domingo. 28.04.2024
Las Fuerzas Armadas Suecas y los Marines de EE. UU. practican la defensa de Gotland. (Foto: OTAN)

La desaparición de la URSS llenó de alegría a los estrategas norteamericanos que pensaban había nacido un largo periodo de hegemonía en solitario de su país. La aproximación a China iniciada en tiempos de Nixon y la aparición de las nuevas tecnologías digitales hicieron posible que con mano de obra barata y un aparato militar sin parangón se produjese la mayor acumulación de capitales de la historia en un solo país. La ecuación era casi perfecta. No hay rival. Nos cargamos todos los logros del periodo socialdemócrata conseguidos gracias, entre otras cosas, al miedo a la URSS. Nos llevamos la producción mundial de manufactura tradicionales y nuevas a China y los países que la rodean. Hacemos descender los sueldos en todo el mundo occidental de forma que cada vez sea más difícil que los Estados puedan garantizar la salud, la educación o las pensiones. Privatizamos tras demostrar que no hay dinero para prestar buenos servicios, pero después acudimos con nuestras empresas dispuestas a prestarlos por mucho más dinero, que entonces lo sacarán de debajo de las piedras. Sin industrias que creen trabajo estable, sin otra potencia que nos tosa, sin servicios públicos decentes, asistiremos a un progresivo distanciamiento de los ciudadanos respecto a la democracia, sistema que considerarán corrupto, ineficaz y atrasado. En ese tiempo ya habrá surgido China como potencia futura, pero no será un problema grave. China no utiliza la guerra para expandirse, prefiere la paz y la penetración lenta, cautelosa, discreta. Le daremos guerra que es lo que mejor que sabemos hacer.

Habría bastado con que Estados Unidos y sus criados europeos hubiesen concedido a Rusia la neutralidad de Ucrania, sólo eso, para que el malvado Putin no hubiese organizado esa carnicería que tantas vidas de inocentes se está llevando. Pero no, había que llevar al último extremo la política de acoso y derribo, de aislamiento; tenían que volver a inventar un mundo bipolar, de buenos y de malos, al fin y al cabo así nos educaron desde el principio de los tiempos, dioses y demonios, tarzán y los negros caníbales, los indios salvajes y el civilizado Séptimo de Caballería, islam sacrílego y cristianismo verdadero, demócratas y comunistas. En fin, la misma estrategia que el capitalismo ha usado para perpetuarse a lo largo de los siglos aumentando cada año que pasa la desigualdad entre hombres que nacieron y son iguales y que algún día, cuando estos siglos de barbarie sólo se conozcan con asombro por los libros, lo serán de verdad.

Cuando la democracia está siendo atacada, y en muchos casos sometida, por las grandes transnacionales de antes y de ahora, a quienes gobiernan el planeta, no se les ocurre otra cosa que abrir de nuevo el mundo de los buenos y los malos

Putin, aparte de ser un desalmado, cometió el error estratégico de invadir Ucrania porque era exactamente eso lo que estaban propiciando y esperando desde el Pentágono. Cayó en la celada. Por su parte Estados Unidos y sus siervos europeos subestimaron la capacidad de resistencia de Rusia. Putin podía haber arrojado una bomba atómica sobre un territorio deshabitado, haber cortado el gas a Alemania de la noche a la mañana o prohibir la venta de cereales y abonos a quienes la estaban cercando militarmente. No lo hizo y prefirió la guerra convencional. Los “aliados” de ahora respondieron dejando de comprar combustibles fósiles y otras mercaderías sabiendo que esos productos se venderán en Asia sin ningún problema y que probablemente no haya vuelta atrás, de modo que lo que hacen los países europeos no es fastidiar a Rusia sino a sus ciudadanos, que ven como cada día que pasa todo es más caro, muchísimo más caro porque todo el mundo se ha aprendido lo de la guerra y encuentra en ella una escusa perfecta para incrementar los precios de lo que sea, da lo mismo que sea el aceite de girasol, que sí, que viene de Ucrania en buena medida, que el aceite de oliva cuya última cosecha acabó en enero de este año, es decir bastante antes de la invasión. Como el mercado es libre, nadie interviene, sólo los especuladores, los intermediarios que son, como siempre en estos casos, los que se llevan la parte del león. Aumenta el descontento, la desafección, el voto a los partidos de extrema derecha que son los causantes de todo esto. Hay solución: Convertiremos la cumbre de la OTAN de Madrid en la cumbre del bien y del mal. Allí sabremos y decidiremos de nuevo quienes son los buenos, quienes son los malos, y volveremos a hacer películas contra el nuevo-viejo enemigo, y apelaremos al patriotismo y a las banderas, y venderemos seguridad insegura a precio de oro, y nos armaremos hasta los dientes con armas del Tío Sam, que siempre tiene excedentes, para matar a los malos, para aniquilarlos, para no dejar rastro de ellos. Porque siempre ha sido mejor someter que dialogar, que comprender, que ceder, que acordar. Siglos de experiencia. Y entusiasmaremos de nuevo a nuestros pueblos con el fervor guerrero, con el enemigo que acecha a la vuelta de cada esquina, con el miedo y el ardor guerrero, con la sangre ajena, que es algo que enamora.

Estados Unidos ha decidido -lo viene planeando desde que China comenzó a despuntar gracias a que ellos mismos y sus esclavos europeos la convirtieron en la fábrica del mundo- crear un nuevo eje del mal. Para ello era imprescindible romper toda relación con Rusia, cercarla, negar su naturaleza europea y recluirla en el mundo asiático. Expulsada Rusia de Europa, los malos quedarán reducidos a parte de Asia y a los países en los que ha penetrado Rusia y, sobre todo China, en África y América. Es un disparate, pero un disparate real nacido de mentes muy pequeñas que piensan que el mundo del cambio climático destructor e imparable puede seguir adelante sin contar con más de cuatro mil millones de personas.

Cuando el mundo tiene que responder con urgencia al incremento de temperaturas que en pocos años hará muy difícil la vida en el planeta, cuando la desigualdad norte-sur y dentro de las naciones desarrolladas aumenta año tras año dejando a millones de personas en la pobreza más absoluta, cuando el desafío digital necesita de todos los esfuerzos para someter a las grandes tecnológicas al imperio de la Ley, cuando la democracia está siendo atacada, y en muchos casos sometida, por las grandes transnacionales de antes y de ahora, cuando cientos de millones de personas miran al futuro con pesimismo, a quienes gobiernan el planeta o al menos eso pone en sus tarjetas de visita, no se les ocurre otra cosa que enterrar la diplomacia, el diálogo y abrir de nuevo el mundo de los buenos y los malos. Todo un dislate que pagaremos caro.

Quieren declarar la guerra al mundo