domingo. 05.05.2024

Invierno civilizatorio: Política fundante

Es posible que la mejor descripción del momento que atravesamos sea que es el invierno civilizatorio. A poco que reparemos en las coordenadas definitorias de nuestra­­­...

Es posible que la mejor descripción del momento que atravesamos sea que es el invierno civilizatorio. A poco que reparemos en las coordenadas definitorias de nuestra realidad presente­­­, observamos una preocupante y generalizada percepción de la falta de sentido del mundo en que vivimos, lo que configura el denominado vacío existencial. Puede parecer que se trata de una valoración atrevida y carente de elementos significativos que lo sustenten, pero los componentes que lo suscitan lo justifican. La vida cotidiana del momento está teñida de gris. En casos, demasiado oscuro. No es que no tengamos un presente cierto, sino que el futuro todavía es más indefinido. Los mantras que desde los gobiernos nos envían directa y subliminalmente, atestiguan una situación que “es la que es”,  que “no se puede gastar lo que no se tiene” y que “donde no hay no busques”. Pero de estos enunciados rutilantes y carentes de garantías de certeza, por ser auténticas tautologías sin elementos ni descriptivos ni explicativos, se  desprenden auténticos asaltos a derechos, que en el mismo idioma, deberíamos convenir que “son los que son”, que “no hay ningún derecho de nadie a laminarlos” y que “no busques subterfugios para orillarlos”, porque la ley es ley y lo hecho ley y admitido e instituido, nadie tiene título acreditado para vulnerarlo.

Como consecuencia de una acción desmedida y centrada, en especial, hacia las clases más vulnerables, simplemente por ser la más numerosa, y por ende, la que mayor recaudación permite, la polarización de las clases sociales es cada vez más intensa, la brecha incriminatoria de la responsabilidad de la crisis, cada vez es más aguda y dirigida hacia los que menos culpa tienen de ella. Las clases privilegiadas, a la que los gobiernos actuales deben su razón de ser, resultan cada vez más beneficiadas y encuentran motivos de satisfacción en abrazar una “religión neoliberal” que les ampara en su itinerario de acaparamiento de bienes y fortunas,  que nunca alcanzan el nivel suficiente para saciarles. Visto así, ni el Medio Ambiente es una frontera para sus apetencias, ni los ecosistemas pueden significar nada más que una opción que por capricho de unos “cuantos locos” les dificultan en sus ambiciones. Así hemos llegado al estado de degradación al que asistimos.

No es de extrañar, que la mayoría de la población, la que asiste inerme a esta desposesión de sus fundamentos vitales, se vea sumida en una crisis de valores, derivada de la escasa o nula garantía que cualquier valor ético, moral o racional tiene en nuestra sociedad, dominada por la malsana apetencia de acaparamiento de recursos, medios y personas, por parte de una minoría capaz de soportar en la misma cabeza, la insidia de la desposesión de otros y la convicción de que los valores morales que portan son incomprendidos por los que sufren de sus desmanes. Hay muchas formas de violencia, amparadas en estas escalas éticas. No es de extrañar, tampoco que la enfermedad hoy más generalizada sea la depresión, ni las adicciones. La vida cotidiana, a la postre, resulta teñida de gris, y en más ocasiones de las deseables, de negro.

De unas declaraciones, como las usuales en el actual Ministro de Hacienda, que no pestañea, para afirmar a contracorriente que los salarios están incrementándose en España, desautorizado por todo el mundo, de o al margen de sus filas partidarias, solamente puede provocar depresión, pena, desprecio. Pero queremos ver un aspecto positivo, que no nos lleve a la desesperación. La sucesión de mentiras, engaños y patrañas del actual gobierno nacional y de los ad latere, nos induce reparar en la necesidad de la sociedad española actual de concentrarse en los elementos esenciales, despejándolos de tanta verborrea inservible con que nos invaden. Es preciso identificar en nuestra vida cotidiana, en los discursos con los que nos castigan, en los debates inservibles, en las propuestas engañosas, en las promesas incumplidas, aquellos valores humanos esenciales. Hay que aislarse del ruido y de los estímulos que nos provocan cada día, porque son elementos distractorios, que provocan dispersión de la conciencia al lograr que no sea plenamente consciente. Hay que concentrarse, hay que activar la atención. Puede parecer marginal la propuesta, pero somos conocedores de que un acto tan simple como servir agua desde una jarra, de no hacerlo con los cinco sentidos, probablemente, acaba derramando parte de ella  sobre la superficie más próxima. Si esto ocurre con un vaso de agua, ¡que no ocurrirá con las pretensiones de los actuales gobernantes!

Como humanos somos portadores de valores. Muchos de ellos se están maltratando como consecuencia de los abusos que suponen determinadas medidas gubernamentales, que los actuales gobiernos nos imponen. Amparados en una mayoría parlamentaria lograda con unas promesas, más que incumplidas, ahora utilizan esa aritmética para amparar sus patrañas. ¡No puede ser que los votantes apoyaran las barbaridades a que nos someten! Están usando  el crédito otorgado para otras cosas, en unas iniciativas que resultan ser ilegítimas, por no perseguir el bien de los administrados, ni corresponder al mandato que les dieron sus votantes. Pero no podemos dejar los brazos caídos. Precisamos identificar los aspectos significativos, para construir convicciones y no limitarnos a resultar informados. Para ello, hay que prestar toda la atención de que somos capaces, no podemos estar distraídos. La atención fundante, que identifica los elementos significativos, es la que tiene que alimentar nuestra conciencia y de donde, únicamente, podemos hacernos respetar en nuestros derechos como humanos. Es preciso que, como sociedad, demos el paso decidido y audaz, hacia una política fundante. Solo aquellos capaces de identificarse con ella deberían ser admitidos como nuestros representantes. Los actuales gobernantes no pertenecen a esta clase Pero no todos los políticos, ni las políticas tienen por qué ser iguales, ¡claro que no!, ¡menos mal!

Invierno civilizatorio: Política fundante