lunes. 29.04.2024
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Condenados y ejecutados

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Vicent Miguel Carceller

El 28 de junio de 1940, el régimen golpista fusiló a Vicent Miguel Carceller y a Carlos Gómez Carrera, Bluff, después de que un consejo de guerra los condenara a la pena de muerte. El primero era editor de la revista La Traca y el segundo uno de sus dibujantes estrella. Además, condenó a 30 años de prisión a José Mª Carnicero, también dibujante.

De este modo, pasaron a la historia por haberles cabido la gloria -incierta y trágica gloria-, de haber ridiculizado a Franco mediante unas caricaturas. Algo insólito, no los crímenes del franquismo, sino el hecho de condenar a muerte a un dibujante y a un editor, los cuales, jamás pudieron ser acusados de un delito de sangre.

Semejante venganza no se dio con los dibujantes, también magistrales, que, durante la II República, arremetieron sañudamente contra Azaña, Prieto, Albornoz, Alcalá Zamora, Largo Caballero como lo hizo Areuger en las páginas del Gracia y Justicia.

Es verdad que Gracia y Justicia sufrió multas y cierres varios y algunos de sus redactores fueron procesados como Kin. Su caricatura del ministro Álvaro de Albornoz, “Álvaro de la Tohalla de Baño”, es impagable. También sufrió el acoso de la justicia Areuger por ridiculizar a Lerroux. El escritor González Ruano escribió en sus memorias que fue amenazado de pena de muerte por las diatribas que escribió contra Azaña y Prieto en Gracia y Justicia. Pero nadie consumó semejante amenaza.

Vicent Miguel Carceller, editor, y Carlos Gómez Carrera, dibujante, fueron fusilados por ridiculizar a Franco

Areuger la tramó contra Azaña a quien colocaba por delante la H: Hazaña. Sus caricaturas alargaban los rasgos físicos del político hasta convertirlo en alguien repugnante. No era inusual que a Azaña lo motejasen como el Monstruo y el Verrugas. Fue el gobierno de Azaña quien, tras el golpe de Sanjurjo en 1932, prohibió la publicación Gracia y Justicia. Hasta ese momento, el semanario no había sufrido ningún contratiempo. Y, ya puestos a decir, a Lorca lo presentaba como Loca, en alusión a su homosexualidad. Así que nadie se libraba de poner a horcajadas de asno a quien consideraba su enemigo político. Todo era cuestión de quién tenía el poder por el mango.

En fin, que ni los artistas de derechas ni los de izquierdas eran mancos manejando la caricatura con fines destructivos de la moral del enemigo. No tenían reparo en echar cucharadas de sal en la herida abierta. Y ya se sabe que la risa suele ir por barrios.

En más de una ocasión, Azaña manifestó su malestar contra las injurias que recibía de estos semanarios y es verdad que, en más de una ocasión, como se ha dicho, se los multó y censuró, pero de ahí a que el político alcalaíno mandara fusilar a sus creadores quedaba un trecho. Un trecho que Franco no dudó en atravesar aunque se manchara de sangre la camisa. Tenía de su parte a Dios y a la obispada.

Recordemos la historia de la Traca, a su editor y al dibujante Bluff, asesinados por la dictadura, cuya tragedia forma parte de esa Memoria Histórica que a cuenta gotas se va recuperando en este país, encontrando siempre en el camino la oposición frontal de una derecha que, incluso, anuncia de forma chulesca que, caso de ocupar las dependencias de la Moncloa en las próximas elecciones, lo primero que hará será derogar la Ley de Memoria Democrática aprobaba por el Parlamento. Si esto no es un anticipo de fascismo…

Vicent Miguel Carceller, editor

Con seguridad que pocos se acordaban de Carceller hasta que el historiador Antonio Laguna, en Historia del periodismo valenciano, publicó en 1990: “El periodista que se hizo millonario explotando su ingenio”. Años más tarde, en 2022, Ricardo Macián titularía su documental “Carceller. El hombre que murió dos veces”, en el Festival de Cine de Valladolid. La referencia a que murió dos veces tiene su retranca trágica.

En efecto, el 18 de agosto de 1917, se publicó una esquela en el semanario La Traca conteniendo esta chanza mortuoria:

“Don Vicente Miguel Carceller.

Director de la Traca ha muerto por comer langostinos. RIP.

No se reparten puros. Se suplica la tartana”.

La segunda vez que murió tuvo menos gracia. Y no hubo langostinos, desde luego.

