sábado. 27.04.2024

Dejemos a Obama hablar como Macbeth

“¡Silencio, por favor! Me atrevo a lo que se atreva un hombre; quien se atreva a más, no lo es.” Es la respuesta de un atribulado Macbeth a su esposa cuando esta le incita a seguir con sus planes, abofeteándole con la pregunta “¿tienes miedo de ser el mismo en ánimo y obras que en deseos?”.
“¡Silencio, por favor! Me atrevo a lo que se atreva un hombre; quien se atreva a más, no lo es.” Es la respuesta de un atribulado Macbeth a su esposa cuando esta le incita a seguir con sus planes, abofeteándole con la pregunta “¿tienes miedo de ser el mismo en ánimo y obras que en deseos?”.

Siguiendo la gira internacional del presumible candidato demócrata a la Casa Blanca en los comicios presidenciales de noviembre, muchos habremos estado tentados de asumir el papel de Lady Macbeth, interrogando a Barack Obama por la suerte de sus primeras declaraciones en política exterior al inicio de la ya larga �mejor, larguísima- precampaña electoral.

El aggiornamento de su discurso en cuanto a la retirada de las tropas norteamericanas de Irak -con k en español, por cierto�-, su deseo de reforzar la presencia armada en Afganistán �cuando cada vez son más los que dudan sobre lo correcto de la estrategia seguida en ese país frente a los representantes del brutal régimen talibán y sus aliados terroristas de todo origen- y, ante todo, el palpable desequilibrio de sus preferencias en el Próximo Oriente �llegando a asegurar lo que ni los halcones más duros de Washington han propuesto ni, lo que es más importante, la legalidad internacional permite: que Jerusalén será sin más gaitas la capital de Israel, por mucho azúcar que le echara en un segundo momento- han sembrado la duda de que Obama esté girando a la moderación. La duda sobra, porque la realidad ya es esa y se hará haciendo más evidente cada día que pase hasta que cierren las urnas.

Barack empató numéricamente con Hillary Clinton en las primarias, aunque políticamente la victoria �favorecida por una impresionante campaña de presión mediática orientada a convertir en hechos consumados y anticipados un puñado de votos de diferencia- fuera finalmente suya. De forma que ahora se enfrenta a un doble dilema, en el estricto sentido de la palabra: opción entre dos cosas, pero ambas malas.

Pues este es su dilema: tiene que conseguir al tiempo el voto de quienes apoyaron a la senadora -para lo que deberá abandonar el discurso renovador que le lanzó al estrellato- e hincar el diente en las papeletas de un McCain que lleva mal las cosas pero todavía tiene tiempo de reaccionar �para lo que tendrá que girar hacia su diestra-. Y todo ello sin pasarse de la raya ante el peligro de desincentivar a parte de su electorado más fiel.

Llega el Obama del realismo, del que ha renunciado a la financiación pública de su campaña ante la abundancia de las aportaciones privadas recibidas -¿filantrópicamente?-, incumpliendo de paso una de sus primeras promesas políticas.

Sea como sea, este Planeta y, desde luego, la UE necesitan un cambio de rumbo en la Casa Blanca para afrontar la globalización, los conflictos internacionales y el calentamiento global de forma totalmente diferente a como lo ha hecho �por acción u omisión- Jorge Arbusto hijo. Ese cambio lo personifica Obama y solo Obama. Por eso, de ahora en adelante, permitámosle repetir la frase del Macbeth de Shakespeare sin fustigarle demasiado, aunque sin abandonar una saludable posición crítica. Al fin y al cabo, si él no va, ellos se quedan. Y eso sí que no.

Dejemos a Obama hablar como Macbeth
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