viernes. 26.04.2024

El Plan Bolonia y los clientes satisfechos

En los años 60, los españoles pasaron de las alpargatas al 600 y del analfabetismo a la titulitis. La tecnocracia que acuñó aquello de Spain si Different, quiso igualarnos con Europa pero ello no sería posible hasta que llegó la democracia plena, un par de décadas después.
En los años 60, los españoles pasaron de las alpargatas al 600 y del analfabetismo a la titulitis. La tecnocracia que acuñó aquello de Spain si Different, quiso igualarnos con Europa pero ello no sería posible hasta que llegó la democracia plena, un par de décadas después. Ahora, con la puesta en práctica del llamado Plan Bolonia, la única mercancía con la que se trajinará en las universidades no es la del saber sino que el saber y las universidades propiamente dichas se convertirán en mercancías utilitaristas.

La editorial “El Viejo Topo” ha reeditado el célebre libro de la Internacional Situacionista que, bajo el título “De la miseria en el medio estudiantil”, se editó hace cuarenta años a partir de las movilizaciones estudiantiles de Estrasburgo. La obra analiza el tránsito de la universidad de élite a la universidad de masas, cuyas tensiones rodearon en gran medida la atmósfera de aquel célebre mayo de 1968, pero su discurso incide poderosamente en la actual transición de la universidad de masas a la universidad-empresa: “Desde hace tiempo, la tarea principal de la universidad no consiste ya en producir hombres “cultos” y de buen criterio sino más bien en producir asalariados intelectualmente cualificados para la producción y circulación de mercancías. Pero la fragmentación del trabajo intelectual va acompañada inevitablemente de la superespecialización y de la “idiotez experta”. Mientras más se fragmentan las capacidades y el trabajo intelectual, más se funde la educación universitaria enajenante con el trabajo intelectual enajenado subsumido en el Capital”, arguyen los editores como puesta al día de su contenido aparentemente eterno.

Buen libro de cabecera para estos tiempos de encierros, asambleas, manifestaciones y protestas varias en el ámbito de la Universidad española, que toman como principal diana a los llamados acuerdos de Bolonia de 1999, cuando en realidad debieran dirigirse contra el Documento Marco del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte sobre “La integración del sistema universitario español en el Espacio Europeo de Enseñanza Superior”, publicado en abril de 2003.

Y es que, en sí, el llamado Plan Bolonia no deje de ser un instrumento de buenas intenciones, ya que de entre sus seis objetivos sustanciales, hay cuatro que se refieren a la homologación de estudios y titulaciones, mientras que los otros dos guardan relación con la fijación de dos ciclos en las distintas carreras y la necesidad de garantizar un nivel de calidad y criterios y metodologías comparables. En primera instancia y salvo que leamos entre líneas los acuerdos suscritos en dicha ciudad italiana, no habría mucho que objetar a los mismos. El problema estriba en su aplicación en los distintos países y, especialmente, en el nuestro, donde ha escaseado el debate y la transparencia a la hora de volcar en negro sobre blanco este proyecto comunitario que no constituye un dogma en sí mismo tal y como pretenden nuestras autoridades académicas y políticas.

Y es que de un tiempo a esta parte, so pretexto de modernizaciones que suenan sospechosamente a antigüallas, estamos asistiendo a una mercantilización creciente del saber universitario, que podría arrinconar para siempre el humanismo de dicha formación y profesionalizarla vaciándole de sentido y de historia para siempre jamás. El problema no estriba en la privatización de la enseñanza superior, que existe desde antiguo en numerosos países, sino en una aplicación en gran medida anacrónica del neoliberalismo �no se sabe si en alza o en baja en los tiempos y bolsas que corren--, de forma y manera que se privatizan los fines y la gestión de las universidades por más que su titularidad siga siendo pública.

Si hasta ahora nos echamos las manos a la cabeza por las malas ratios de aprovechamiento universitario en España, ¿qué haremos a partir de la entrada en vigor de un sistema que mire con lupa los rendimientos y niveles de productividad, por así decirlo, de las titulaciones, de las universidades, de los departamentos, de los profesores? Dado que la financiación dependerá en buena medida de dicho estadillo, nuestro destino evidente será el de convertir nuestros recintos universitarios en un formidable think tank por activa o por pasiva del pensamiento único que se empeña en regirnos a pesar de que sus resultados económicos no sean de los de tirar campanas.

Lo que subyace en dicho documento es la idea de que el saber sólo tiene sentido si ocupa un lugar, el del empleo, el del trabajo, el del pragmatismo. Y de ahí que sea el mercado y no los criterios estratégicos de un país o de su pueblo, quienes fijen qué carreras deben impartirse y cuáles suprimirse, bien ahora o dentro de seis años. Lo que sorprende de todo este asunto es la pasividad de la comunidad universitaria ante este marrón que se le viene encima. Salvo comunicados sindicales al uso y eventuales artículos publicados por profesores o algún que otro rector, los únicos que parecen protestar activamente por el desproporcionado cambio de brújula que va a producirse son los estudiantes. Y, si a tenor de la deriva del Plan Bolonia, a los alumnos se les va a considerar como clientes, digo yo que sería cosa de tenerlos satisfechos.

Juan José Téllez
Escritor y periodista

El Plan Bolonia y los clientes satisfechos
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