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El valenciano Carceller nació el mismo año en que se aprobó en España el sufragio universal para hombres, en 1890. Con tan solo 19 años tomó el relevo de la dirección editorial de la que sería su gran aventura empresarial, aunque no la única: La Traca. Su potencia satírica y transgresora solamente pudo ser detenida por la represión, habitualmente personificada por los reyes Ubú del momento: Primo de Rivera que lo silenció en 1924, aunque conviene precisar que, mientras el marqués de Estella se limitó a condenar su obra, el dictador gallego se llevó por delante la obra y a su autor, fusilándolo por las bravas.

La Editorial Carceller se constituyó como tal en 1921. De ella, salió, también, el semanario Clarín, con temática de toros. Se convertiría en otro bestseller en España, sur de Francia y América. Bien se puede decir que Carceller fue el rey Midas de la publicación. Todo lo que editaba se convertía en una fuente de oro.

Como signos definitivos de su poderío empresarial y de la vista de lince comercial que tuvo para el negocio lo pondrían de manifiesto varios hechos: primero, su empresa daba trabajo a 50 familias entre impresores, redactores, grabadores, dibujantes, personal administrativo y otros. Numerosas mujeres eran contratadas para trabajar preparando los innumerables paquetes que se distribuían a todos los puntos de venta del país. Segundo, disponía de crédito ilimitado en Papelera Española y otras fábricas de papel y, tercero, contaba con depósitos millonarios en el Banco de España, el Crédit Lyonnais, el Hispano Americano, el Río de la Plata, Banco de Bilbao, etc.

Fue, como queda dicho, un empresario millonario gracias a la risa, pero no solo. Lo que para unos era risa, para otros era injuria.

La Traca, más que semanario de humor

La Traca la fundaron dos republicanos valencianos: Manuel Lluch Soler y Luis Cebrián Mezquita. Y lo hicieron en 1884.

Pero, como señala Laguna, el semanario “La Traca con Carceller como editor será la Biblia del entretenimiento para el republicano, para el socialista y anarquista, para obreros y campesinos”.

La Traca fue más que una revista de humor. Se convirtió en la seña de identidad de muchos republicanos, gracias a su crítica de las estructuras anacrónicas de siempre: la Monarquía, la Iglesia y a los militares africanistas y, por extensión, al estamento militar, siempre a punto de estallar contra la incipiente ola democrática despertada en los estertores finales de la dictadura de Rivera. Un Ejército que no había cedido un ápice en su poder y se consideraba por encima del poder civil.

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Aunque las tiradas de los semanarios Gracia y Justicia y Gutiérrez no fueron moco de pavo, nadie regateará a La Traca su primacía editorial. Superó los 500.000 ejemplares de tirada. Ni los analfabetos se inhibían de leerla. Cualquier dibujo del gran Bluff servía como un editorial de prensa. Ninguna estrategia mejor que meter por los ojos del lector lo que fuera necesario, no solo dibujos pícaros y sobrados de erotismo, sino la crítica más despiadada contra la monarquía, la Iglesia y los militares, especialmente, Franco y Queipo de Llano, Queipo Tonel, según Mi Revista.

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Como se ha dicho, Gracia y Justicia recibió la visita del censor en varias ocasiones, pero ni en esto pudieron superar a La Traca. Cuando llegó la publicación al número 39, quienes anotaban las intervenciones del censor, aseguraban que ya llevaban siete denuncias del Fiscal por injurias a Alfonso XIII. Su director, Manuel Lluc Soler, pasaría en el trullo varias jornadas de asueto y deleite contemplativo de las musarañas.

El subtítulo de La Traca, según se lee, era “Semanari pa la chent de tro”, semanario para la gente de traca, o lo que podría entenderse como “para gente de armas tomar”. Subtítulo ambiguo, desde luego, que llevó a más de un ingenuo a considerar si aquel semanario no era, en realidad, un tratado de Pirotecnia. Tampoco andaba descaminado. Porque lo era. Solo que de pirotecnia crítica mordaz, ácida, humor fino y grueso, surrealista a veces, y siempre cachondeo absoluto, gracias a la mecha  ideológica y política explotada contra los estamentos nombrados: Monarquía, Iglesia y Militares.

Carceller apostó por la Republica, el anticlericalismo y la democracia constitucional. La Traca estaba formada por cuatro paginas chispeantes y, encima, era barata. Cinco céntimos. La más barata de las publicadas entonces.

