viernes. 26.04.2024

Alfredo Calderón: ¿una revolución?

Desde hace muchos meses trabajo en un libro que recogerá lo mejor de la obra periodística de Alfredo Calderón. Descubrí al “eterno opositor” –así lo llamaban a finales del XIX porque los poderes le impedían acceder a la cátedra que tanto merecía por sus conocimientos- en los viejos periódicos de la Hemeroteca Municipal de Alicante, luego en diversos archivos y bibliotecas de Madrid y Valencia.

Desde hace muchos meses trabajo en un libro que recogerá lo mejor de la obra periodística de Alfredo Calderón. Descubrí al “eterno opositor” –así lo llamaban a finales del XIX porque los poderes le impedían acceder a la cátedra que tanto merecía por sus conocimientos- en los viejos periódicos de la Hemeroteca Municipal de Alicante, luego en diversos archivos y bibliotecas de Madrid y Valencia. Alfredo Calderón fue un republicano salmeroniano, el hombre que introdujo las teorías de Darwin en España ante la mirada hogueril de los enviados de Dios y el fundador, junto a los hermanos Giner y el mismo Salmerón, de la Institución Libre de Enseñanza, uno de los mayores éxitos de la pedagogía europea contemporánea. Apenas vivió cincuenta y tantos años, pero durante ellos gozó como pocos del odio y la persecución de los poderes civiles, militares y religiosos, que eran una misma cosa, también del fervor del pueblo consciente que leía u oía sus artículos en las casas del pueblo, en los clubs democráticos que se repartían por toda España y en las redacciones e imprentas de los periódicos, verdaderos centros de educación política en la España vital de aquel tiempo. Evolucionista, maestro del Derecho, rebelde hasta la médula, anticastizo, demócrata de cuajo, Alfredo Calderón fue enterrado en el cementerio de Valencia rodeado de miles y miles de personas que quisieron mostrarle su penúltimo agradecimiento en una de las mayores manifestaciones celebradas en aquella ciudad que era entonces el espejo de todas las España y hoy un fantasma que muestra hasta dónde puede degradarse una democracia, hasta dónde llega la herencia maldita del franquismo, una herencia que destruye todo lo que toca. Pero entonces, sólo se dio tierra a sus restos. Tras el golpe de Estado de los africanistas, de la oligarquía y del clero, también se le dio sepultura a su obra y a su legado. Hoy, a través del artículo que ahora sigue y que consideramos de plena actualidad aunque esté escrito en 1899, queremos contribuir mínimamente a recuperar su memoria, lo mejor de nuestra memoria.

¿UNA REVOLUCIÓN?

¿Una revolución? ¿Tú sabes lo que es eso? Es el desencadenamiento de todas las pasiones, la subversión de todos los principios, la merma y el menoscabo de todos los legítimos intereses. ¡Guárdete de ella el cielo! Da gracias día y noche al Todopoderoso que se digna liberarte de esa plaga. Las naciones que han expulsado a sus “consustanciales” son muy desgraciadas. Mucho. Ahí tienes a Inglaterra, que paga todavía con la miseria y la adversidad el crimen de haber destronado a los Estuardo. Ahí tienes a Francia, purgando bajo esta Tercera República el delito de haberse deshecho de los Borbones. Por dicha no eres tu capaz de hacer con tu monarquía restaurada lo que hicieron con las suyas aquellos dos pueblos herejes. ¿Quién sabe los males que una Revolución podría traer consigo? Acaso reinará la miseria en los campos. Acaso los obreros de las ciudades carecerían de trabajo. Acaso se sublevarían en Cuba los filibusteros, y los tagalos filipinos intentasen sacudir el yugo paternal de los frailes. Acaso sería necesario poner en pie de guerra grandes ejércitos. Acaso las familias pobres verían a sus hijos arrancados del hogar y llevados a la muerte. Quién sabe si los campos no quedarían yermos por falta de semilla y de brazos. Quién sabe si no sería necesario contratar empréstitos por miles de millones emprendiendo la senda fatal que conduce inevitablemente a la bancarrota. Quién sabe qué cifra alcanzará la emisión de papel moneda. Quizá, los intereses de los préstamos subieran a cientos de millones. Quizá, en medio de la perturbación general, quedara desatendida la instrucción pública y se dejara de pagar a los maestros. Quizá las pasiones revolucionarias llevaran a algunos a cometer actos de crueldad que nos deshonrasen a los ojos del mundo culto. Quizá los carlistas acechasen y aprovecharan la primera ocasión para lanzarse al campo. De temer es que la seguridad personal fuera un mito, la prensas viviera bajo un régimen dictatorial, el sistema parlamentario fuese una mentira, la libertad religiosa, garantizada por la ley, se convirtiera en una farsa; escandalosas fortunas se improvisarían al amparo de las turbulencias, los municipios fueran teatro de grandes latrocinios y la justicia se declarase impotente para castigar los delitos. Todo, todo es posible en medio de las grandes perturbaciones revolucionarias…

