miércoles. 24.04.2024

Aquí todo está patas arriba desde hace mil años y la reflexión se ha vuelto casi imposible en nuestra época
Dostoievski, Diario de un escritor


Iniciamos esta andadura con el objetivo de poner un pequeño faro a través de los clásicos en el mar de incertidumbre en el que nos encontramos con forma de sistema económico. Dicha lectura o reflexión es planteada como una tentativa de alumbramiento hacia caminos ya transitados o por transitar, independientemente de si la neblina adopta forma de virus o desigualdad. Un lugar donde poder parar y observar sin ser constantemente observados en forma de like, permitiéndonos una visión del mundo más humana y honesta.

La perspectiva de la compasión o la humillación que desprenden los protagonistas es extrapolable a nuestros días en diferentes contextos.

En el segundo centenario del nacimiento de Dostoievski, el tiempo, lejos de restar interés por su obra, la hace cada vez más imprescindible para comprender nuestro mundo, así como al autor y sus personajes. La perspectiva de la compasión o la humillación que desprenden los protagonistas es extrapolable a nuestros días en diferentes contextos. Como gran conocedor del alma humana por la forma en que comparte con el lector los grandes anhelos y desesperanzas de todo lo que atañe a lo humano, se antoja un autor absolutamente imprescindible.

Dostoievski_5Es probable que todos podamos reconocernos en un escenario social en el que la ausencia de tiempo y rituales de comunidad sirven de abono para el auge de una globalización, polarización e individualismos notables. Teniendo en cuenta lo anterior, una recomendación para iniciarse en Dostoievski (por favor, continúen después) puede ser La Dulce. Publicada por primera vez en 1876 en Diario de un escritor, el protagonista narra en primera persona el suicidio de su esposa (no es ningún spoiler, aparece en la primera página) ante un lector que quedará situado a modo de juez potencial, revisando las justificaciones y pensamientos que ofrece el protagonista a través de las cuales intenta dar un sentido al suicidio y a su propia vida. Una posibilidad anhelada de aclarar la historia donde podemos ver reflejado el sufrimiento del autor y la miseria como compañera de vida (“todo el mundo me ha rechazado y olvidado” o “nunca me han apreciado, ¿qué será de mí?”).

Fiódor Mijáilovich Dostoievski (Moscú, 1821) es uno de los escritores más influyentes en la historia de la literatura. Su padre, violento y alcohólico con su familia, pudo, según algunos escritos, ser asesinado por sus propios trabajadores. Terminó sus estudios de ingeniería en 1843, incorporándose a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo, la cual abandonaría finalmente para dedicarse a la escritura. Publicó su primera novela, Pobres gentes, en 1846. Tres años después, su participación en un acto literario prohibido le valió una condena a muerte por parte de la policía del zar Nicolás I, conmutada por trabajos forzados en Siberia (como era de esperar, este acontecimiento marcó la obra del autor). Depresivo tras el fracaso de sus primeras novelas y con epilepsia diagnosticada desde su juventud, fallece en San Petersburgo en 1881. Si bien la mayoría de los escritos suelen transcurrir en un espacio de tiempo breve con personajes modelados desde el sufrimiento y la compasión, es suficiente para centrarse en la condición humana y la perspectiva social que les rodea. Situaciones extremas en las que poder rastrear el interior del espíritu humano apareciendo el renacimiento espiritual a través del sufrimiento. Un eterno buscador de preguntas ante la condición humana.

Dostoievski era un hombre pegado al Evangelio (incluso, lo guardaba bajo su almohada durante su condena). Sencillamente, hojeaba y abría al azar leyendo algunas líneas, considerándolas potenciales respuestas a sus preguntas. De forma paradójica, un nacionalismo radical hacía que mirase con total desprecio cualquier forma de avance científico (a pesar de mostrarse siempre receptivo hacia la valoración de opiniones opuestas a las suyas).

Hasta aquí podría parecerse a cualquier introito de cualquier autor en cualquier época. Un hombre atormentado que alcanza la genialidad a través de obras como Crimen y Castigo o Los Hermanos Karamazov. Reconoce sin embargo en sus Diarios los primeros pasos en el mundo de la literatura (Pobres Gentes, 1846) como una época triste y fatídica. Afectado desde la niñez por ataques epilépticos que aumentaron a raíz de la muerte de su padre, Dostoievski se convierte en un hombre solitario de costumbres insólitas como podía ser dormir de día y escribir de noche. Para contextualizar la obra, no conviene que pasemos por alto algunas muertes que rodearon su vida: su hermano y esposa en 1864 y su hijo Aleskéi en 1878. Además, vivió constantemente amenazado por deudas, créditos y plazos (visible en El jugador)

Dos siglos después, el virus no ha hecho sino mostrarnos una parte del sufrimiento que acompaña al ser humano desde su nacimiento.

Desde la visión psicoanalítica propuesta por Freud (Dostoievski y El Parricidio, 1928) la epilepsia aparece como una sintomatología a disposición de la neurosis por el asesinato del padre. Una deriva de la melancolía infantil hasta el acceso definitivo al miedo a la muerte (llegó a dejar notas a su hermano a la hora de dormir por el miedo a caer en un letargo similar a la muerte). Aparece de esta forma una identificación con el muerto con el valor de un castigo en forma de síntoma. En cualquier caso, el momento de reconocimiento y desahogo económico, como en otros tantos casos, no llega sino a lo largo del último periodo de su vida.

El filósofo alemán Martin Heidegger definía el dolor como la muerte en pequeño. Tanto la vida como la muerte actúan a modo de soporte y estructura a lo largo de la obra de Dostoievski. Dos siglos después, el virus no ha hecho sino mostrarnos una parte del sufrimiento que acompaña al ser humano desde su nacimiento. Probablemente, nuestro mayor dolor provenga de intentar evitarlo a toda costa. En este punto es donde los clásicos pueden servir de guía ante el acontecimiento humano por excelencia: la vida.

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