domingo. 28.04.2024
Aviones de guerra israelíes bombardean bases de Hamás en Gaza | israelnoticias.com

Lluis Bassets, el pasado 27 de julio de 2023 en El País, recordaba a Shlomo Ben Ami, exministro de Exteriores israelí, quien en su recentísimo libro Profetas sin honor. La lucha por la paz en Palestina y el fin de la solución de los dos Estados (RBA, 2023) dice: “A las naciones casi nunca se las asesina: se suicidan. Y la ocupación va camino de desembocar en la autodestrucción de Israel”. 

  1. Palestina ¿Patria ancestral de los judíos del reino Judea y de los israelíes del reino de Israel?
  2. El ¿homicidio de Palestina?
  3. El horror de la historia

El pasado 22 de septiembre, en una entrevista a RTVE, Ben Ami muestra, más que escepticismo, un pesimismo casi trágico: "hoy ya no tengo esperanza de una solución en la que habrá dos estados. Uno para los palestinos. Uno para los israelíes" porque "los pecados de la ocupación israelí se están convirtiendo imperdonables" y añade que este conflicto es “muy complejo, un nudo difícil de deshacer [...] tenemos que enfrentarnos y entender que a veces la guerra es más fácil que la paz.

La sinopsis del libro de Ben Ami dice:

En el año 2000, se celebró en Camp David una cumbre entre el presidente estadounidense Bill Clinton, el líder de la OLP Yasir Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak, para dar un gran impulso al proceso de pacificación del conflicto palestino-israelí. Sholomo Ben Ami, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Israel y una figura relevante en aquella cumbre, realiza una crónica pormenorizada no solo de aquel acuerdo fallido, sino de todos los posteriores intentos de resolver dicho conflicto, que llegan hasta la actualidad. El resultado es Profetas sin honor, que, además de un libro recorre la historia política de Oriente Próximo durante todo el siglo XXI, también es un profundo y ecuánime análisis de las razones por las que todas las iniciativas de diálogo han acabado en fracasos por ambas partes.

El pasado 13 de septiembre, en el canal 5 de la cadena francesa france·tv, celebraron un debate con motivo del 30 aniversario de los acuerdos de Oslo I, presentando el programa así: “Cuando la historia golpea el presente y le da un sabor amargo... Hace exactamente 30 años, se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Yasser ARAFAT y Yitzhak RABIN, generando una inmensa esperanza en Medio Oriente... 30 años después, la desesperación ha prevalecido y ahora existe el temor de que Israel se deslice hacia un régimen antidemocrático o iliberal... Israel se encuentra en un punto de inflexión en su historia política, lo debatiremos con...” [1].

Todas las razones hasta aquí expuestas fueron publicadas poco antes del ataque terrorista de Hamás del pasado sábado, 7 de octubre, a Israel, pero todas plantean la posibilidad de la tragedia. Criminal, pero tragedia.

¿Por qué fracasaron los acuerdos de Oslo?

¿Cómo atrevernos a hablar en nombre de unos o de otros sin caer ora en el maniqueísmo, ora en ser equidistantes, ora en volvernos revolucionarios de salón?

¿Somos arrogantes cuando exigimos, cada uno a los suyos, porque tienen la razón de su parte, o a los otros, porque se lo tienen merecido, que apechuguen con la tragedia que les toca vivir?

George Steiner, en una entrevista póstuma concedida a Nuccio Ordine (publicada en El País, febrero de 2020) asumía, él, un gran pensador, lo difícil, o peor, lo pedante que puede llegar a ser hablar desde la indignación moral sobre lo que otros resuelvan en su padecimiento:

Soy antisionista (postura que me costó mucho, hasta el punto de no poder imaginar la posibilidad de vivir en Israel) y detesto el nacionalismo militante. Pero ahora que mi vida está llegando a su fin, hay momentos en que pienso: ¿quizás me equivoqué? ¿No habría sido mejor luchar contra el chovinismo y el militarismo viviendo en Jerusalén? ¿Tenía derecho a criticar, cómodamente sentado en el sofá de mi hermosa casa de Cambridge? ¿Fui arrogante cuando, desde el extranjero, intenté explicar a las personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado?” (George Steiner)

La tragedia se da en una endiablada mezcla de las razones tan correctamente expuestas por Steiner (¿cómo “explicar a las personas en peligro de muerte cómo deberían haberse comportado”?) y por Ben Ami (“nos sobran propagandistas como Netanyahu, y asesinos como los de la cúpula militar de Hamás. Con ellos difícilmente podemos pensar en una visión de futuro. Nos faltan líderes” El País, 10 de octubre de 2023).

Y, sumando a estas reflexiones nada complacientes, y aún menos equidistantes, la tragedia se alimenta de una mirada maniquea: los buenos son lo míos, lo otros son lo malos.

