viernes. 26.04.2024

Me lo habían advertido pero tiendo a confiar en la gente, hasta que te demuestra lo contrario con denuedo. Una compañera del Instituto donde trabajo hacía tenido una experiencia singular que nos trasladó a unos cuantos. Pero el formato era diferente y decidí probar suerte. La idea no parecía mala. Había que debatir sobre los efectos de la pandemia y el tema tiene un indudable interés. 

Federico Ruìz de Lobera me contactó por teléfono para intervenir en La Clave Cultural. Tiene como icono una pipa evocadora de José Luis Balbín y su mítico programa televisivo. Yo no me lo perdía por nada del mundo. Creo recordar que su primer programa lo inauguró proyectando una película basada en El jugador de Dostoievski. Por allí desfilaban personasñ con muy diferentes visiones de las cosas, pero se oían unos a otros, no se insultaban y ni siquiera se interrumpían. O tempora, o mores. 

Pues bien, el 18 de mayo se me hace debatir con un filósofo de la ciencia llamado Jordi Pigem. Este parecía ir a hablar de su libro “Pandemia y posverdad”, que confieso no haber leído, porque su editorial insistía mucho en eso y así lo anunciaba en las redes. El presentador planteaba las preguntas con una inquietud como melodía de fondo. Estaba preocupado por la censura. A ver si logro explicarlo. 

Su tesis es que durante la pandemia ha sido hegemónico un pensamiento consensuado, cuya implacable hegemonía ha silenciado las voces discrepantes. Por eso había envido reunir a los que denomina “oficialistas” (sic) para enfrentarlos a los disidentes. Yo tengo un inmenso respeto por la disidencia y por eso mismo no me complace que se malverse su significado.

La deontología periodística debería rehuir el sensacionalismo por definición

En este caso el candidato a oficialista debía ser yo, lo que no deja de tener su gracia dada mi trayectoria personal e intelectual. Comoquiera que sea parecían buscarse titulares de sesgo sensacionalista, aptos para ridiculizar la postura “oficialista” y opresora de la discrepancia silenciada. Por lo visto un par de premios nóbeles y tres profesores de prestigiosas universidades norteamericanas no habían logrado trasladarnos cuanto sabían.

Las medidas restrictivas adoptadas para paliar los estragos de la pandemia habrían hecho auténticos estragos con escaso beneficio. Aparecían datos de lo más diversos que al enhebralos como dios manda nos hacían ver una colosal conspiración. Los gobiernos en su conjunto, al margen de su color político, se habían aliado para controlarnos y aumentar los pingües beneficios de las grandes corporaciones. Ahí es nada. Juntar a Bolsonaro y a Merkel suscribiendo una causa común. 

Se insinuaba que las vacunas causaban problemas no explicitados a sabiendas, porque había interminables informes donde se detallaban sus perversos efectos. Poco importa la coincidencia de hayamos podido respirar un poco tras una vacunación masiva. Nos han utilizado como cobayas y nosotros tan contentos. Falta saber cuántas muertes o complicaciones nos evitaron las vacunas, pese a los lunares que pudo tener un proceso complejo. A estas alturas resulta sencillo hacer triunfar cualquier contrafáctico. 

El programa se grabó durante dos horas y resulta difícil resumirlo. Mi versión puede ser parcial y soy el primero en reconocerlo. Sin embargo hay datos que son elocuentes de suyo. Como quería repartir entradas algunos conocido un enlace para verlo en directo, lo pedí con antelación. Se me fue diciendo que no lo tendrían hasta esa misma tarde y finalmente sólo se generó cuando se comenzó a grabar. 

Cabe preguntarse por tanto para quiénes emitían el programa en directo. Al parecer fui muy piropeado en el chat por los fans del programa que disponían del enlace. Yo no lo he visto, aunque lo tengo, porque me lo copiaron. Por lo visto está plagado de sutilezas y comentarios harto constructivos. Quizá fuera bueno publicarlo y animo a que así lo haga el conductor del programa, en aras de la transparencia que tanto anhela. También le pediría que cambie por favor el nombre y quite la pipa. Triste homenaje se hace a Balbín abusando de su memoria. 

Por mi parte merezco cuanto se dijera de mi en ese instructivo chat y por eso convendría publicarlo enterito, para que la verdad resplandezca con todo su deslumbrante fulgor. La deontología periodística debería rehuir el sensacionalismo por definición.

Triste homenaje a La Clave de Balbín