viernes. 26.04.2024

La crisis de las deudas y las políticas de ajuste

NUEVATRIBUNA.ES - 21.5.2010PARA FUNDACIÓN SISTEMALa crisis financiera y de las burbujas especulativas ha dado lugar a una considerable recesión en las economías más avanzadas, tras la cual, sin que se haya conseguido salir del todo de ella, ha venido la crisis de las deudas y de la inestabilidad en los tipos de cambio.
NUEVATRIBUNA.ES - 21.5.2010

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

La crisis financiera y de las burbujas especulativas ha dado lugar a una considerable recesión en las economías más avanzadas, tras la cual, sin que se haya conseguido salir del todo de ella, ha venido la crisis de las deudas y de la inestabilidad en los tipos de cambio. De la crisis de las deudas y de lo que estaba por venir, cuando aún no se había producido, ha escrito el profesor de Harvard, Kenneth Rogof, en diferentes artículos periodísticos. Estamos, por tanto, ante una crisis anunciada.

Ante una amenaza que efectivamente se ha cumplido, los gobiernos no reaccionaron a tiempo ni tomaron las medidas precautorias adecuadas. El sistema financiero global sigue sin reformarse. Las causas que originaron la crisis siguen sin atajarse, y mientras, se alude a cuestiones que ni están en el origen de las que motivaron las circunstancias actuales, ni van a ser la panacea para remediar los males presentes, como es el caso, entre otros, de la reforma laboral. Lo urgente es reformar el sistema financiero y proceder a regulaciones que pongan coto al dominio excesivo que ejerce sobre la economía real y frenen, de algún modo, los procesos especulativos.

Los déficit públicos que han incrementado la deuda pública de los países se han producido en buena medida como consecuencia del apuntalamiento de bancos y cajas de ahorro que hubo que hacer al desencadenarse la crisis. No deja de resultar paradójico que algunos de los grupos que han sobrevivido gracias al dinero público utilizado para salvarles de la bancarrota, ahora con sus actuaciones en el mercado financiero exijan el recorte brusco de ese déficit. Eso sí, haciendo recaer los costes del ajuste sobre trabajadores y empleados, de forma que estos grupos sociales situados en las clases intermedias y bajas de la población sean los paganos de sus desmanes anteriores y de los excesos que les proporcionaron suculentas ganancias rápidas y fáciles.

La fragilidad de la situación y las incertidumbres creadas han hecho que algunos gobiernos, como el alemán, están reaccionando para frenar las actuaciones de los fondos de alto riesgo y otros derivados que puedan resultar una vez más contaminantes del sistema. Se necesitan, no obstante, acciones globales y no sólo de gobiernos individuales, por muy poderosos que estos sean. El miedo se ha instalado en los mercados financieros, y el euro se tambalea. La economía se encuentra sin rumbo y no sabemos a ciencia cierta lo que está por venir. Los gobiernos tratan de tapar los numerosos agujeros existentes, improvisando tratamientos, pero sin que estos sean capaces de taponar todas las heridas causadas por la crisis. Todo lo cual requiere medidas enérgicas y coordinadas para limitar intereses económicos y financieros que se han convertido en demasiado poderosos.

Lo único que se les ocurre a los grandes poderes fácticos de la economía, mediatizados por los mercados, y con el fin de alejar el peligro de derrumbe de algún país, es recetar las medidas clásicas de ajuste que ya se han ensayado en el pasado en los países menos desarrollados, con resultados muy negativos para estos países tanto desde el punto de vista económico como social. En ellos se produjeron retrocesos en los niveles económicos, aumentaron las desigualdades de renta y riqueza y de la pobreza. Los costes sociales y ecológicos de esas propuestas fueron muy elevados, sobre todo para los grupos más vulnerables de la población. Las familias de bajos ingresos, y las intermedias, así como las mujeres, mayores y niños fueron los grandes damnificados. Conviene recordar esto, para no olvidarnos de lo que pasó, salvadas las distancias, en la década de los ochenta del siglo pasado.

Los países avanzados no se encuentran en la misma situación que aquellos países, principalmente de América Latina y África, y también algunos de Asia, que sufrieron las consecuencias de las políticas económicas de ajuste duro, pues tienen economías menos vulnerables, con mayor nivel de renta y riqueza, y con un grado de desarrollo, aunque desigual, del estado del bienestar que sirve de colchón amortiguador.

En todo caso, los ajustes programados serán duros y contienen además el agravante de que pueden generar un decaimiento de la actividad económica, debido al descenso del consumo, que necesariamente se producirá al bajar los salario y sobre todo la inversión pública. Todo ello para responder a la sacrosanta política ortodoxa que hace apología en exceso de las bondades de las políticas de estabilización. Políticas, por cierto, que no sirvieron para inmunizarnos de la crisis, aunque no sean las causantes de su surgimiento, y que en los momentos presentes pueden ser perniciosas si no se moderan en sus objetivos. Con ello no quiero decir que no haya que controlar el déficit y que no haya que disminuir éste, pero hay distintas formas de hacerlo y con ritmos que pueden ser más pausados.

Los incentivos fiscales, que han evitado males mayores, no pueden desaparecer mientras la actividad privada no se recupere, así como el crédito. En los momentos de dificultades hay que procurar atenuar los costes del ajuste en las capas más desfavorecidas, al tiempo que hay que reformar el sistema fiscal para que paguen más los que más tienen. Tarea complicada sin duda, pero no imposible. No deja de ser hiriente para la sociedad que los mismos que financian campañas publicitarias, como la que dice que “entre todos lo arreglamos”, luego preconicen políticas que se apoyan en ajustes duros para los que menos tienen, mientras ellos no quieren que se toque el sistema impositivo ni la inspección fiscal para combatir el fraude. A su vez, se llevan el dinero fuera del país, o las empresas, haciendo gala de un gran patriotismo. Ya sé que la economía no se mueve por altruismo, sino por la búsqueda de beneficios, allí donde éste pueda ser mayor, pero por lo menos que no nos engañen.

Carlos Berzosa es catedrático de Economía Aplicada y rector de la Universidad Complutense de Madrid desde el 23 de junio de 2003, tras ser Decano los catorce años anteriores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de dicha Universidad.

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