La desesperanza que Ben Ami muestra por la imposible solución de los dos estados nos debe hacer recordar que la oportunidad de dos estados sólo podía -y sólo podrá- basarse en que, no sólo se reconozca el derecho de los dos estados a existir, sino que, y especialmente por parte de los estados vecinos de Israel, se defienda de palabra -al menos, de palabra- ante terceros (Irán, hoy, y hace 30 años también ante Arabia Saudita) ese derecho.

En el presente se da una distancia insalvable entre las razones de los líderes (más o menos acompañados por sus sociedades) para sostener la guerra. Los dos liderazgos son infames. La infamia de Netanyahu la conocemos, y nosotros, aquí, en España, la conocemos de sobras: nacionalistas de todo signo tapando las vergüenzas de sus corruptelas envolviéndolas con la bandera. “La infamia de Hamás [sostiene Ben Ami]permanecerá durante largos años como una muralla entre israelíes y palestinos”, y dará razón y justificación para que “las personas en peligro de muerte” apoyen la infamia de Netanyahu. Y hará cierto que “Con ellos difícilmente podemos pensar en una visión de futuro. Nos faltan líderes”. Y, sí, Netanyahu y Hamás se parecen: son nacionalistas de derecha o extrema derecha, cuyo lema es el de "cuanto peor, mejor". Y para los dos, la guerra iniciada por la acción terrorista de Hamás es cuanto peor, mejor. Mejor para sus infames intereses. Peor para todos los civiles.

Aquella mujer palestina que fue grabada por unos reporteros de televisión será, tal vez, la única voz templada que vayamos a escuchar "Ojalá [interjección tan nuestra que viene directamente de Insh'Allah: Dios quiera] Dios los proteja a ellos y a nosotros". A decir verdad, y mientras la mirada maniqueista sea la hegemónica, no me cabe ninguna esperanza de que ningún dios los vaya a proteger, ni a unos, ni a los otros. Y menos sus dioses.

Pero... Insh’Allah. Ojalá.

La mirada maniquea sobre la tragedia palestino-israelí refuerza las dos infamias. Dos infamias que pudren a sus sociedades, que sacrifican a sus ciudadanos, cada una en sus altares, que no son los mismos ¿Cabe equipararlos? Porque el peligro de huir del maniqueísmo es caer en la cómoda equidistancia. Ninguna de las dos opciones, ni el maniqueísmo ni la equidistancia, siempre explicadas en la sobremesa o en la barra, darán una oportunidad a la paz.

Palestina ¿Patria ancestral de los judíos del reino Judea y de los israelíes del reino de Israel?

Amnistía internacional, en un artículo publicado por Alejandro Gálvez el 22/11/2022, centra el inicio del conflicto en los años 1947, (“Resolución de la ONU 181 (II). Esta resolución dividió la región en dos Estados: uno árabe y otro judío. A este último se le asignó el 54% del territorio. A Jerusalén, ciudad clave para ambas culturas, se le asignó un estatus de “corpus separatum” bajo un régimen internacional.”) y 1948, cuando un día después de que Ben Gurión proclamara en Tel Aviv el estado independiente de Israel, tropas de Egipto, Iraq, Siria, Jordania y Líbano con el concurso de voluntarios de otros países árabes, declararon la guerra para la destrucción de Israel.

El autor recuerda, como otros últimamente, que los problemas empezaron con la aparición del “sionismo [que] es un movimiento nacionalista que persigue la creación de un Estado judío y democrático en la Tierra Prometida del judaísmo, localizada en la Palestina histórica. Movidos por razones económicas, nacional-religiosas y humanitarias, los judíos comenzaron a emigrar hacia esta Tierra Prometida en 1881

Un poco de historia, el término aliyah significa "ascenso" en hebreo, y se refiere al regreso de los judíos a su ¿patria ancestral?:

La población judía en Oriente Medio antes de 1882 se estimaba en unos 250.000 personas. De esta cifra, aproximadamente 150.000 vivían en Palestina (sobre todo ashkenazíes y sefardíes), 50.000 vivían en Irak y 50.000 vivían en otros países de la región, incluidos Siria, Líbano, Egipto y Turquía.

Primera Aliyá (1882-1903): La primera oleada de inmigración judía a Palestina, motivada por las persecuciones a las que eran sometidos los judíos en Europa, especialmente en Rusia. En esta oleada, unos 25.000 judíos emigraron a Palestina, donde establecieron nuevas comunidades agrícolas y urbanas.

Segunda Aliyá (1904-1914): La segunda oleada de inmigración judía a Palestina, fue aún mayor que la primera. En esta oleada, unos 40.000 judíos emigraron a Palestina, donde continuaron con el desarrollo de las comunidades judías.

