viernes. 26.04.2024

Jueces

He de confesar que, ante los jueces, siempre me he sentido indefenso. Siempre me ha parecido que, ante cualquier citación, yo era, en principio, culpable. Me dan miedo los jueces, su poder, su capacidad de decidir sobre mi persona y mi libertad. Me ha parecido que tienen un poder que pocas personas tienen en este país. Ni siquiera el Gobierno que, dicho sea de paso no me puede meter en la cárcel. Un juez, cualquier juez, sí puede hacerlo.
He de confesar que, ante los jueces, siempre me he sentido indefenso. Siempre me ha parecido que, ante cualquier citación, yo era, en principio, culpable. Me dan miedo los jueces, su poder, su capacidad de decidir sobre mi persona y mi libertad. Me ha parecido que tienen un poder que pocas personas tienen en este país. Ni siquiera el Gobierno que, dicho sea de paso no me puede meter en la cárcel. Un juez, cualquier juez, sí puede hacerlo. Con su único y particular criterio.

Vaya por delante que, seguramente, mi visión es simplista, producto de la ignorancia y de un pasado en que los jueces eran -¿ya no lo son?- el brazo ejecutor de un poder que puede ser injusto y tiránico. Aplican leyes, aunque vayan en contra del sentido común o de cualquier principio democrático.

Los jueces, en este país, han metido en prisión a gentes que exigían libertad de asociación, derecho a la libertad de expresión o, simplemente, a quienes no estaban de acuerdo con el régimen político imperante en ese momento. Y no les tembló el pulso. Aplicaron penas injustas basándose en leyes injustas.

Nadie les pidió nunca responsabilidades. Tampoco se las voy a pedir yo ahora. Total� En cualquier caso, me parece que mandan mucho los jueces. Me parece que interpretan y ejecutan las leyes según su particular criterio. Con el riesgo, además, de que lo hagan, dependiendo de su dolor de muelas o de sus filias y fobias personales.

El tercer poder no está sometido, como los otros, al sufragio. Elegimos legisladores, y, por delegación, el poder ejecutivo, pero no participamos en la elección de quienes tienen, de verdad, sobre nosotros el auténtico poder. Hay jueces honestos y jueces venales, jueces borrachos y jueces honrados. Y unos y otros pueden ocupar cargos de la relevancia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Basta con que los partidos, por la matemática de la política, decidan que son los adecuados para ocupar tan alta magistratura.

La separación de poderes busca, sobre todo y por encima de todo, la independencia de cada uno de ellos. Pero, la verdad es que la forma y las razones que han llevado al nombramiento de quienes van a ocupar el máximo órgano de los jueces, parece demostrar que ese principio, el de la independencia, es, en definitiva, poco más que una entelequia.

El poder legislativo (PSOE y PP, en este caso) han señalado qué jueces van a ocupar el Consejo judicial. E ignoran, con una total demostración de cinismo, que casi el 50% de los jueces (aquellos que no forman parte de ninguna asociación) se van a quedar fuera. ¿Serán independientes los jueces que han sido elegidos por una determinada formación política? Difícil. Porque, al final, la composición del CGPJ lo que hace es reflejar el equilibrio de poderes del legislativo.

Se me puede argumentar que, en definitiva, y aunque sea por delegación, se respetan los cauces democráticos. Pero no es verdad cuando la mitad de ellos quedan fuera y cuando su elección tiene que ver, sobre todo, con afinidades ideológicas, no de independencia.

Confieso que no sé cuál es la solución. Ni siquiera quiero aventurarme a proponer su elección plebiscitaria. Pero de lo que estoy seguro es de que el sistema actual respeta poco o nada la independencia y la democracia. Dicho sea con todos los respetos.

Ya lo escribió un tal Shakespeare:

Lo mismo que a la joya más humilde
valor se da en los dedos de una reina,

se truecan tus errores en verdades
y por cosa legítima se tienen.

Bueno: a lo mejor se truecan los errores en verdades.

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