viernes. 26.04.2024

Final de partida

Cuando hace dos años se suscitó el debate en el ámbito de la izquierda acerca de la actuación del gobierno de Zapatero ante la crisis, algunos defendimos con ardor que plegándose a las exigencias de los conservadores alemanes y franceses, no solamente se iba a entregar el poder absoluto a la derecha española, sino que además no serviría para nada porque finalmente habría “rescate” y, lo peor de todo, estaríamos

Cuando hace dos años se suscitó el debate en el ámbito de la izquierda acerca de la actuación del gobierno de Zapatero ante la crisis, algunos defendimos con ardor que plegándose a las exigencias de los conservadores alemanes y franceses, no solamente se iba a entregar el poder absoluto a la derecha española, sino que además no serviría para nada porque finalmente habría “rescate” y, lo peor de todo, estaríamos cooperando con la agenda de desmantelamiento del estado del bienestar y del modelo democrático europeo creado tras la Segunda Guerra Mundial. Los hechos, por desgracia, nos han ido dando la razón punto por punto.

La negación primero de la crisis y la entrega entusiasta después al programa marcado por Merkel, el “cueste lo que cueste” de la última etapa del gobierno anterior, hundió en el desánimo a la mayoría progresista de la población y abrió el camino al PP. Una fuerza política atípica en el panorama europeo, en la que conviven sectores liberales clásicos, con restos de los viejos aparatos del estado franquista, sectas neocatólicas y personalidades populistas de modelo lepenista, respaldada por la gran banca y un conglomerado empresarial que se enriqueció a la sombra de la burbuja del ladrillo. Partido político que es expresión de un bloque social fuertemente reaccionario, que ha sabido crear, aprovechando los errores de bulto e ingenuidades del zapaterismo, un entramado mediático capaz de retorcer la realidad hasta extremos difíciles de creer en un sistema democrático y que es uno de los puntos fundamentales en los que se apoya su influencia en la opinión pública, que se verá notablemente incrementada con la incorporación de RTVE. Un conglomerado político–social cuyo proyecto se limita a detentar el poder a cualquier precio, para lo que está, a lo que parece, dispuesto a recortar las libertades democráticas si lo considera preciso.

Aquella barbaridad, ya olvidada y amortizada en su supuesta finalidad de calmar a los mercados, de introducir el dogma neoliberal en la Constitución, perpetrada a espaldas de los perplejos ciudadanos, supuso en la práctica rendirse a la ideología detentada por ese grupo dominante y atar las manos de futuros gobiernos progresistas.

Muchos socialistas estuvimos frontalmente en contra y lo dijimos. Al contrario de los que entonces, y aún hoy, siguen echando leña a la hoguera en la que incinerar los principios y las ideas del socialismo democrático. Nuestro error y por ello también tenemos parte de responsabilidad en la faena, fue que no nos sublevamos contra aquellas políticas y que aceptamos disciplinadamente lo que hubiera merecido poner pies en pared, dentro y fuera del partido.

Hoy todo parece indicar que hemos llegado al final de partida. La última jugada de los poderes económicos dominantes en Europa, que han encontrado en la crisis por ellos generada y en la debilidad ideológica de la izquierda la oportunidad de liquidar el modelo social y político más democrático, más justo y más igualitario, creado nunca en la historia humana.

La enorme potencia de la Alemania unificada, así como la sucesiva ampliación de su influencia económica hacia el Este, han desequilibrado totalmente la estructura comunitaria, lo que ahora está siendo puesto en valor por unos políticos fuertemente ligados a los intereses de los grandes grupos bancarios y empresariales de Europa, esos mismos que Hollande, hasta ahora único faro en las tinieblas, definió como “sus auténticos enemigos”.

La moneda única, que debería haber sido fruto de una integración económica y política progresiva y firme, está a punto de irse al garete y ya se avanzan modelos con varios espacios monetarios y económicos, lo que quizás no acabaría totalmente con la Unión Europea como superestructura más o menos operativa en determinados asuntos, pero indudablemente sería un retroceso enorme y una derrota democrática sin precedentes. Un escenario así, con una Alemania hegemónica en manos de una derecha neoconservadora, rodeada de países satelizados y dependientes, es para darnos escalofríos.

En el final del sueño europeo, quien más empeño está poniendo es, desde luego, esa derecha, pero también son responsables aquellos que, desde las filas de la socialdemocracia, no han sabido o querido hacer frente a la ofensiva ideológica y política de los talibanes del ultraliberalismo que penetraron en las estructuras de los gobiernos y de los partidos socialistas que aún siguen defendiendo esas políticas fracasadas y por eso se hunden en el aprecio de los trabajadores de Europa, que buscan desesperadamente otra forma de defenderse y organizarse.

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