miércoles. 01.05.2024

Han pasado los sanfermines de 2023 y el nombre del escritor navarro Félix Andrés Urabayen Guindo, nacido en Ultzurrun, en el valle de Ollo, en 1883, ha pasado sin pena ni gloria. Ni una palabra pronunciada en su recuerdo. Se preguntará el lector que por qué es digno de recordar este escritor realista, jamás adscrito a ninguna escuela ni generación literaria. Pues, sencillamente, por haber escrito en 1923 una novela titulada El barrio maldito, que forma parte de una trilogía sobre Navarra, formada por Centauros del Pirineo y La última cigüeña.

¿Y qué tiene de particular dicha novela?

Pues por haber sido el primer escritor en utilizar la tramoya de los sanfermines como escaparate descriptivo y ambiental de su trama. Tres años antes que Fiesta, la novela del norteamericano.

Y eso se hace, se viene haciendo, en Navarra con un escritor navarro con denominación de origen. De haber nacido en Nueva York, otro gallo de san Fermín le hubiese cantado. Ante lo cual, uno se pregunta por las razones que han ocasionado este olvido sepulcral sobre este autor y su obra, pero, sobre todo, sobre El barrio maldito. Si se tratase de una pésima novela, podría comprenderse tal desaire. Pero ni así. La novela Fiesta de Hemingway no es ningún dechado virtuoso narrativo y mira que no ha dado guerra. Y todo por describir a su manera los sanfermines. Hasta hay quien piensa que los sanfermines los inventó dicha novela. 

Félix Andrés Urabayen fue el primer escritor en utilizar la tramoya de los sanfermines como escaparate descriptivo y ambiental de su trama

Reflexionando sobre estas causas, me cuesta aceptar que esta desidia institucional de la comunidad foral sea consecuencia del pasado liberal y republicano de izquierdas de Urabayen. Pero, no sé, no sería la primera vez que este ostracismo practicado por el poder se debiera a este tipo de venganza ideológica, un odio estructural y vengativo por no ser de los nuestros, tan común por estas latitudes. Hay que recordar que Urabayen, además de admirador fue amigo de Azaña. De hecho, sería nombrado Consejero Cultural del Gobierno Republicano, cargo que desempeñó hasta el golpe de Estado. También fue aspirante -frustrado-, a diputado en febrero de 1936.

Casó con la toledana Mercedes Priede Hevia el 16 de noviembre de 1911. Fue profesor y director de la Escuela Normal de Magisterio durante el tiempo que vivió en Toledo. A pesar de lo que pudiera pensarse, Urabayen no era anticlerical, ni ateo. Pero en Toledo, nada más estallar la guerra, intuyó que su vida no estaba segura en la capital del dogma católico. Y no se lo pensó dos veces, marchándose de Toledo. Una vez llegado a Madrid, se refugió en la embajada de México, algo habitual en muchos intelectuales. Pero no tardó en salir de la capital para aterrizar en Alicante.

Una vez terminada la guerra, en fecha del 13 de mayo de 1939, en la misma estación de Atocha de Madrid dos policías de Toledo lo detuvieron y lo trasladaron a la Dirección General de Seguridad para interrogarlo. Era lo que sospechaba -una delación-, pues la orden de su detención provenía de Toledo. Como resultado de todo ello, fue internado en la cárcel de Toreno. Allí lo mantuvieron hasta el 19 de noviembre de 1940, con el resultado fatal de que su cáncer de pulmón se agravó de modo alarmante. Aprovechó entonces para viajar a Pamplona a casa de su hermano Leoncio -había sido profesor de geografía en la Escuela Normal de Maestros, y concejal del Ayuntamiento de la ciudad-, donde permanecerá hasta el 14 de diciembre de 1942, fecha en la que regresa a Madrid. Sus días están más que contados y el 8 de febrero de 1943, con el libro en sus manos de La conquista de la felicidad de B. Russell y, tras ser reconocido por los doctores Marañón y Delgado, este médico de Toledo, muere. Hace ochenta años. 

De Urabayen se puede decir lo mismo que de Baroja, que se pueden leer sin que se te caigan de las manos sus libros

Tampoco, quiero considerar que el tenaz olvido erigido sobre su obra literaria se deba a su memorable descripción satírica de los sanfermines en 1923 - “el triunfo del ruido” los intitula- y que, con absoluta seguridad, nunca figurará en una Guía Turística de la ciudad.