Tercera Aliyá (1920-1939): La tercera oleada de inmigración judía a Palestina, fue la más grande de todas. En esta oleada, unos 600.000 judíos emigraron a Palestina, huyendo de la persecución nazi en Europa.

Cuarta Aliyá (Aliyá Bet, o “Ascenso B” en código) (1939-1948): La inmigración clandestina de los judíos a Palestina durante el Mandato Británico. En esta oleada, unos 200.000 judíos emigraron a Palestina, a pesar de las restricciones del Mandato Británico.

Aliyá de los refugiados (1948-1951): La inmigración de los judíos que huyeron o fueron expulsados de sus hogares en los países árabes tras la guerra árabe-israelí de 1948. En esta oleada, unos 700.000 judíos emigraron a Israel, aproximadamente: 50.000 de países árabes vecinos, 150.000 de Irak, Irán, Yemen y otros países de la ribera sur del Mediterraneo y 500.000 de la Unión Sovietica. 

Los antiguos reinos de Judea e Israel fueron sucesivamente conquistados, y con sus habitantes expulsados en mayor o menor medida (especialmente se expulsaba a los que hoy llamaríamos profesiones liberales y clases medias) por el Imperio Asirio en el s VIII aC (que, de paso, también subyugó las ciudades estado de los filisteos, situadas aproximadamente en un franja litoral que ocupaba la actual Gaza y otro tanto siguiendo hacia el norte). Tras éste, fueron dominados por el Imperio Persa (nuevo éxodo) y el de Alejandro el Magno.

Tras este último, el reino de Judea mantuvo una precaria independencia (las ciudades estados filisteas no, los filisteos ya no volvieron a ser independientes) hasta la dominación romana, que la convirtieron en una provincia más de su vasto imperio.

Los judíos, del reino de Judea, se rebelaron tomando las armas en guerra hasta en tres ocasiones: en el 66 dC, que acabó con la sangrienta toma de la capital del reino de Judea y la matanza general provocada por un rumor: los judíos querían llevarse su oro fuera del alcance de las legiones romanas. Flavio Josefo afirma en sus crónicas de la guerra que más de cuatrocientos mil judíos murieron “por la fuerza de las armas, por el fuego, por el hambre y por la pestilencia”. Tras los éxodos provocados por la dominación asiria y persa, esta guerra concluyó con un nuevo éxodo -propiciado por la destrucción del Templo de Salomón por el general romano Tito- del pueblo de Judea, el tercero, pero no último.

A pesar de la dura derrota, se dieron dos revueltas militares más. La primera en el año 113 dC, siendo emperador Trajano, y la segunda, y decisiva para el futuro de Judea, la rebelión de Bar Kojba en el año 132, siendo emperador Adriano, siendo el casus belli los decretos dictados contra la religión judía (prohibición de realizar el Brit Milá y de respetar el Sabbat) y la fundación de Aelia Capitolina en el lugar de Jerusalén, que fue arrasada.

Adriano quiso acabar de una vez por todas con el problema judío, y mandó sus legiones a perseguir hasta la muerte a los judíos allí donde estuvieran ya fuera Egipto, ya fuera Mesopotamia. No hay registros fiables, aunque no es descabellado aceptar que fueron asesinados alrededor de medio millón, y otros tantos distribuidos como esclavos por distintas provincias de su Imperio.

Adriano, el 135 dC, y con el fin de poner broche final al problema judío (sus revueltas por la independencia de su tierra, con su capital, Jerusalén, mucho antes de que ni cristianos ni musulmanes la quisieran convertir en la (falsa) cuna de sus religiones), aplicó la estrategia tan cara a los romanos de la damnatio memoriae, es decir, borrar de la memoria, para así borrar de la historia, al vencido. Para ello creó de la nada un ente político, suma de dos provincias, la de Siria y la de Judea, cuyo nuevo nombre, en un alarde político sin precedentes, creará las bases para un problema que no tiene ni 66, ni 67, ni 79, ni tampoco 141 años, sino que se arrastra desde hace casi dos mil años. Y esa inicua base fue llamar a la nueva provincia Siria Palestina.

En el s IV dC, la provincia Siria Palestina se volvió a dividir, pero la parte correspondiente al antiguo reino de Judea se convirtió en tres territorios: Palestina Prima, Palestina Secunda y Palestina Tertia, y Jerusalén mantuvo el nombre de Aelia Capitolina. La damnatio memoriae en toda su potencia y esplendor.

El ¿homicidio de Palestina?

Nada de esto justifica a Netanyahu, pues ya sabemos que su infamia no proviene -sólo- de unos supuestos (y falaces) derechos históricos, sino de la muy conocida costumbre (también aquí la debemos soportar: desde Mas hasta Rajoy) de envolver la corrupción con las banderas del nacionalismo.