La revista se acompañaba de ingeniosas estrategias, probablemente nada compatibles con la deontología profesional, entendida esta de un modo estricto según las normas de la seriedad constitucional. No me refiero al hecho de vender la revista acompañada, a veces, con sorteos y regalos como pavos, almuerzos y becerradas para sus seguidores y compradores, que también. No. Me refiero a sus irreverencias anarquistas. En algunos de sus números no hizo ascos en publicar entrevistas inventadas con políticos y escritores. Seguro que quienes las leían sabían de sobra que eran un montaje. Pero, como se decía y con razón, nadie leía entrevistas serias hechas a políticos serios. El aburrimiento estaba prohibido en La Traca. Y aburrir al público era la peor falta contra la buena educación.

Las caricaturas de Franco nada tienen que ver con las hechas contra Azaña en Gracia y Justicia

Como suele decirse creó un universo donde el lector se sentía como una mona subida a un platanar. Aprovechaba cualquier polémica por muy tonta que fuese, la de los políticos lo eran en su mayoría, y las multas que le cayeron en la época de la dictadura de Rivera se exhibían como si se trataran títulos académicos universitarios. Eran sanciones de 500 pesetas, un capital, pero no había problema. El lector las compensaba con creces. Y como decían con sorna: “En los juzgados nos sentimos como en nuestra casa”, proclamaba en su número 27, completado con este suelto digno de Quevedo: “Si un día dejamos de ir, pensarán que nos hemos puesto malos”.

¿Que si eran populistas, machistas y demagogos? Por descontado, pero que les quiten lo bailao a quienes disfrutaron de sus páginas desopilantes. Además, nadie podrá negar que sus colaboradores eran unos genios. Sus portadas eran tan divertidas como estéticamente logradas, de un eficaz realismo y que, a diferencia del cultivado en Gracia y Justicia, no se regodeaban con la degradación caricaturesca del ofendido. Las caricaturas de Franco nada tienen que ver con las hechas contra Azaña en Gracia y Justicia.

Materia incendiaria y explosiva

La Iglesia fue una de sus dianas preferidas, especialmente, sus denuncias contra los abusos sexuales de los sotanosaurios.

En una de esas viñetas, le dice un cura a un chaval:

- “Si quieres ganarte el cielo, debes ser obediente conmigo y respetarme”.

A lo que el niño, responde:

- “Bueno, señor cura, pero respéteme usted a mí también, ¿eh? ¡Respéteme usted a mí también!”

En otra viñeta, dibujada en 1914, se pondrá a pie del dibujo:

“A lo que se dedicarán las monjas cuando triunfe la República”.

Mientras el mirón de turno contempla a una novicia rolliza y bien plantada sirviendo mesas en una taberna.

En otra ocasión y metidos en el mondongo de política, se lee:

- “¿Qué opinas de la cuestión de Marruecos”, pregunta una joven con unas preciosas piernas largas desnudas y lanzadas al aire.

Y el coitado de ocasión contesta:

- “Mira, chica, que soy partidario de la penetración pacífica.

Para entendidos, pero la mezcla de política y sicalipsis la entendía hasta el más zángano mental. Eso, sí, sin que el toque machista desapareciera.

Cuando se impuso la dictadura de Rivera, La Traca fue denunciada y suspendida sine die. Lo contrario no se hubiera entendido. Ante tal acoso judicial, Carceller se hizo el sueco y dejó olvidado en el limbo de los justos el semanario La Traca hasta la llegada de mejores tiempos, pero, listo que era, la sustituyó con dos publicaciones primas o hermanas gemelas, La Sombra y La Chala. Hasta que llegó la II República.

El “Chorizo” japonés

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Fue un semanario visto y no visto. Repleto de páginas rebosantes de erotismo, con unos diálogos chispeantes y geniales, nada brutos, donde el lenguaje era lo más importante, un lenguaje completado por imágenes donde deambulan hombres maduros, casados por lo general y mujeres rollizas, no solo izas y rabizas, con un tórax “exuberante”. No hay temática de la vida marital y sexual que no “calambree” en estas páginas memorables.

Se trata de una joya sicalíptica escrita y dibujada con un ingenio singular. Fue una revista erótica, nunca pornográfica. De ahí la riqueza de su lenguaje, repleto de imágenes, comparaciones y metáforas. La imagen era subsidiaria del texto, no al revés, de ahí su agudeza estética.

Se editó en castellano y sirvió como complemento a La Traca. Se presentó al mercado en marzo de 1915 y fue una convulsión. Tenía 16 páginas y 25 ilustraciones que dibujaron el equipo de La Traca, es decir, el genial Enric Pertegás, K-Hito, Morellá y Galván.

