sábado. 27.04.2024

Economía, democracia y ética

NUEVATRIBUNA.ES 26.4.2010PARA FUNDACIÓN SISTEMALa mayor parte de los economistas, sobre todo los del pensamiento principal, plantean las cuestiones económicas sin considerar el marco político, institucional y social en el que se desarrolla la actividad económica.
NUEVATRIBUNA.ES 26.4.2010

PARA FUNDACIÓN SISTEMA

La mayor parte de los economistas, sobre todo los del pensamiento principal, plantean las cuestiones económicas sin considerar el marco político, institucional y social en el que se desarrolla la actividad económica. Para ellos, lo importante es lograr tasas elevadas de crecimiento económico sin tener en cuenta el contexto en el que tiene lugar la actividad. Así, es frecuente que se analicen, por ejemplo, los éxitos de determinadas economías, alabando el buen hacer del gobierno para lograr tan buenos resultados, sin que se cuestione el que, en muchos casos, estos tienen lugar en un marco político totalitario.

Así, la democracia no se considera un valor importante a la hora de evaluar el desarrollo económico. Es más, en algunos casos se llega a afirmar que ésta puede ser un entorpecimiento para conseguir el crecimiento. En más de una ocasión algún economista brillante ha llegado a afirmar que la democracia es un bien de lujo, y, por tanto, propio de los países ricos. La democracia se alcanzará cuando se logre un cierto grado de madurez económica. Hasta alcanzar ese punto lo importante es crecer, aunque sea con elevados costes sociales, políticos y ambientales. Después la democracia caerá como fruto maduro. El crecimiento se plantea como el objetivo principal y único que hay que tener en cuenta. La consecución del desarrollo supone sangre, sudor y lágrimas.

Afortunadamente no todos los economistas piensan igual, y esas tesis son fácilmente rebatibles si se analiza la historia con rigor. Amartya Sen ha destacado la importancia de que exista democracia para evitar hambrunas. La corriente de pensamiento que se inspira en las aportaciones de Sen tiene una concepción del desarrollo más amplia que limitar éste al puro crecimiento. Un crecimiento más igualitario en rentas, riqueza, oportunidades y derechos es fundamental, como lo es la igualdad de género, y la potenciación de las capacidades personales para favorecer la realización de la propia vida. En este enfoque la democracia y el desarrollo deberán ir unidos y no como cosas separadas y que no tienen nada que ver.

La recuperación del pensamiento institucional de Veblen, Dewey y Commons, que entronca con lo que estamos diciendo, resulta básico para tener en cuenta una dirección del desarrollo determinada y concreta. Comprender las instituciones es fundamental para entender el crecimiento y el funcionamiento del mercado. Esta corriente institucional no tiene nada que ver con el neoinstitucionalismo moderno. Éste se sujeta al estrecho marco neoclásico, el marco de la elección racional, que ni es racional ni ofrece posibilidades de elección. En algún libro sobre neoinstitucionalismo moderno, la palabra institución ni siquiera aparece, y se explica todo con la elección racional, los costes de transacción y las imperfecciones de la información, considerando que todo ello y solamente con esos análisis, se explican las instituciones. Pero las instituciones, tal como las consideraban los institucionalistas clásicos mencionados, no se encuentran en sus análisis y, en consecuencia, para esta visión no explican realmente nada.

El desarrollo no es ajeno a cómo se consigue el mismo y a quién beneficia, al igual que es fundamental tener en cuenta la equidad, los derechos políticos y sociales, la sostenibilidad, la eliminación de la pobreza y el hambre. Los economistas no podemos ser ajenos a todo ello y considerar que éstos son aspectos que no incumben a nuestra disciplina. La economía es una ciencia social que debe pretender la mejora de la sociedad y el avance en el bienestar, y todo esto es más complejo que el reduccionismo económico, pues los factores que tienen un componente humano y social son necesarios tenerlos en cuenta. En todo proceso económico la ética debe ser una pieza central para comprenderlo y para evitar que la economía se convierta en un área de conocimiento tecnocrática y sin dimensión social y ecológica.

Uno de los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día las economías modernas, es precisamente la falta de ética y de valores en el comportamiento económico. La codicia, la avaricia y la adoración del becerro de oro lo invaden todo. El único objetivo para los que pertenecen a las elites económicas y políticas es ganar dinero, y éste es el valor fundamental que se traslada a la sociedad. Lo peor de todo es que en esa carrera parece que todo vale, y que el enriquecimiento se puede obtener por cualquier medio con tal de lograrlo.

La corrupción se instala en algunas de las altas esferas económicas y políticas. La corrupción es un cáncer para la democracia y el desarrollo, al tiempo que impulsa la degradación de los valores y de la ética de la sociedad. No podremos hablar de un desarrollo pleno si existen grados de corrupción tan elevados, que conducen al deterioro de las instituciones, la desafección de la democracia y al avance de comportamientos autoritarios ante el debilitamiento de las instituciones democráticas y del estado de derecho.

La corrupción no ha sido tratada aún suficientemente por el análisis económico, aunque cada vez se está estudiando con mayor rigor. Algunos estudiosos, no obstante, la centran, a mi modo de ver equivocadamente, en el tamaño del sector público y del Estado para explicar el desarrollo de la corrupción. La burocracia y un Estado que consideran excesivamente grande e intervencionista facilitan esas prácticas. Parece como si el mercado, y la persecución del beneficio a costa de lo que sea, no tuvieran nada que ver con las prácticas corruptas. Nada más alejado de la realidad. Sin negar las responsabilidades del Estado, las otras no carecen de importancia.

No deja de ser paradójico, por ejemplo en España, cómo los partidarios del mercado a ultranza y de la privatización han tramado una red de corrupción desde el poder político, que es el mayor escándalo que se conoce desde el inicio de la etapa democrática. La utilización del Estado para sus fines particulares, partidistas, y para los de sus amigos y conocidos es el mayor daño que se puede hacer a un Estado democrático, más allá de las responsabilidades penales que se puedan dar. El Estado deja de ser un elemento fundamental para avanzar en el verdadero desarrollo, se privatiza y se usa de un modo delictivo causando también perjuicios económicos graves a los ciudadanos. En la denuncia de la corrupción hay que ser inflexibles, hacerse cómplice de ella tendrá consecuencias irreparables para el prestigio del país y para la propia convivencia democrática.

Carlos Berzosa es catedrático de Economía Aplicada y rector de la Universidad Complutense de Madrid desde el 23 de junio de 2003, tras ser Decano los catorce años anteriores de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de dicha Universidad.

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