jueves. 25.04.2024
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Dulce Virginia es el título de una maravillosa canción escrita por los Rolling Stones –Jagger y Richard- allá por el año 1972, cuando todavía andaban enzarzados en conciertos míticos y fiestas que juntaban los días con las noches y las noches con los días. Es una canción alegre, vital y poco adecuada a la relajación muscular, una canción de amor y añoranza que todavía hoy, cuando sus autores merodean los ochenta, siguen tocando en sus giras en medio de un público que nada sabe de aquella dulce muchacha.

Pero Virginia no es sólo el nombre de una canción, una chica, un recuerdo o un deseo. Virginia es una de las “Trece Colonias”, un territorio hermosísimo, de vegetación exuberante, árboles gigantescos, campos de tabaco y algodón donde trabajaban los esclavos negros de sol a sol mientras entonaban a coro “canciones azules” para mitigar fatigas y humillaciones constantes.

Virginia fue uno de los Estados norteamericanos que se rebelaron contra el dominio británico, cuna de la Constitución de 1776, el lugar donde más presidentes yanquis han nacido: Washington, Jefferson, Madison, Monroe, Harrison, Tyler, Taylor y Wilson, y uno de los Estados que se separó de la Unión cuando la guerra civil: Un Estado surista parecido en muchos aspectos al que se deja entrever en “Lo que el viento se llevó”.

Reintegrada a la Unión en 1870, Virginia estuvo gobernada ininterrumpidamente por demócratas desde 1883 a 1970, y lo está hoy, lo que sin duda no ha servido para que se diferencie mucho de otros Estados gobernados tradicionalmente por conservadores republicanos: Desde 1976 al día de hoy 476 personas han sido ejecutadas en las prisiones de Virginia y Tejas y 109 esperan en el corredor de la muerte de Virginia la visita del Ángel Exterminador.

Por otra parte, que es la misma,  sin más condición que tener 18 años un chaval puede comprar una pistola al mes y montar un verdadero arsenal mortífero en su habitación, y lo que es más incomprensible, son muchas las familias que regalan a sus hijos esos artefactos cuando cumplen la mayoría de edad, todo un símbolo de hombría, de patriotismo y madurez.

Lo sucedido en Virginia en 2007, esa matanza que escapa a cualquier rincón de la razón, ha ocurrido en otros muchos estados desde la independencia, la última hace tan sólo unos meses en la ultraconservadora Texas.

En los últimos cinco años casi ciento cincuenta mil norteamericanos han perdido la vida a causa de las armas de fuego, porque en aquella nación hay más de cuatrocientos millones de artilugios mortíferos en manos de particulares y fuera de cualquier tipo de control, porque la principal asociación cívica de Estados Unidos es la del rifle con más de cuatro millones de miembros.

Lo extraño del caso es que Virginia fue la patria de Wasington y Jefferson, que abanderó la lucha por los derechos ciudadanos cuando esa nación comenzó a formarse, que ha sido gobernada por demócratas durante más de un siglo casi sin interrupción, que es una región próspera con una renta per capita superior a los 30.000 dólares... Entonces, ¿qué está ocurriendo en ese Estado mítico donde nació la primera Constitución democrática de la historia, en ese lugar que nos presentan pacífico, equilibrado y rico?

Sinceramente creemos que lo sucedido en la Universidad de Virginia en 2007 o en la escuela primaria de Uvalde en Texas en 2022, no es una casualidad ni un accidente. Los defensores del rifle alegan que no son las armas las que matan sino las personas, razonamiento por el cual un ciudadano cualquiera podría tener en su casa una bomba atómica en la seguridad de que nunca la utilizaría salvo en defensa propia. Ahí, salvo una minoría contraria de todos conocida, demócratas y republicanos están de acuerdo: El derecho de los ciudadanos norteamericanos a tener armas en sus casas, a llevarlas encima cuando van a pasear al perro o a tomar una hamburguesa, es inalienable, indiscutible, aunque histórica y racionalmente el origen de ese derecho sólo se justificaba en las postrimerías del siglo XVIII cuando se decidió armar al pueblo para emanciparse del Reino Unido.

Ese anacronismo persiste tan solo porque según las encuestas –que son las que rigen la política yanqui, y cada vez más la europea- el partido que abanderase la abolición de ese derecho perdería una enorme cantidad de votos. Lo que nos lleva, evidentemente, al meollo del problema: Estados Unidos, la nación más poderosa de la tierra, tiembla de miedo, es una sociedad medrosa que ve fantasmas por cualquier rincón. ¿Por qué? Porque desde el poder así se ha querido que sea –indios, mejicanos, españoles, alemanes, japoneses, rusos, árabes, siempre han tenido un enemigo al que batir, una amenaza fantasma-,  porque no existen lazos de solidaridad entre sus ciudadanos, porque el estado del bienestar ha sido suprimido, el despido es libre, no existe la seguridad social, ni las pensiones, ni los subsidios de paro, ni la atención a los mayores por parte del Estado. En su lugar hay cárceles, muchas cárceles, violencia, armas por doquier y un veinte por ciento de la población que desea abandonar el país a toda prisa.

¿Serán esas las reformas que Feijoo y los suyos quiere imponer para  modernizar España?

Sepa el nuevo Presidente del Partido Popular que en España cuenta con grandes apoyos para su proyecto americano, que muchos madrileños, murcianos, andaluces, castellanos y gallegos, por ejemplo, se disponen a votar a quienes piensan –es un decir- de un modo parecido al suyo, a quienes propiciaron un brutal encarecimiento de la vivienda con su fatídica ley del suelo,  a quienes les hipotecaron de por vida y se han enriquecido a su costa; a quienes creen en el autoritarismo, en que la letra con sangre entra, en que hay una justicia para los ricos y otra para los demás, en que los empresarios tienen todo el derecho del mundo a declarar menos ingresos que sus empleados, en que sólo los “excelentes” tienen derecho a la felicidad, en que la mayoría de los ciudadanos son una pillos, unos aprovechados y unos gandules a los que hay que tratar con “mano de hierro”, en que los especuladores son gentes de bien que hay que acariciar con guante de seda.

Cuando una sociedad está convencida de que todos están en su contra, desde el vecino hasta el indonesio al que no conocen, de que sólo la política del palo es eficaz, de que hay que desmontar los instrumentos de solidaridad social, estamos ante una sociedad enferma de miedo e incultura, y una sociedad que vive inmersa en el miedo y presume de cuanto desconoce está en decadencia y, por tanto, es capaz de cometer las mayores atrocidades. Dicen que España está en crisis, lo estará de verdad, y con ella toda Europa, si renuncia a sus valores e intenta resucitar o fomentar contra-natura  al neoliberalismo más depredador y al clientelismo de profundas raigambres franquistas.

                           

Estados Unidos, un país esencialmente violento