sábado. 27.04.2024

El estado del miedo

El dinero siempre tiene oscuras etiologías y caliginosos propósitos. León Bloy contaba que no existía más dinero en el mundo que las treinta monedas que Judas cobró por entregar a Jesucristo y sus réditos desde entonces. La crisis ha desencadenado una retórica pedestre para justificar unas medidas ideológicas travestidas de acciones económicas anticíclicas cuyos propósitos son contrarios a los enunciados.

El dinero siempre tiene oscuras etiologías y caliginosos propósitos. León Bloy contaba que no existía más dinero en el mundo que las treinta monedas que Judas cobró por entregar a Jesucristo y sus réditos desde entonces. La crisis ha desencadenado una retórica pedestre para justificar unas medidas ideológicas travestidas de acciones económicas anticíclicas cuyos propósitos son contrarios a los enunciados. El dinero oculta su origen pecaminoso. Empero, la crisis española parece definitivamente tipificada: un desperfecto en el sistema financiero internacional, con especial incidencia en la burbuja inmobiliaria interna, cuyo desenlace se viene aplazando en tanto se termina de transferir al sector financiero el importe del deterioro de balances producido, para evitar así su quiebra; desestimándose cualquier apoyo al resto de los sectores productivos, y reduciendo, como epifenómeno doctrinario, el tamaño del Estado del Bienestar, las inversiones públicas, las administraciones y el nivel de vida de la población.

Este fraude cívico erosiona a marchas forzadas la legitimidad del sistema que desechando la dominación por consenso se centra en la que por ahora puede garantizar: la represiva. La reducción del Estado, con la excusa del despilfarro y el déficit, supone que el Estado desaparezca como garante de un pacto social entre trabajo y capital, pero no como garante del interés de la banca. La ciudadanía pierde cualidad como portadora de derechos y se adelgaza, con la excusa de una génesis engañosa de la crisis, al Estado democrático -recorte de los parlamentos regionales, las competencias de las autonomías, los ayuntamientos, derechos cívicos y laborales- hasta dejarlo en los ijares imprescindibles para salvaguardar los intereses de las élites económicas y financieras.

Como ya no es posible un pacto con la ciudadanía que acoja las demandas de la mayoría social, sólo queda el recurso del miedo como única política. Miedo a la deuda, a quedarse en la calle, miedo al paro y al trabajo, miedo a protestar, miedo a caer enfermo, a no poder educar decentemente a los hijos, miedo a quedarse embarazada. Como anunciaba Hobbes, el terror como piedra angular de la organización de la vida.

Decía Maquiavelo, en su afán por orientar al príncipe, que en las repúblicas corrompidas sólo los ricos y los poderosos proponen leyes, no a favor de la libertad, sino a favor de su propio poder. Inspiran terror y engañan al pueblo que acaba no deliberando más que sobre su propia ruina. El muñidor del neoliberalismo, Milton Friedman, no tenía empacho en la argucia del pánico: como una gran mayoría social se encuentra bastante apegada al Estado del Bienestar, es necesario acudir al desastre para privatizar y liberalizar los servicios públicos. No es un problema de incompetencia sino de arriesgarse a crear una gran depresión, utilizando el pánico de la crisis para conseguir lo que desean: la privatización del Estado, la reducción de la protección social, y el debilitamiento del mundo del trabajo.

Toda esta toxicidad de la vida pública ha producido que la crisis económica metastice en una crisis moral, institucional y política en la que más que España ya no sea cervantina, ni crea en el amor platónico, la dignidad y la lucha por los valores inalcanzables que diagnosticara Albert Boadella, que también, se ha instalado la vieja y dramática sentencia decimonónica de Silvela: España no tiene pulso. El filósofo americano Stanley Cavell escribió que la democracia es una cuestión de voz. Se trata de que cada ciudadano pueda reconocer en el discurso colectivo su propia voz en la historia. Sin esto no hay política, sólo gestión, o gobernanza como se dice en los ámbitos económicos, y sin política, la democracia pierde sentido.

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