viernes. 26.04.2024

De tan longevo reinado se ha escrito y filmado mucho. Gran éxito de audiencia ha tenido la magnífica serie televisiva The Crown, fecha con esa primorosa puesta en escena que sólo consiguen hacer los británicos. Hay capítulos memorables y el desfile de los políticos al mando alterna con unas vicisitudes familiares que saltaban a las prensa cada vez con mayor asiduidad. En The Queen cuesta distinguir al personaje de quien lo interpreta. Se superponen ambas caras en la memoria, por la genial interpretación de una excelente actriz. Esta cinta cinematográfica se centra en los esfuerzos por salvar el prestigio de la corona que le tocó hacer a un aclamado premier británico laboralista. La película Spencer nos adentra en el ámbito doméstico de los Windsor mediante una figura que no supo conformarse con su sórdido papel. 

Isabel II parecía inmortal y a nadie le hubiera chivado que alcanzase los cien años, como si madre. Pero la pérdida de su esposo y el debilitamiento propio de la edad le han hecho desaparecer del escenario justo cuando se conmemoraba una efemérides que no supo gestionar en su momento, la muerte de Lady Di. La reina de los corazones descolocó a la curtida Isabel II, maestra en acercarse al pueblo para dar una imagen de cercanía. Una nuera díscola le robaba los focos y el cariño de las gentes. Como en todas las familias, los Windsor tienen luces y sombras. 

Isabel II tampoco ha sido reina por un día y ha presenciado el cambio de milenios, a caballo entre dos centurias, la del Siglo XX y el Siglo XXI

A la sobrina del Rey Eduardo VIII le tocó subir al trono muy joven, con solo veinticinco años, porque su tío hubo de abdicar y su padre falleció tempranamente. Su precaria salud se vio quebrantada por el peso de la corona y las tensiones de la Segunda Guerra Mundial. Jorge VI era un fumador empedernido y hubo de superar su tartamudez, como nos cuenta la película El discurso del Rey. Bajo su reinado se independizó la India, esa joya del imperio británico cuyo último virrey fue luego asesinado por el IRA. La jovencísima Isabel decidió emular a su antecesora homónima y se casó con Inglaterra. Felipe de Edimburgo tenía que seguirla siempre dos pasos por detrás para dejar claro su exclusivo protagonismo como Jefa de Estado y árbitro neutral de la monarquía parlamentaria que ha inspirado a las casas reales europeas. 

Su sentido del deber le ha hecho recibir a la nueva ministra británica, pese a su obvia fragilidad física. Testigo privilegiado de conflictos bélicos, convulsas tensiones de todo tipo y algunos escándalos domésticos, Isabel II permanecía inmutable, capeando los temporales y asegurando una estabilidad simbólica en un presunto Reino Unido, en que la población está dividida respectó a sus relaciones con Europa y si algunos territorios deberían volver a independizarse. Nunca había fallecido un mandatario que ya estuviese ocupando su puesto antes de nacer quien suscribe. Causa extrañeza. El paisaje político pierde un referente que jamás cambiaba.

Ha superado a la propia reina Victoria, que reino buena parte del Siglo XIX cuando el imperio británico estaba en su apogeo, lo que le permitió emparentarse con casi todas las casas reales diseñando los matrimonios de su prole. Isabel II tampoco ha sido reina por un día y ha presenciado el cambio de milenios, a caballo entre dos centurias, la del Siglo XX y el Siglo XXI. Su hijo Carlos accede al trono a una edad más propia del retiro. Cómo se ha sido, tiene mucho pasado a sus espaldas y poco futuro por longevo que sea. Falta saber cuánto durará el cetro en sus manos. Quienes han portado su nombre han sido monarcas como destinos nada envidiables. Guillermo tiene una edad más propicia y es hijo de Diana, cuya popularidad se reaviva en cuanto se atizan los rescoldos de su recuerdo. Quizá estemos ante un periodo de transición y el eterno Principe de Galés no quiera hacer esperar a su hijo tanto tiempo.

La familiar figura de Isabel II y su anciano sucesor