El precio una ganga: cinco céntimos. La primera tirada contó con 30000 ejemplares, agotándose en un abrir y cerrar de ojos. La editorial no lo pensó dos veces e hizo una segunda edición con 60000 ejemplares. Si el éxito entre el populacho fue sobresaliente, entre las autoridades fue matrícula. El segundo número fue secuestrado por inmoral. Y así sucedió con el resto de los números. Antes de que se colocaran en el escaparate, ya habían sido denunciados y secuestrados.

Dada la beligerancia de la justicia, el historiador Laguna sostiene que es muy probable que “no salieran al mercado más de cuatro números”. El 17 de abril de 1915 dejó de editarse por decisión gubernativa. Una pena. Quien guarde en su casa dichos números, posee un tesoro.

La Traca en la II República (1931)

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Con la llegada de la II República, el semanario La Traca volvió por donde solía, dando muestras de una inteligencia comercial poco común. Mientras que el precio de distintos semanarios -Buen Humor o Gutiérrez-, se vendía a 30 céntimos, La Traca lo hacía a 15.

Y es más que probable que también se pasara de sectario y de tremendismo, tendencia inevitable dados los tiempos en que le tocó chapotear. Su “obsesión” por la Iglesia le llevó a publicar una “Historia de los crímenes de la Iglesia” que despertó la animadversión de los católicos y enardeció el anticlericalismo de la época que poco o nada necesitaba para dar fuego a todo lo que oliera a sacristía y a cirio pascual. Por otra parte, su republicanismo le llevó a publicar una hagiografía del malogrado Galán, titulada “El espíritu de Fermín Galán”.

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Y no faltarían, por supuesto, las alabanzas a Manuel Azaña, lo que sirvió como contrapunto a las continuas y permanentes caricaturas de los semanarios de la “derechuzna” contra el político de Alcalá.

Como he dicho, los semanarios Gracia y Justicia y Gutiérrez no se quedaron atrás. Publicaron abundantes páginas tan brillantes, estética e “ideológicamente”, como las aparecidas en La Traca, poniendo a Azaña de puturrú de fuá. ¿Quién dijo que la mala uva agostaba el ingenio? Para nada. Desde luego, tanto el odio como el amor, o lo que fueran ambas manifestaciones “cardiocerebrales”, lo azuzaban de modo sobresaliente. Quizás más el odio que el amor, pero hay que reconocer que en ambos casos los dibujantes sobresalieron cum laude, como nunca lo habían hecho.

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En este contexto de enfrentamientos entre semanarios, Laguna sugiere que “es muy significativo que su campaña anticlerical de entonces concluyese con la quema generalizada de conventos en España”. De hecho, en La Traca del 12 de mayo de 1931, el colaborador Luis de Tapia afirmaba: “El pueblo español, con ese sentido práctico que tiene de las cosas, optó por tomarse la justicia por sus manos, y en un santiamén sacó de sus guaridas a toda la inmundicia frailocracia, quemando además algunos conventos. No queremos analizar si los incendios fueron obra de los extremistas o de los agentes monárquicos; lo que sí afirmamos es que esas inmundas madrigueras, albergue de vagos, focos de sensualidad, centros de vicio y corrupción, tiempo ha que debieron ser desalojadas, desinfectadas y convertidas en escuelas”.

Establecer un principio de causalidad entre la quema de conventos y los textos y dibujos de La Traca bien podría considerarse una fácil aplicación del conductismo interpretativo, pero, a ver quién negará que cualquier mecha encendida cerca de un polvorín en un momento de descuido puede explotar y llevarse por delante lo que pille a su paso expansivo.

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Mucho de lo que se escribió en esta época contra la “frailocracia” tendría la culpa el enojo que la sociedad sentía hacia ella, pero no solo. La sociedad estaba más que harta de la Iglesia a nivel institucional y social, pues su presencia se había vuelto estomagante. Su clericalismo y su omnipresencia dictando normas sobre política, moral, matrimonio, educación, cine, juegos, bailes y corsés en la sociedad era insoportable. Y más que lo sería en el franquismo.