Lo que podría calificarse como una lástima y una vergüenza.

Lástima, porque parte de la población navarra ha crecido sin conocer a uno de sus escritores más valiosos. No diré que sea uno de los grandes literatos, de esos que ocupan un nicho en el canon de la literatura del siglo XX, pero de Urabayen se puede decir lo mismo que de Baroja, que se pueden leer sin que se te caigan de las manos sus libros. Su prosa es sencilla, elegante, exacta, nervada con un estilo irónico e inteligencia lírica. Puede que la construcción de sus personajes no sea su mejor cualidad, lo mismo que la confección de sus tramas, pero lo que para unos puede ser un defecto -su estilo distante, ácido y crítico-, para otros sea un aliciente literario. 

En cuanto a que es una vergüenza, lo digo por el agravio comparativo que supone su olvido frente al espectáculo que se arma todos los años con Hemingway, para quien en Pamplona en cuanto llegan los sanfermines todo son lisonjas y parabienes, aparte de los actos que le dedican sus forofos, auténticas melonadas que solo sirven, no para despertar las ganas de leer su obra, sino para festejar a quienes lo aplauden y jalean haciendo publicidad de su propia obra.

Y ya resulta bastante sintomático que no se recuerde que el Ayuntamiento, 6 de julio de 1968, presidido por el falangista y golpista Ángel Goicoechea Reclusa, le pusiera su nombre a un paseo, al mismo tiempo que dedicarle una escultura. Aquel día, la Pamplonesa tocó los himnos nacionales de Estados Unidos y de España y la banda municipal de Txistularis interpretó el Agur Jaunak.

No soy quién para recomendar a nadie lo que tiene que leer, ni menos aún, lo que debe leer. Cada uno es esclavo de sus propias servidumbres literarias. Así que me limitaré a recordar algunos fragmentos de la novela El barrio maldito donde su leiv motiv son los sanfermines, sin olvidar que su tesis principal no es debelar los sanfermines como una fiesta de borrachos, con borrachos y para borrachos, sino condenar la ignorancia como fuente de violencia contra el diferente, tomando como referencia el mundo marginado de los agotes.

En la novela, la mirada del narrador se ceba con celebrado entusiasmo en las cuadrillas, a los que martiriza con una prosa irónica y distante. Alguien pensará que Urabayen exagera, pero eso será porque nunca ha visto en acción a estas peñas.

Su tesis principal es condenar la ignorancia como fuente de violencia contra el diferente, tomando como referencia el mundo marginado de los agotes

“Hallábanse en plenas fiestas, las celebradas y renombradas fiestas de San Fermín; el triunfo del ruido, de la algara libre, del estruendo no interrumpido durante cinco mortales días. Y Pedro Mari (…) empezaba a añorar la paz del caserío montañés”. 

Pedro Mari es el protagonista de la novela quien se casará con una agote.

Nada mejor atalaya de observación de la conducta festiva que la barra de una taberna para ver el comportamiento de las cuadrillas y describirlo sin consuelo:

“Entraban sin cesar las cuadrillas, con sus largas blusas manchadas de vino, enormes sombreros de segadores y el indispensable acordeón, siempre en movimiento. Las había que llevaban guitarras; otras, muy pocas, flautas y ocarinas, y algunas un violín que gemía igual que un poseído. En ninguna faltaba el tambor, pues lo fundamental en estas fiestas es hacer ruido. Son días de recio escándalo en los que las cuadrillas orgiásticas derrochan todo el triunfo orquestal de la plebe en honor del Santo Patrono, cantando hasta enronquecer, bailando como aschantis y bebiendo sin descanso. Les devora una sed estomacal, análoga en eternidad a la espiritual que tanto añoran los místicos...”. 

En lugar de decir que las cuadrillas representan directamente un esperpento, echará mano Goya:

“Viven en medio de la calle, con preferencia en las proximidades de la taberna. ¡Y qué exceso de juventud y de entusiasmo colectivo desarrollan estérilmente! Se les creería protagonistas de un cartón brujo de Goya. Claro que para el tercer día, aunque siguen moviéndose epilépticamente, ya no pueden hablar, tan roncos se encuentran. En la patria de Gayarre, lo primero que falla es la garganta, mientras las piernas se sostienen pujantes e incansables como hélices de monoplano movidas por un motor de alcohol...”.

