que nadie discutía su capacidad de intervenir en cualquier lugar del mundo hasta que la revolución en Libia derivó en guerra civil por la brutal actuación de su falsamente reconvertido dictador. La actitud decidida de Sarkozy, que, aunque tarde entendió lo que se cocía en el Norte de África, apoyado por Cameron y Obama, evitando en el último minuto la masacre anunciada en Bengasi, arrastró a la OTAN a asumir la tarea de proteger a los civiles por todos los medios, determinada por la resolución de las Naciones Unidas. Parecía que con su intervención ya era cuestión de días que Gadafi se largase a Venezuela con toda su prole, dando vía libre al proceso democratizador reclamado por el pueblo libio. Sin embargo, la indefinición de funciones, las abiertas discrepancias y una evidente falta de liderazgo político, dieron lugar a una inexplicable parálisis militar que fue aprovechada por el sátrapa para reorganizar sus fuerzas, establecer un flujo rápido de mercenarios y adaptarse al nuevo escenario. Ante la inacción de la OTAN, se permitió trasladar impunemente su artillería pesada a las proximidades de las ciudades y dedicarse a machacarlas, mientras el cielo libio se transformaba en el camarote de los hermanos Marx, con docenas de aviones dedicados a pasearse por un espacio aéreo más limpio que una patena. De no haber sido por la admirable resistencia y sacrificio de los combatientes rebeldes, que consiguieron aguantar sobre el terreno hasta que la abochornada Alianza se vio obligada a intervenir de nuevo, Gadafi hubiera conseguido dar la vuelta a la situación, como sin duda deseaban algunos de sus buenos amigos, como Aznar y Berlusconi. Ha sido más de un mes de penoso espectáculo, con episodios tan lamentables como el ataque aliado que confundió al enemigo y desbarató la liberación de Brega y varios miles de vidas las que ha costado la inexplicable actuación occidental. Para la mayoría de países de la OTAN, lo de Libia más parece un desfile para marcar paquete guerrero que un trabajo encomendado por la ONU, tal como han denunciado, entre el estruendo de las granadas, los responsables del Consejo Nacional de Transición. Mientras tanto Gadafi no ha dejado ni un solo día de hacer el suyo de genocida en Misrata, Zintan o Adjabiya. Pero hay mucho más en juego. Rusia, China y otros actores de los llamados emergentes, están tomando buena nota del comportamiento de una organización en la que cada cual actúa en función de sus propios intereses: Turquía exhibe su poderío naval, Alemania entorpece lo que puede y España hace prácticas de reabastecimiento en vuelo. La impresión es que la OTAN no tiene ni objetivos políticos, ni estrategia y tampoco – y esto es lo más asombroso – capacidad militar para derrotar en poco tiempo desde el aire a un ejército mercenario y con la mayor parte de la población sublevada. Porque capacidad militar no es sinónimo de abundancia de armas, como ya la historia se ha encargado de demostrar en numerosas ocasiones. Por eso en Libia ya solo cabe una decidida y enérgica acción para acabar rápidamente con la fuerza militar de la dictadura y permitir que el pueblo libio pueda iniciar un nuevo camino en paz. A partir de ahí, la OTAN deberá definir urgentemente un nuevo papel y unas reglas de juego acordes con el nuevo marco de las relaciones internacionales, demostrando que puede cumplir las misiones que le encargue la comunidad internacional personificada en la ONU, de lo contrario la cosa puede pintar muy mal para la paz mundial.

La OTAN en la encrucijada
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