En cuanto a las injurias contra el borbón Alfonso XIII siguieron la misma estela venenosa que ya estampara Vicente Blasco Ibáñez, en 1924, en su folleto titulado “Alfonso XIII desenmascarado. Una nación amordazada: la dictadura militar en España”. En La Traca se le llamará “Alfonso el Africano”. Caída de la monarquía, la esquela que le dedicó La Traca fue muy aplaudida:

“La muy funesta doña Monarquía Española, viuda de cien reyes, la diñó el 14 de abril de 1931, y habiendo recibido la solemne patá del paciente Pueblo Español, que le den morcilla”.

Menos mal que llegó el bienio negro, es decir, la CEDA de Gil robles acompañada por las huestes belicosas del demagogo Lerroux (1934-1936), el Emperador de El Paralelo de Barcelona, si no, La Traca hubiera muerto de éxito.

En diciembre de 1933, el gobierno negro le recordó de qué hechuras inmorales estaba fabricado el semanario, multándolo por publicar “dibujos obscenos”. Por si fuera poco, y para que siguiera recordando que era un semanario indigesto e injurioso, en julio de 1934, con la censura previa orbitando de modo omnipresente, La Traca fue suspendido. Inopinadamente, Carceller calló como monje cisterciense. Guardaba en su recámara de la improvisación empresarial otra traca. Sorprendió a todos dedicándose al negocio teatral, ámbito en el que se hizo de oro.

La Traca regresó con el triunfo del Frente Popular. Y no defraudó. En su primer número de apertura, organizó un concurso que premiaba con diversos regalos a la mejor respuesta de la pregunta: “¿Qué haría usted con la gente de sotana?”.

El éxito fue absoluto. Y las respuestas para figurar en una antología del disparate más agudo. Desgraciadamente, para el semanario, pero mucho más para los ciudadanos, la guerra estalló en julio de 1936 y el panorama cambió drásticamente. Y el memorial de agravios comenzó a recordarse entre las autoridades golpistas, especialmente la militar y la eclesiástica, que no olvidarían ni una sola portada de los semanarios publicados, menos todavía los dibujos que se editaron durante la guerra y que removieron las tripas de la ira avinagrada del Dictador.

La Traca en y contra la Guerra

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La guerra convirtió a Franco y a Queipo de Llano en objeto del deseo de los dibujantes. Ni Queipo, menos Franco, recibirían tanta atención en la prensa. Y nadie hasta la fecha se había atrevido decir en público que el ferrolano era un bujarrón, un invertido sexual.

A Queipo, sin embargo, ya venía siendo caracterizado como un gran experto en catador de vinos y manzanillas. Especialidad sobresaliente que el poeta Rafael Alberti no tuvo inconveniente en reconocérsela en uno de sus chispeantes poemas. Siguiendo este reguero ácido e insultante, en La Traca del 18 de noviembre de 1936 se lee:

“El borracho Queipo de Llano ha dicho desde Radio Sevilla que ha de venir a Valencia para coger al director de LA TRACA y hacerlo ochenta pedazos. Que venga. No le temo. Me encontrará entre dos barriles de manzanilla. Seguro estoy que al verme me desprecia olímpicamente y se lanza a fondo contra la manzanilla. ¡Es lo suyo!”.

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Corre la certeza de que Carceller, tras el golpe de Estado, se afirmó en su implicación política a favor de la República, pero se cuestiona si lo hizo por convicción o por coacción, dilema que a estas alturas poco importará dilucidar, toda vez que lo fusiló el golpismo y eso lo redimió de cualquier diletante sospecha. Además, en un período de guerra, ¿cómo distinguir entre convicción y coacción? Lo primordial era salvar el pellejo. Y filosofar en una guerra cainita solo era posible hacerlo sentado en el sofá de casa con una copa de coñac en la mano. ¿Coacción? Ya me dirá, usted, qué haría si le colocaran el caño de un pistolón en los morros. ¿Convicción? Sin duda, mientras se pueda mantener. En las guerras, como decía Cioran, sólo los cobardes tendrían que recibir el título de héroes.

Franco y Queipo fueron las vedettes del semanario. Sin duda que por méritos propios, aunque hay que reconocer que el despellejamiento de Franco, explotando su homosexualidad, raya en la injuria y que, a pesar de la aparente ingenuidad de los dibujos con los que se le pinta, donde se amplifican los rasgos femeninos del caricaturizado, algunas de esas viñetas, superaban el sarcasmo. No es de extrañar que el Dictador odiara La Traca más que a Azaña.

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En uno de esos geniales dibujos de Bluff, le dice un médico que está “explorando” al Caudillo:

- “Usted no puede ganar la guerra. Tiene usted la retaguardia muy poco sana”.