Pero aún menos justifica ni a AI ni a nadie, y aún menos a Hamás, por muy moralmente superior que se sienta uno, a olvidar que no debemos -poder, podemos: ya se hace, pero no debemos- tirar de la historia, ni cercana ni lejana, ni propia ni extraña, para hacer valer falsos derechos históricos, especialmente si se asocian a un nombre, negando que, como todo nombre, su uso y nacimiento es artificial y convencional.

Resolver un grave problema en base a derechos históricos siempre son idealizaciones románticas, y el terrorismo es un romanticismo llevado a su grado extremo, el nihilista. Ni cargo las culpas morales a los romanos (eso sería caer en el presentismo), ni creo que una mirada maniqueista (los míos son los buenos, los otros los malos) dé con el camino. Por eso he expuesto una historia complicada. No para dar la razón a unos u a otros, sino para hacer ver que no hay posibilidad de deshacer este nudo gordiano apelando a derechos históricos sobre la tierra, sobre esa tierra, sobre cualquier tierra, ni de unos, ni de otros.

Solo desde la extrema honestidad de saber que todo es artificial y convencional, que no existen derechos históricos de nadie sobre nada, se puede evitar tanto el suicidio de Israel como el homicidio de Palestina.

Hamás no es Palestina, como el ejecutivo de Netanyahu no es Israel.

Se hace necesaria una mirada atenta, curiosa, benefactora como la de Ben Ami, tan lejos del maniqueísmo como de la equidistancia, para poder hacernos ver el futuro con un mínimo de esperanza:

Si en algún momento hay líderes con visión, lo que ha ocurrido ahora en Gaza y sus alrededores no tendría por qué ser un obstáculo para un acuerdo futuro. Entre Alemania y Francia ha habido mucha más sangre a lo largo de la historia que entre israelíes y palestinos.”

Si en algún momento somos capaces de no ser maniqueos (los míos, aunque a veces se equivoquen, son los buenos, lo otros son los malos), el tiempo de “líderes con visión” tendrá una oportunidad.

Si nos aferramos a los derechos históricos, el decidir en qué momento de la Historia ésta deviene en fuente de derechos sobre el territorio no será inocuo. Estará sesgado por los intereses de parte que defendamos y la infamia de unos y otros, como afirma Ben Ami, “permanecerá durante largos años como una muralla entre israelíes y palestinos”.

El horror de la historia

Axl y Beatrice, una pareja de ancianos que hace tiempo perdieron a su hijo, aunque no recuerdan el porqué de su desaparición, inician un viaje en su búsqueda. En la Inglaterra en que viven, imaginada por Kazuo Ishiguro, se da un niebla con el extraño poder de hacer que pierdas parte de la memoria. Sabes comer, sabes trabajar, reconoces a tus vecinos, recuerdas cosas, pero olvidas el porqué de muchos hechos.

En la búsqueda del hijo perdido sin un porqué se les sumará un guerrero sajón, Wistan, el ultimo de los caballeros artúricos, Sir Gawain, y un joven con una rara herida.

Cada uno tiene sus razones para disipar la niebla, para reivindicar la memoria. Cada uno avanza por esa especie de viaje iniciático en busca de su verdad. Ishiguro, con un final verosímil pero inesperado, nos recuerda que, acaso, el olvido es muchas veces necesario, que traer constantemente al presente los fantasmas del pasado, mantener vivo el odio, ese odio que sirvió demasiadas veces para forjar pueblos y naciones a sangre y fuego, es fuente de tragedias.

Aunque se diera el supuesto de que Hamás o Netanyahu tuvieran uno u otro toda la razón y fuera de justicia lo que, uno u otro, demandan, hay que huir del Fiat iustitia, et pereat mundus... No siempre la justicia total es la justicia deseable. Ni la memoria total es la memoria deseable. Podría decir que los infames líderes del actual ejecutivo israelí y de Hamás, si leyeran el libro, tal vez darían una oportunidad al olvido, pero sería caer por mi parte en la ñoñez y en la ingenuidad.

Me conformaría con que nuevos y viejos lectores de Kazuo Ishiguro, tras leer su "El gigante enterrado", tuvieran parecidas dudas a las que tengo cuando pienso en el suicidio de Israel y en el homicidio de Palestina.


[1] “Quand l’histoire vient percuter le présent et lui donner un goût amer… Il y a 30 ans jour pour jour, les accords d’Oslo étaient signés entre Yasser ARAFAT et Yitzhak RABIN provoquant un immense espoir au Proche-Orient… 30 ans plus tard, le désespoir l’a emporté et il y a désormais la peur d’un glissement d’Israël vers un régime anti-démocratique ou illibéral… Israël a un tournant de son histoire politique on en débat avec...

El ¿suicidio de Israel?