sábado. 27.04.2024
Emmanuel Macron

Macron es mejor que Le Pen, pero no es un gobernante ideal. Si bien muchos respiramos aliviados al saber que la ultraderecha no se haría con el poder en Francia, no es menos cierto que el presidente galo no se ha caracterizado por llevar a cabo una política redistributiva ni por asistir a quienes menos tienen, antes al contrario, su verdadero empeño ha sido tener contentos a los más poderosos y codearse con ellos en una búsqueda equivocada de la grandeza perdida. En una Europa a la deriva, que por otro lado ha conseguido niveles de coordinación impensables antes de la pandemia, Macron es un mal menor, pero no por ello deja de ser un mal, el que representa la política de los últimos años, esa que cada día crea más excluidos y por tanto contrarios al sistema.

Hace unos días, el presidente francés afirmó que habíamos llegado al fin de la abundancia. Acostumbrado como muchos de sus antecesores a las grandes frases para la historia, no sabemos a ciencia cierta lo que quiso decir Macron, si se refería a que habíamos llegado a un tiempo en el que deberíamos terminar con el derroche o a otro en el que la escasez de bienes y suministros de primera necesidad marcarían nuestra cotidianidad. Pienso que se refería a lo primero, sin embargo me parece que Macron no se da cuenta de que hace mucho tiempo que gran parte de los franceses, de los españoles, los italianos o los alemanes no se pueden permitir malgastar, derrochar o despilfarrar porque viven al día o han de esforzarse sobremanera para cubrir los gastos domésticos y que son sus amigos, los grandes oligarcas del continente los que han tirado y tiran el dinero con desenfreno, los que se llevaron las industrias a Oriente para abaratar costes, es decir para bajar salarios y empobrecer a los habitantes de sus respectivos países. Todo con el consentimiento de gobiernos como el suyo.

Europa sigue siendo un continente rico, uno de los más ricos, pero la política neoliberal la ha puesto en el camino de la pobreza porque un número cada vez mayor de sus ciudadanos no encuentra los ingresos suficientes para poder llevar una vida digna. No una vida de lujo y despilfarro como decía Fernando Fernán Gómez, sino una vida normal en la que sea posible tener una casa, un frigorífico con alimentos decentes y un árbol en la puerta de casa. Europa va camino a la pobreza por políticos como Macron y la pobreza no es ya la esperanza revolucionaria que fue cuando de verdad la mayoría de la población vivía en esa situación, sino que es el fermento de la reacción, de la involución, del regreso al poder de los peores, de los hombres del antiguo régimen que fueron relegados a la oscuridad por el avance del progreso que aportaban las ideas liberalizadoras.

Europa tiene que forzar la negociación, ha de buscar como sea el fin de la guerra por vías diplomáticas, si no, no sólo será el final de la abundancia, sino también el de la democracia

Europa no está en guerra. Al menos no debía estarlo. Rusia invadió Ucrania porque la política exterior norteamericana pretendía aislarla y dejarla como un enorme cabo suelto en el concierto de las naciones. Después de años y años de negociaciones al más alto nivel, no se dio a Rusia otra salida que la del sometimiento o la guerra y, claro, los dirigentes autoritarios nunca tienen dudas ante esa disyuntiva, más cuando se posee uno de los mayores arsenales atómicos del mundo, Ningunear a Rusia, no ceder a ninguna de sus peticiones, llevar hasta el extremo políticas expansivas de cerco militar nos han llevado a una situación que habría sido perfectamente evitable si en vez de buscar salidas extremas se hubiese bregado por una solución de concordia en la que todos perdiesen y todos ganasen. No ha sido así, Europa, la Europa de Macron y Merkel, de Draghi y de Orban -sí, Orban también es Europa- decidió seguir a Estados Unidos, apoyar su estrategia de acoso y derribo, atreviéndose a cosas tan demenciales como bloquear las importaciones de Rusia: Si dependes del gas, del cereal, de los abonos rusos, ¿cómo es posible que te atrevas a amenazar al que te los vende cuando los puede vender en cualquier otra parte del mundo? ¿Cómo es posible que la estrategia exterior europea ante la invasión de Ucrania haya producido un efecto tan pernicioso para los europeos sin que Rusia haya dado la más mínima muestra de rectificación? ¿No sabían los dirigentes de la Unión Europea el efecto rebote que tendría esa política irracional? ¿Desconocían la crisis que sus decisiones ocasionarían? ¿Ignoraban que tales decisiones no beneficiarían en nada al gobierno derechista de Zelensky ni contribuirían a aminorar los desastres de la guerra mientras que si coadyubaría a empobrecer a la propia Unión?

A la hora de tomar decisiones ante situaciones de la máxima gravedad es preciso confrontar ideas, poner unas contra otras, evaluar sus efectos con la máxima precisión y considerar si con ellas se consiguen los efectos deseados. Es evidente que, en su seguidismo ciego respecto a Estados Unidos, la Unión Europea se ha equivocado. No ha conseguido detener la guerra, ni asfixiar económicamente a Rusia ni disminuir la destrucción de las ciudades ucranianas, se ve obligada a quemar carbón de nuevo en plena transición a un modelo energético verde, compra gas yanqui ultracontaminante  producido por fracking y empobrece a sus ciudadanos, cada vez más castigados por un proceso progresivo de pauperización que contrasta con el exponencial enriquecimiento de sus oligarcas y de las grandes compañías transnacionales que imponen su ley al margen de la Ley.

No, Europa no está en guerra, Europa ha puesto en marcha una estrategia tan absurda que lo único que ha conseguido ha sido castigar a sus ciudadanos, ayudando de ese modo a que el descontento crezca y alimente al monstruo ultraderechista. Pero es que además, los dirigentes europeos parecen no haber entendido lo que está pasando, y si lo entienden no lo quieren explicar: Aquí se trata de un cambio geoestratégico que pretende situar otro centro económico del mundo en el eje Moscú-Pekín, Moscú como suministrador abundante de materias primas, Pekín como la fábrica del mundo que ayudaron a construir los grandes emprendedores europeos y americanos. No entender eso es como escupir al cielo, no negociar partiendo de ese conocimiento, no llegar a acuerdos para canalizar las nuevas relaciones internacionales inevitables es abundar en el error y en la insustancialidad de la Unión Europea en la esfera mundial.

Europa tiene que forzar la negociación, ha de buscar como sea el fin de la guerra por vías diplomáticas partiendo de la nueva realidad. Si no es capaz de ver el horizonte que se está dibujando, de situarse en él con habilidad, sin seguidismo, no sólo será el final de la abundancia, sino también el de la democracia que creó tras la II Guerra Mundial ese espacio geográfico más próspero y justo de la historia.

El fin de la abundancia