La Traca no se anduvo con subterfugios. Franco era el enemigo por antonomasia, por lo que denigrar su personalidad era tan higiénico como necesario. Si las revistas de la derecha se hartaron de llamar Loca a Lorca, ¡qué menos, debieron de pensar los dibujantes de La Traca, que tratar a Franco de mariposón!, siendo, además, un militar golpista.

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Como indico, explotar los rasgos feminoides de Franco fue el método estético predilecto de su degradación moral. Como muestras de esa antología dos dibujos de Bluff:

La Traca tampoco se olvidó de su paso por Marruecos, país del que Franco había regresado con la vitola de ser un gran amigo de los moricos, a los que quería tanto que dormía con ellos. La Traca, con absoluta ingenuidad cabrona, publicará esta imagen llena de mala uva:

 

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Hitler y Mussolini

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Pero Franco, no sólo fue objeto del escarnio por razón de su hipotética o declarada “sexualidad distraída”. Mucho más abundantes fueron los dibujos políticos que lo asociaban con Hitler y Mussolini y, sobre todo, presentándolo como el gran culpable de la Guerra Civil, un asesino sin conciencia y, sobre todo, un Herodes cruel y vesánico que se llevaba por delante la vida de mujeres y niños sin piedad.

He aquí algunas muestras de este repertorio:

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Carceller en la cárcel, juzgado y condenado a muerte

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Tiene maldita gracia que el policía que lo interrogó por primera vez en la cárcel se llamase Máximo Placer Sánchez. ¡Es que hay putadas en la vida que ni diseñadas por la Divina Providencia! Tanto que se llega a pensar si no existirá Dios únicamente para joderla de esta manera! Aquel descubrimiento onomasiológico, parecía un chiste del semanario La Traca. Pero la vida en la cárcel de la Modelo nunca se ha parecido a un chiste. Menos aún a ninguno de los publicados en La Traca. En la cárcel, Carceller y Bluff fueron torturados de forma bárbara y cruel, con el fin de obtener de sus bocas la identidad de un tercer colaborador de La Traca que firmaba sus colaboraciones como Marqués de Sade y Tramús, y que no era otro que el gran Enric Pertegás Ferrer, quien fuera director de la revista El cuento del Dumenge y considerado como un artista del desnudo femenino.

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La figura de Pertegás necesitaría un capítulo aparte para recordar su obra, no solo en La Traca, sino como pintor e historietista, creador de unos tebeos fantásticos. Y no es de extrañar que los golpistas intentaran echarle el guante al cuello en la guerra. Para el régimen, Pertegás era un obsceno y un inmoral con cuyas “desnudos pornográficos” seguro que miles de valencianos, incluidos curas, frailes, obispos y monjas fueron directos al infierno. Pertegás fue un genio de la pintura. Sus dibujos se vendieron como rosquillas anisadas y los semanarios donde figuraban, también. Sus viñetas, más que simples dibujos, eran obras de arte.

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Volviendo a Carceller, una vez que lo metieron en el trullo, su familia removió Roma con Santiago para conseguir que lo sacaran de él. En todas las ocasiones que lo intentó, recibió la teológica y piadosa respuesta del arzobispo de Valencia, Prudencio Melo y Alcalde: “Mil veces fusilado no pagaría todo el daño que le hizo a la iglesia”. Toda una alabanza viniendo de quien venía dicho hipérbaton.

Carceller decía ingenuamente, lo que es mucho decir en un cerebro tan escarmentado como el suyo, que no tenía miedo a los golpistas, porque “sus manos no estaban manchadas de sangre”. A lo sumo de tinta y de dinero. Pero se equivocó.

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De hecho, el día 10 de junio de 1939, terminada ya la guerra, se publicó una orden de búsqueda y captura contra su persona. Como si tratase de un forajido. Se pedía “localizar y poner a disposición de esta Brigada (militar) a los colaboradores del soez, obsceno e impúdico semanario valenciano, La Traca”. Ante este llamamiento, a Carceller le tuvo que entrar el canguelo y pensó que la cosa iba en serio. Así que no tardó en buscar refugio en distintos pisos de amigos que nunca le faltaron, pero la delación era un vicio demasiado extendido entre la población. Alguien lo denunció, seguro que a cambio de unas monedas, y cayó en manos de dicha Brigada. Fue el principio del fin.

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Detenido un 16 de junio de 1940, la dictadura tenía tanta prisa en vengarse que el 28 de ese mes, lo ejecutó en la localidad de Paterna junto con el dibujante Bluff y otros cuarenta presos más.

