jueves. 18.04.2024
Cárcel de Sementales de Tudela
Cárcel de Sementales de Tudela

No hace falta ver un campo de concentración para odiar el fascismo; tampoco, para aceptar su contrario si uno es fascista. Ahora bien. Atribuir el mismo nivel ético a un campo de concentración con un edificio destinado a exaltar a unos militares golpistas que se sublevaron contra un gobierno legal y democráticamente constituido, denigra cualquier decoro comparativo. 

Un campo de concentración, en cuanto lo ves, te lleva a maldecir a quienes lo edificaron y, por extensión, las prácticas criminales que se infligieron en él como a quienes las ejecutaron y el sistema ideológico que lo propició y lo justificó.

El fascismo no está en las piedras, sino en el corazón del ser humano

Existen edificios que siguen produciendo en una parte de la población una nostálgica exaltación del golpismo fascista y, en otra, su repulsa y condena explícita. Y no es, no solo, por cuestiones de interpretación histórica. 

El asunto tiene que ver con la conformación ética personal. 

Cuando, ante un edificio, unos defienden su demolición y otros su resignificación milagrosa en Museo de la Historia o en un Centro Cívico Equis, nos hallamos ante la clara manifestación de una idea distinta de lo que entendemos por el bien y por el mal en términos éticos. 

Mantener un edificio que sigue glorificando y exaltando a quienes hicieron el mal y consagra una axiología basada en la guerra y en el exterminio como solución a los problemas políticos y sociales de una sociedad, no es ético. Un edifico de esta índole está pidiendo a gritos sordos su demolición.

Mantener un edificio que condena explícitamente a quienes hicieron de la tortura y de la muerte la solución final a los problemas de un Estado, como campos de exterminio, centros de detención y torturas, cárceles…, es compatible con el cultivo de una ética que salvaguarda la dignidad humana. Porque son espacios que denuncian el mal sin paliativos.

Mantener un edificio que sigue glorificando y exaltando a quienes hicieron el mal y consagra una axiología basada en la guerra y en el exterminio, no es ético

A la vista de ellos lo único que cabe pensar es cómo es posible que hayan existido energúmenos de esta calaña. Y no solo. Pensará que cómo es posible que haya gente que todavía los justifique, los exalte y los honre. 

¿Cuántos campos de exterminio franquista quedan de los que abundaron? ¿Cuántas cárceles y centros de tortura quedan como muestra de repulsa e indignación? ¿Por qué no se mantuvo la cárcel de Pamplona resignificada como acicate de la ética ciudadana frente a la barbarie? ¿Por qué la primera reforma del Fuerte de Ezkaba que hicieron los militares se cifró en eliminar los muros que acotaban el recinto carcelario y represivo?

Nadie, contemplando un campo de exterminio, podrá congraciarse con él, ni con el sistema político que lo hizo posible, a no ser que sea un crápula o un hijoputa. Por tanto, si se trata de edificios que, con solo mirarlos, arrojan un mensaje de consolidación de la ética, de la proscripción del mal, no habría por qué derribarlos. Por el contrario, si dicho edificio glorifica crímenes y barbaridades, no queda sino dinamitarlo.

Nadie, contemplando un campo de exterminio, podrá congraciarse con él, ni con el sistema político que lo hizo posible, a no ser que sea un crápula o un hijoputa

Pero conviene dejar claro que el ser humano no necesita edificios para odiar el mal y amar el bien. A estas alturas ya tendríamos que haber aprendido que de las guerras no sale nunca nada bueno. Porque si en algo es experto el ser humano es en entablarlas. En los cien años del siglo XIX, se sabe que Turquía dedicó 38 a guerras, España, 31, Francia 27, Rusia 24, Italia 23, Inglaterra 21, Austria 17, Hungría 14 y Alemania 13. ¿Hemos aprendido algo de ello? Cero patatero. 

Una persona adulta, capaz de hacer abstracciones éticas, no precisa de edificios para saber lo que debe odiar y lo que debe amar. Pero, caso de que los necesite, mejor será que en las ciudades y en los pueblos existan edificios que condenen sin ambigüedades morales y éticas el mal, sea este de la naturaleza que sea. Y no edificios que fueron erigidos para exaltar y glorificar una sociedad basada, no en un estado de Derecho, sino en un Estado de Excepción permanente y de exterminio.

En este sentido, la diferencia cualitativa entre el Monumento de Navarra a los caídos por Dios y por la Patria y la cárcel de Sementales de Tudela, donde se torturó y se asesinó, es sustantiva. 

Se “destrozan” los edificios que son pruebas fehacientes de humillación y  tortura y, por el contrario, se mantienen los que exaltan a quienes torturaron y asesinaron

Y no hace falta describirla porque se ha hecho miles de veces, pero ahí seguimos en el dique seco de la inhibición institucional, a pesar de lo que dice la Ley de la Memoria Democrática. No parece que estemos por la labor de distinguir entre un edifico y otro cuando, el primero se sigue manteniendo erecto, y la segunda, la cárcel de Tudela, ni siquiera se ha preservado con la categoría de lugar de la memoria. Al contrario, el PSN de Tudela ya mostró su negativa en diciembre del año pasado a que eso fuese una realidad, por no ser “un lugar adecuado de memoria histórica pese a que pasaron por sus calabozos más de 600 personas en los primeros meses de la Guerra Civil (Diario de Noticias, 17.12.2022). En este caso, el edificio ni siquiera se resignificará, sino que se recuperará el proyecto del arquitecto Moneo para recuperar Sementales, antiguo convento de san Francisco Javier. 

Se “destrozan” los edificios que son pruebas fehacientes de la humillación y de la tortura y, por el contrario, se mantienen los que siguen moviendo el botafumeiro de la exaltación a quienes torturaron y asesinaron. 

No es justo. Ni ético.

Lugares de humillación y lugares de exaltación