sábado. 27.04.2024

El negocio del Arte

Hace siglos existía la figura del artista de la corte. Un pintor, un músico, un maestro en alguna de las bellas artes que desarrollaba la mayor parte de su actividad por y para el disfrute de la corte real de turno. Se trataba no sólo de un puesto de cierta estabilidad y abundancia económica, sino también de un modo de afirmar la posición socialmente elevada del artista.
Hace siglos existía la figura del artista de la corte. Un pintor, un músico, un maestro en alguna de las bellas artes que desarrollaba la mayor parte de su actividad por y para el disfrute de la corte real de turno. Se trataba no sólo de un puesto de cierta estabilidad y abundancia económica, sino también de un modo de afirmar la posición socialmente elevada del artista. Las creaciones adornaban las estancias de los palacios, animaban las veladas, llenaban de música las capillas. Su propósito era meramente estético, proporcionar disfrute a los cortesanos, o a la propia familia real. Con el paso de los siglos, el cambio de mentalidad y de modelo social, y gracias a la labor realizada por los miles de museos que existen hoy en día en el mundo, esas obras de arte son disfrutadas por millones de personas al año. El arte se ha convertido en algo que disfrutan las masas, no sólo las clases altas.

Y eso es algo bueno, porque la cultura debe pertenecer al pueblo. Pero su universalización ha traído consigo un aspecto menos positivo. Ha convertido al arte, sobre todo la pintura, en un negocio más. Hoy día se venden y se compran cuadros como si se tratara de barras de pan muy caras. La semana pasada, sin ir más lejos, el lienzo “Le bassin aux nymphéas” de Monet se vendió en subasta por más de 51 millones de euros. Picassos, Rubens, Goyas, van Goghs� cada año salen a la venta nuevos, o viejos, lienzos suyos, pulverizando los precios anteriores, convirtiendo a este negocio en uno de los pocos que, de momento, no se ve afectado por la crisis, o desaceleración, económica que enturbia al resto.

El arte es un negocio. Lucrativo y lleno de glamour. Y cada vez va a más. Esta semana se ha inaugurado en Nueva York la que puede ser la mayor muestra de lo que digo. El artista danés Olafur Eliasson ha completado, e inaugurado, su última muestra de arte público. Se trata de cuatro gigantescas cascadas construidas en la ciudad de Nueva York en un intento por recrear las Cataratas del Niágara en las aguas del East River. Un espectáculo sobrecogedor que acerca a la ciudad más cosmopolita del mundo la fuerza y la belleza de la naturaleza. ¿O un negocio muy lucrativo en el que se han invertido millones y con el que se espera aumentar de forma muy importante los ingresos turísticos de la Gran Manzana?

Para construirlas se han invertido cerca de 15 millones de dólares, lo que la convierte posiblemente en la instalación artística más cara hasta hoy. Una instalación que han puesto en marcha el Ayuntamiento de la ciudad y la fundación de Arte Público, sufragando los gastos de este nuevo “artista de la corte”. Pero no se trata de una inversión a fondo perdido, porque las autoridades neoyorkinas ya han declarado que esperan que “Las cataratas de Nueva York” reporten cerca de 50 millones de dólares a las arcas municipales. Y eso que sólo podrán verse hasta el 13 de octubre. O quizás precisamente por ello, porque la exclusividad no hace sino añadir valor a cualquier expresión artística (“Los girasoles” no valdrían tanto en el mercado si Van Gogh hubiera hecho 10.000 cuadros exactamente iguales).

50 millones por una inversión de 15. ¿Una apuesta arriesgada o un negocio redondo? ¿Arte o negocio? ¿Dónde acaba uno y dónde empieza el otro? ¿Función social, deseo de acercar el arte moderno a las masas o simplemente subvenciones basadas en las previsiones de ventas de perritos calientes?

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