En este contexto, recuerda muy oportunamente Laguna una carta que escribió Carceller y que fue publicada en La Traca el 28 de julio de 1937, “una carta que vale para fusilarse mil veces” y que, dirigida a Franco, tenía todas las tracas y trazas de ser una premonición trágica: 

 “Franco: ¡ten piedad de mí! Ten piedad de este traquero humilde como una cabra; como un cordero inocente. Si me perdonas la vida yo te juro que ‘La Traca’ se convierte en La Gaceta de Burgos o Salamanca. Te alabará como a un santo; ensalzará tus campañas; proclamará tus victorias y silenciará tus planchas. Dirá que eres el caudillo más genial que hay en el mapa; que te gustan las mujeres y que a los hombres rechazas. Franco: serénate un poco y perdona a este canalla, que si siempre te atacó, hoy se arrepiente y te alaba. Arrodilladito y contrito te lo suplica con ansias tu novato servidor. El director de La Traca”.

Un consejo de Guerra lo juzgó y condenó a la pena de muerte. La sentencia se encuentra en el Archivo General e Histórico de Defensa en Madrid,. Tiene fecha del 19 de junio de 1940.

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Su redacción, más que escrita por militares, parece redactada por gerifaltes antiguos de la santa Inquisición:

“El citado semanario se dedicaba de la manera más baja, soez y grosera a insultar a las más altas personalidades representativas de la España Nacional, de la dignidad de la Iglesia y los principios informantes del Glorioso Movimiento Salvador de nuestra Patria, aprovechando la popularidad adquirida en años anteriores, en beneficio de la subversión marxista”.

Se los acusó de “los delitos de adhesión a la rebelión militar, previsto y penado en el artículo 238 párrafo 2º del Código de Justicia Militar, con la pena de muerte”.

El informe detallaba que “al ser liberada Valencia, el procesado trató de eludir la acción de la Justicia, ocultándose en domicilio distinto del suyo habitual. Es según sus propias manifestaciones, de antecedentes izquierdistas de toda la vida”.

Carlos Gómez Carrera, Bluff

Según afirmaba la sentencia que lo condenó, “Bluff’, de 35 años, dibujante, estaba afiliado a Izquierda Republicana, con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional. En el mes de noviembre de 1936 se trasladó de Madrid a Valencia, dedicándose en esta ciudad a colaborar en el semanario La Traca, publicando dibujos de la más baja moral, en los que se ridiculizaba al Generalísimo Franco y a los Generales de nuestra Santa Cruzada, apareciendo en los pies de estos dibujos las palabras más insultantes.  Fallamos: que Debemos condenar y condenamos a la pena de muerte a los procesados Vicente Miguel Carceller y Carlos Gómez Carrera. Los hechos que se declaran probados son constituyentes de un delito de adhesión a la rebelión militar”.

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Bluff y familia

La tercera víctima fue el dibujante José Mª Carnicero, a quien se condenó a treinta años de prisión mayor. Según la sentencia "durante su permanencia en zona roja publicó en el semanario La Traca dibujos e historietas en los que se insultaba a los invictos Generales del Ejército Español para la publicación de los cuales se entendía directamente, según sus propias manifestaciones, con el Vicente Miguel Carceller (sic)".

Tiene mucha gracia que en el periódico La Razón se diga que “Bluff era un dibujante que no hacía ninguna gracia a Franco” (18.3.2023). Y por esa “razón”, suponemos, lo mandó ejecutar. Lo que revela, no solo la catadura de bajo relieve moral del dictador, sino la manera obtusa que tiene el periódico de Marhuenda de recordar ciertos fusilamientos del golpismo, incluso llevados a cabo  una vez terminada la guerra.

Recordemos algunos de los dibujos de este Bluff que tanto encorajinó a Franco por los que lo mandó fusilar. En 1937, publicó la historieta ¿Qué le han traído a usted los Reyes Magos?. Estos Reyes Magos los encarnaban Mussolini y Hitler y entre los regalos que le traían al Dictador figuraban “carmín, polvos, crema y demás objetos de tocador para que se ponga más guapo de lo que es”.

Otro de los retratos más recordados de Bluff será aquél en que el dictador, maquillado de forma superlativa y mirando de forma lujuriosa y golosa unos plátanos, el texto acaba apuntillando: “¡Ay! Cuando veo de cerca ciertas cosas, ¡cómo me acuerdo de Marruecos!”.

