viernes. 03.05.2024

A lo largo de las décadas los intentos por frenar las olas migratorias han resultado tan inútiles como letales. Las guerras, el hambre, la pobreza extrema y los efectos del cambio climático, continúan impulsando la marcha de miles de seres humanos que diariamente, y en cualquier lugar del mundo, emigran en busca de mejores perspectivas de vida; el mismo fin que persiguieron los europeos que durante principios y hasta mitad del Siglo XX huyeron de sus respectivos países, y por razones similares.  

Con el resurgir de las derechas más extremas afloraron las voces de quienes se abogan la tarea de deshumanizar al inmigrante, de quitarle identidad, de transformarlo, incluso, en el “enemigo”, en ese foráneo que hace peligrar nuestro trabajo, nuestras pensiones, nuestro sistema de salud. “Un MENA 4.700 Euros al mes. Tu abuela 426 Euros de pensión por mes”, rezaba aquel cartel de campaña -sobrecargado de odio- que VOX exhibió en la vía pública.  

Las guerras, el hambre, la pobreza extrema y los efectos del cambio climático, continúan impulsando la marcha de miles de seres humanos

La deshumanización del inmigrante, transformada en sentido común, fuerza el desinterés, la apatía, la insensibilidad que pueda reportar tal drama humano. Para la prensa hegemónica, vocera y defensora de quienes cuidan sus intereses financieros, los cientos de niños que anualmente se traga el Mediterráneo, no son seres humanos, sino “ilegales”. Y en esa diferenciación reside la justificación infame a esas muertes que no ocuparán las primeras planas, ni significarán una toma de conciencia general, un “Todos Somos….” o un luto que nos tiña de negro a todos.

Una vez estigmatizado el inmigrante (e incluso criminalizado), las autoridades de los mismos países que los necesitan cuando escasea la mano de obra barata, se encargarán de idear los más rebuscados modos para intentar impedir su entrada. Abundan los ejemplos de las “medidas” más extremas en pos de repeler los intentos de salto a las vallas o a muros, y de cruces de mares o ríos.  

Boyas gigantes y un cerco de alambre en el Río Bravo para impedir la entrada de inmigrantes desde el territorio mexicano

En 2014, el por entonces Ministro del Interior de España, Jorge Fernández Díaz, celebraba la colocación de cuchillas afiladas y alambres de espino en las vallas que separan Ceuta y Melilla del resto del Continente Africano. Por su parte, Amanecer Dorado, partido que crecía al ritmo en que se agudizaba la crisis griega, proponía electrificar las fronteras que delimitan el territorio de los antiguos griegos; y Trump anunciaba la construcción del muro anti-mexicanos, enjaulaba niños y finalmente enviaba a 15 mil militares para combatir la “invasión”.

El pasado 8 de julio las autoridades de Texas decidieron instalar una cadena de boyas gigantes y un cerco de alambre en el Río Bravo para impedir la entrada de inmigrantes desde el territorio mexicano, una estrategia que no solamente no salva vidas, sino que ya se ha cobrado la de dos inmigrantes que fallecieron luego de quedar atrapados en esa obstrucción. Las obstrucciones de Texas están en un tramo de 305 metros en la zona de Eagle Pass, de los que 230 metros corresponden a México, según ha denunciado la SRE, que ha enviado dos quejas diplomáticas a Washington al respecto. “La instalación de dicho muro de boyas alambradas es una flagrante violación a la soberanía mexicana e impacta en la seguridad, integridad y derechos humanos de las personas migrantes”, respondieron desde el gobierno mexicano, sin que de momento la Casa Blanca se haya pronunciado al respecto. 

Los ahogamientos de migrantes que cruzan el río fronterizo son habituales, pero la muerte de dos hombres jóvenes como consecuencia de la instalación de las boyas ha generado un cruce de declaraciones entre las autoridades de los dos países.

Nada detiene el flujo migratorio