En vez de esos horrores, hete nadando en plena Restauración como pez en el agua. ¿Qué apeteces? ¿Pan? Los conservadores vinieron a dártelo a cambio de derechos. ¿Libertad? Ahí la tienes escrita por Sagasta, el liberal, en las leyes de la Regencia. ¿Paz? Pacificador fue llamado el primer monarca de la Restauración, y el infalible Castelar, con presentimiento sublime, te anunció ya oportunamente la paz y su presupuesto. ¿Tolerancia? La Constitución te la promete y las autoridades civiles y eclesiásticas te la garantizan, siempre que opines como ellas. ¿Seguridad? Seguro estás como tú te guardes, sobre todo de los agentes de la seguridad públicos. ¿Instrucción? No te faltará si la pagas. ¿Justicia? La tendrás siempre que no la pidas contra el poderoso. ¿Moralidad Pública? Maldito si la necesitas. ¿Qué más se puede desear? ¿No estaría empecatado un pueblo que se aventurase a perder gangas semejantes por el vano empeño de correr demasiado tras utopías irrealizables?

No, lo que a ti te conviene es vivir tranquilo, contento con tu suerte, sin que el ansia insana de lo mejor te impida gozar de lo bueno. No hay condición humana que no tenga sus contras. Oirás decir que el yanqui nos humilla y que los extranjeros nos llaman bárbaros y crueles, ¿tienes más que hacerte el distraído? El cacique que te toque en suerte te oprimirá con toda probabilidad, ¿tienes más que someterte? Te escamotearán el voto en las urnas, ¿tienes más que encogerte de hombros? Tal vez te zampen en la cárcel, ¿tienes más que aguantarte? Frailes y curas te tomarán ojeriza, ¿tienes más que cumplir con la Iglesia? El Fisco te sacará el redaño, ¿tienes más que pagar? Te llevarán a la guerra, ¿tienes más que morir? ¿Ignoras por ventura que este mundo es un Valle de lágrimas? Si la bienaventuranza en esta vida, ¿qué quedaría para la eterna?

Por todo lo cual ninguna persona sensata y que tenga algo que perder dejará de alabar como merece ser alabada la ejemplar resignación con que ves pasar ante ti carros y carretas. Así se gana el cielo. Y tú, ¡oh pueblo longánimo!, estás ya a las puertas del Paraíso. Porque, en el supuesto de un pueblo pueda morir, tú presentas todos los signos hipocráticos. Ya los cuervos revolotean en torno tuyo presintiendo el festín. ¡Muere en paz, oh pueblo devotísimo, modelo de beatitud, muere en paz, seguro de que no han de faltar clérigos para encomendarte el alma!

Alfredo Calderón, 1899.

Aute canta a Joan Margarit:

Alfredo Calderón: ¿una revolución?
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