sábado. 27.04.2024

España: crisis y gozo

NUEVATRIBUNA.ES - 18.7.2010MADRID: No hace falta cambiar de escenario, sino de tema, para encontrar tan marcados contrastes: la deprimida España cotidiana, la del trabajador, del empresario, del padre de familia agobiado por la crisis económica, el desempleo y las hipotecas millonarias, respecto a la otra (y a la vez la misma) España del mismo hombre y mujer de la calle desbordados de alegría y optimismo por el triunfo en el Mundial Sudáfrica 2010.
NUEVATRIBUNA.ES - 18.7.2010

MADRID: No hace falta cambiar de escenario, sino de tema, para encontrar tan marcados contrastes: la deprimida España cotidiana, la del trabajador, del empresario, del padre de familia agobiado por la crisis económica, el desempleo y las hipotecas millonarias, respecto a la otra (y a la vez la misma) España del mismo hombre y mujer de la calle desbordados de alegría y optimismo por el triunfo en el Mundial Sudáfrica 2010.

Llama la atención la desazón por la falta de rumbo, de guía, por el malabarismo en el gobierno: el presidente Zapatero jura y perjura que no hay crisis, luego que nunca tocará los derechos sociales, más tarde avisa que viene un profundo recorte al gasto público, una disminución de los salarios de los funcionarios de gobierno —desde él a la secretaria y el conserje—, así como la congelación de las pensiones de los viejos jubilados. No hay brújula en La Moncloa. En cambio, en el mando de la selección española de futbol la instrucción de Vicente del Bosque es clara, diáfana, no hay improvisación ni cambio de método: fidelidad a la propuesta inicial, a la plataforma básica, a los valores que desde hace años les han permitido ir dejando atrás la cansina historia de la falta de un modelo sostenible de desarrollo (futbolístico). Es decir un equipo con el cerebro en el centro del campo, alrededor de muchachos humildes y muy trabajadores (Xavi e Iniesta), pícaros pero responsables, incansables a lo largo de las extenuantes jornadas laborales de 90 minutos —y si hace falta, con horas extra para cumplir los 120 minutos necesarios si el partido está empatado—; apoyados por defensas solidarios, discretos, eficaces, sacrificados (Puyol, Piqué, Busquets); ordenados ellos a su vez por uno de esos hombres que saben quedarse hasta el final a terminar el trabajo, a recibir las afrentas si algo no sale mal, el espíritu de equipo (un tal Iker, novio de una tal Sara); con otro grupo entregado a arriesgar en la innovación jugándose el puesto y la temporada cada instante por el gusto de hacerlo (Villa, Torres, Pedro). En fin, el desorden de los ministros de gobierno contrasta con el compañerismo, la sintonía, la capacidad de inventiva de los chicos de Del Bosque.

La economía española y el futbol español fueron tocados, para mal y para bien (por el momento), por el mismo elemento detonador de sus miserias y glorias: la industria de la construcción. La economía creció a un ritmo superior al de la media europea gracias a la expansión desbocada del negocio inmobiliario, del ladrillo. Más temprano que tarde, la burbuja estalló: el negocio fácil, que se edificó literalmente sobre la especulación del suelo que potenció la corrupción municipal, llegó a su fin cuando el entorno internacional demostró que no puede crecer siempre mucho más rápido el consumo que la producción, el crédito se contrajo y cientos de miles de casas permanecieron sin demanda. Así, lo que había sido el sector más dinámico de la economía expulsó trabajadores, desvalorizó activos, frenó planes de inversión e hizo como plomo para hundir el PIB español. Pero también está la otra historia, la del incremento de activos, del dinero en abundancia alrededor de los grandes constructores que, a su vez, son los presidentes de los principales equipos de futbol profesionales de España. Con ese boom llegaron a la “Liga de las estrellas” los mejores y más caros fichajes del mundo entero, de tal suerte que los jóvenes jugadores españoles se foguearon con los más duros y competitivos jugadores del orbe; así hasta que sólo acabaron alineando, como titulares españoles, en la liga de su país, sólo genios, chicos capaces de ser más brillantes que cualquier inglés, francés, camerunés, croata, serbio, ruso. Hasta que, para hacer una selección, no había que rebuscar mucho: la propia competencia había permitido, en un proceso despiadadamente darwinista, generar un nuevo perfil de futbolista profesional de primer nivel. Es una historia bien conocida: hubo inversión, planeación, y gracias a ello el mercado funcionó. No fue un dejar hacer, dejar pasar, sino una política de fomento de jugadores muy competitivos.

Y luego viene la mejor parte: Vicente del Bosque retoma el trabajo de Luis Aragonés y lo respeta; busca a “esos locos bajitos” —como diría Serrat—-: Xavi e Iniesta que no corren más rápido que nadie, que no son más técnicos ni los más habilidosos en el dribling, que no disparan mejor, pero que son imprescindibles porque, como su maestro Guardiola, tocan el balón al espacio preciso. Así jugaron, así batallaron. Suiza se les complicó, los derrotó, y en vez de negar la evidencia, Del Bosque reconoció el fracaso inicial. Vendrían Honduras, Chile, el duro Paraguay. Y luego, Alemania, con su arrollador trote sobre los británicos y argentinos que no hizo mella al equipo que decidió quitarles el balón y el medio centro. En la final, Holanda renunció a la civilización, a la herencia de Cruyff, a la limpieza… y vino la justicia futbolera: el muchacho más golpeado por los holandeses, el más diminuto sobre el campo, quien además es calvo prematuro, el de las ideas en la media cancha, nacido no en Cataluña sino en una provincia de Albacete —pueblo tan feo que los españoles dicen: “caga y vete”—, toma un pase de Cesc y cruza un disparo de derecha, el gol del mundial que, por si faltara emoción, dedica a su amigo Dani Jarque —el fallecido jugador del Espanyol de Barcelona, cosa tan atípica como que un jugador de las Chivas ponga por delante su afecto a uno del Atlas— y, entonces, España se desborda. Por primera vez, en décadas, ondulan con naturalidad y sin inquina en Barcelona banderas españolas, y millones de españoles se reconcilian con su pasaporte y nacionalidad.

La crisis económica sigue aquí. Pero el futbol hizo que, por unos días eternos, plenos, largos, la felicidad fuese genuina y contagiosa. Nada más y nada menos. Qué envidia… y no por la economía.

Ciro Murayama - Economista, es profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es editor de la revista “Nexos” y en la actualidad escribe semanalmente en “La Crónica”.

ciromurayama@yahoo.com

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