Obviamente, no fue Franco la única diana de sus retratos. Un tema muy recurrente en sus dibujos fue denunciar la pasividad de las democracias europeas ante la guerra civil española. Bluff fue un tenaz crítico de los fascismos europeos representados por Alemania e Italia. En este sentido, encarnó muy bien la postura crítica contra esos fascismos, por un lado, y, por otro, la condena de las potencias europeas que no condenaron el golpe de Estado de los militares africanistas españoles como fue el escandaloso caso de la Inglaterra de Churchill.

Según René Parra, en las declaraciones que Bluff hizo ante el consejo de guerra, no tuvo ningún reparo en admitir ser el autor de los dibujos que ridiculizaban a Queipo y Franco. Y como quiera que ante el precipicio uno se agarra al aire para no caer en él, aseguró en su defensa que “en tiempos pasados había hecho dibujos contra Azaña” y haber colaborado en medios de derecha  como “La Libertad”, “Gutiérrez “ o “Gracia y Justicia”. Lo que era cierto.  

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En la cárcel “colaboró” en un semanario que se hacía en prisión y que, sarcásticamente, se titulaba Redención, dirigida a la reeducación de los presos, lo que suena a otro chiste de La Traca. Para este fin, Bluff creó la figura de “Don Canuto, ciudadano peso bruto”, llamado inicialmente “preso bruto”. Cuenta René Parra que dibujó dos historietas que fueron interpretadas por la dirección de la prisión como una crítica al régimen golpista, y que le valieron definitivamente la pena de muerte. Desató este infortunio el contenido de la historieta de dos pescadores que se disputaban la captura de un pez y que algunos interpretaron como “el triunfo rojo sobre una España Nacional desunida”.

En el libro de Lamberto Ortiz, “Redescubriendo a Bluff”, se recogen las dos últimas historietas que dibujó. La primera publicada el 20 de abril de 1940:

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Y la segunda, en la que supuestamente se representaba la pugna entre carlistas y falangistas de aquella época por repartirse España.

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Digamos como remate que Carceller está enterrado en un nicho, a día de hoy; Carlos Gómez todavía está en una fosa común

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¿Homenaje póstumo?

En 1997, el periódico Levante publicó una noticia en la que un grupo de personas “pedía a Rita Barberá, alcaldesa de Valencia, un homenaje para la figura de Vicent Miquel Carceller”.

En ese acto de homenaje al editor, se leyó un texto de Gonçal Castelló, compañero de celda de los fusilados, donde contaba que Bluff “también se esperaba este fin (salir de la cárcel) después de las torturas a que fue sometido, como comerse la revista”. Y todo por haber “dibujado a Franco rodeado de moros y en la que se decía que ganaría la guerra el que tuviera la retaguardia más segura”.

Esa petición a Barberá se hizo en 1997 y no consta que se llevase a delante dicho homenaje.

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Por el contrario, en octubre de 2019, el grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica, presidido por Matías Alonso, sí consiguió que se dedicara a Carceller el nombre de una calle, como homenaje a un “preclaro exponente de la cultura popular valenciana”. Y hay que decir que el Ayuntamiento de Paterna, localidad donde fue fusilado Carceller, reconoció públicamente la figura del editor otorgándole su nombre a la Biblioteca de La Canyada.

En mayo de 2022, el Ayuntamiento hizo lo propio con Bluff, dedicando una calle de Malilla para recordar “a uno de los principales humoristas de la España republicana”.

Sin lugar a dudas.

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Bibliografía

La información recabada en este reportaje está tomada de los libros que a continuación se citan. Sin ellos no hubiera sido posible escribirla. En cuanto a las portadas de revistas de La Traca y otros semanarios, el lector disfrutará de lo lindo, caso de que entre en Internet donde podrá verlas con absoluta complacencia. Lo mismo que las portadas de Gracia y Justica y Gutiérrez. Y, muy especialmente, el semanario El Piropo, con las pinturas de Pertegás. Una delicia.

Antonio Laguna Platero: Historia del periodismo valenciano. Valencia: Generalitat Valenciana, 1990.

Antonio Laguna y Francesc Martínez: Carceller, el éxito trágico del editor de La Traca. Valencia, El Nadir, 2015.

Lamberto Ortiz Torerro: Resdescubriendo a Bluff (1903-1940). El dibujante que se enfrentó al fascismo, Olé Libros, 2018.

René Parra: Bluff. La muerte de un dibujante, El Nadir, 2023.

La Traca, más que un semanario de risa