No podía faltar en esta enumeración analítica descriptiva las referencias al comer y al beber, el verdadero yin y yang de la fiesta:

“El ron de Iruña lava los estómagos de los pecados del mosto. Mientras se copea y se fuman largos puros, tornan los mesnaderos a la taberna para coger la merienda, siempre de grueso calibre; el ajoarriero, los pollos, las chuletas con tomate o el cordero en chilindrón. Y desde allí a los toros, al tendidito de sol, a seguir gritando, comiendo, bailando... y bebiendo”.

El narrador tiene que rendirse ante la evidencia y reconocer que el tesón, resistencia y esfuerzo físico de estos semovientes que se mueven en las cuadrillas manteniéndose erectas sin caerse al suelo desplomados por un cansancio infinito es digno de elogio:

“Cuatro días y cuatro noches se sostienen las cuadrillas en pie, repitiendo el mismo programa con matemática precisión. Solo un exceso de juventud puede explicar la resistencia inconcebible de estas guerrillas formadas por discípulos de Berceo (el del bon vino) y continuadores del Arcipreste juglar (el del haber mantenencia)”.

Un gerifalte del franquismo foral dejó escrito: “Un escritor que hace sátira de los sanfermines no puede ser buen navarro, ni, tampoco, español”

Dignos de mencionar son los contenidos de las pancartas que enarbolan las cuadrillas y que son imagen de las que se contemplan, cambiando lo que haya que cambiarse, en estos tiempos: 

“Todas llevan grandes cartelones rotulados con grueso humorismo. En una de ellas, encabezada por enorme bota, se lee: “La Marea. Sociedad anónima de baile, enemiga de la ley seca”. Otro cartelón reza: “Los chicos de La Ochena necesitan nodrizas. Inútil presentarse de mala leche”. “La Sequía –pregonaba un tercer lienzo blanco–. Sociedad antialcohólica de 19 grados en adelante. Fuentes permanentes en Mañeru y Artajona”.

Pero, sin duda, será este párrafo la quintaesencia de la mirada del narrador sobre las fiestas:: 

“La juventud pamplonesa en esos días era la reencarnación de aquellos esclavos romanos que durante las Carnestolendas podían sentirse señores por unas horas. ¡Menudas fiestas las de san Fermín! Las tradicionales cadenas que amarraban la mocería al taller y a la oficina , al mostrador y a los bancos de las aulas, se rompían a las cuatro de la tarde con las célebres vísperas”. 

Es muy probable que, tras lo leído, las autoridades políticas forales del pasado consideraran que olvidar a Urabayen era, más que una necesidad, una obligación profiláctica. La misma actitud tomó el régimen franquistas. De hecho un gerifalte del franquismo foral dejó escrito: “Un escritor que hace sátira de los sanfermines no puede ser buen navarro, ni, tampoco, español”. 

Dictamen que sigue perenne en la actualidad, olvidando que a la propia tierra se la puede querer de muchos modos. Y que si Joyce dijo que la patria, Irlanda en su caso, era “una vieja cerda que devora su propia lechigada”, es evidente que la Navarra del régimen pasado devoró a Urabayen sin piedad. La cuestión estaría en saber si el régimen democrático -navarro-, actúa de modo distinto. Porque hasta la fecha no parece que haya sido muy diferente. 

Lo que puede resultar paradójico. Pues cabría recordar que en años pasados, el Ayuntamiento de Toledo tuvo la feliz idea de convocar un premio literario de novela corta, el Ciudad de Toledo, con el nombre Félix Urabayen. ¿Y saben quién ganó la cita? Nada más y nada menos que el escritor chileno Roberto Bolaños con su novela La senda de los elefantes. En 1993. 

No solo. En 2014, la Biblioteca de Castilla-La Mancha se propuso recuperar y difundir la figura y la obra de Urabayen, organizando ocho conferencias para analizar la obra del navarro. 

¿Y en Navarra? Siempre p´alante… aunque, como cerda, siga devorando a sus hijos más preclaros. Tanto que en algunos escritos sobre literatura Félix Urabayen aparece como escritor toledano. Una vergüenza.

Los sanfermines de Félix Urabayen