viernes. 29.03.2024
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El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel y el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, en diciembre pasado.

Últimamente, parece que China se está convirtiendo en lugar de peregrinaciones, a modo de Fátima o Lourdes. En los últimos meses han desfilado por Pequín un buen número de dirigentes de países principalmente europeos, pero también no europeos. Y todo, desde que China presentó al mundo su propuesta de doce puntos de paz en Ucrania con ocasión del primer aniversario del inicio de este conflicto, entrando así de lleno en un conflicto que la OTAN y la Unión Europea creían (y siguen creyendo) de su exclusiva responsabilidad.

Curiosamente, durante este mismo periodo, nadie ha sentido la necesidad de acudir a Washington, excepto el presidente brasileño, Lula da Silva, en visita protocolaria, para agradecer el apoyo recibido con ocasión del intento de golpe de Estado del 8 de enero, cuando miles de personas tomaron de manera violenta y saquearon los edificios del Congreso, del Poder Ejecutivo (Palacio de Planalto) y del Tribunal Supremo, una semana después de su asunción de la presidencia del país.   

En términos generales, los dirigentes europeos (1) se han acercado a China con cuatro principales demandas en la cartera:

1/ Que hable también con Kiev (Zelenski), no sólo con Moscú (Putin). Instándole a aceptar el Plan de Paz ucraniano de diez puntos de noviembre de 2022.    

2/ Que no proporcione armas a Rusia.

3/ Que se mantengan (incluso se incrementen) las relaciones comerciales China-Unión Europea

4/ Que se levanten las limitaciones para que las empresas europeas puedan trabajar en China en las mismas condiciones que las propias empresas chinas pueden hacerlo en Europa (proteccionismo económico).

Los Planes de Paz

El problema es que China tiene ya también su propia propuesta de Plan de Paz. Y el siguiente problema es que los dos planes, el ucraniano y el chino, son, por ahora, inviables, lo que no quiere decir que no pudieran servir en algún momento como primeros borradores sobre los que empezar a debatir y negociar. Porque, lógicamente, tienen puntos comunes, como las propuestas de iniciar conversaciones, resolver la crisis humanitaria y la seguridad alimentaria mundial, la contención nuclear o el intercambio de prisioneros.

¿Son aceptables en estos momentos para Rusia las propuestas ucranianas de restablecer la integridad territorial de Ucrania?

Pero ¿son aceptables en estos momentos para Rusia las propuestas ucranianas de restablecer la integridad territorial de Ucrania, de una retirada completa de sus tropas en Ucrania, de ceder el control de la central nuclear de Zaporozhie, de que continúe el abastecimiento militar a sus Fuerzas Armadas, de la creación de un Tribunal Internacional Especial para condenar a Rusia y sus Fuerzas Armadas de Crímenes de Guerra y Agresión?

¿Son aceptables, en estos momentos, para Ucrania y sus aliados y sostenedores, Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, las propuestas chinas de “detener las sanciones unilaterales no autorizadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas” (del que ella y Rusia son miembros permanentes con derecho a veto), de “mantener el sistema económico mundial existente sin usar medidas económicas con fines políticos (de seguridad)”, y de aceptar el no ingreso de Ucrania en la OTAN (veladamente expuesta bajo la frase de “no se consigue más seguridad ampliando bloques militares”)?

Hay, incluso, otro punto que ambos planes proponen, pero que en realidad no es sino otro punto de fricción y de discordia. El mantenimiento de la integridad territorial de Ucrania, que ambos preconizan. El plan ucraniano de forma explícita, el chino bajo la fórmula de que “la integridad territorial de todos los países debe ser defendida de manera efectiva”. Pero, ¿se está de acuerdo en cuál es la “integridad territorial de Ucrania”? ¿La anterior a 2015, es decir, con Crimea incluida? ¿La Ucrania de 2015-2022, sin Crimea? ¿La actual, sin Crimea y sin la mayor parte de las regiones conocidas como Dombás?

¿Postura o posturas? en Europa

Como se apunta más arriba, las visitas europeas a China buscan una doble finalidad: la política: desanimar a China en su tácito apoyo a Rusia en el conflicto entre la OTAN y Rusia, del que la guerra en Ucrania es sólo su episodio más peligroso e injustificado; y la económica: lograr el difícil equilibrio entre las necesidades y los temores de la Unión Europea en sus relaciones comerciales con ella (China), especialmente en el enrarecido ambiente del “giro de seguridad al Pacífico” estadounidense y su especial focalización en Taiwán. Lo que ha motivado que hayan aflorado en la Unión Europea distintas actitudes y posturas, que podemos encarnar y agrupar, sólo para entendernos, sin mayores pretensiones, como “(más) atlantistas” vs. “(más) autonomistas”.

La Unión Europea necesita a China tanto como ésta necesita a la Unión Europea

En efecto, por citar solo algunos datos, China y la Unión Europea constituyen la cuarta parte de la población mundial y la mitad del PIB mundial. Estados Unidos es el primer receptor de las exportaciones de la Unión Europea, pero China es el tercero y el primer proveedor de sus importaciones, seguido de Estados Unidos en segundo lugar. Es decir, que la Unión Europea necesita a China tanto como ésta necesita a la Unión Europea. De ahí, las dudas de enfrentarse con China por la cuestión ucraniana, por sus (buenas) relaciones con Rusia, por los contenciosos del Pacífico o por la lucha sino-estadounidense por la hegemonía mundial. O más que enfrentarse (el atlantismo de los países europeos está fuera de toda duda), medir adecuadamente su grado de enfrentamiento, el hasta dónde quieren, pueden y deben llegar.

En este macro-escenario es donde, con ocasión de las citadas peregrinaciones europeas a China, la señora Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha defendido las posturas “(más) atlantistas” --con la inestimable colaboración del presidente del Gobierno español Sánchez, que ostentará la presidencia europea en el segundo semestre de este año 2023-- y el presidente francés Macron, las “(más) autonomistas” (autonomía estratégica europea), ya representada por el canciller alemán Olaf Sholz y el presidente Consejo Europeo, Charles Mitchell, en sus visitas de finales del año 2022. Escenificándose, de este modo, la (incipiente) brecha que se está abriendo en la Unión Europea en relación con el apoyo a Ucrania y su derivada de colisión con China.

Una brecha en la que juegan un importante papel los países llamados del este excomunista, que se vuelcan en su apoyo y abastecimiento a Ucrania con sus escasos recursos, en la idea de forzar a los grandes de la Unión, especialmente a Alemania, a no quedar mal quedándose atrás. Lo que nos les ha impedido que cuando se han visto directa y seriamente afectados por la exportación sin aranceles aduaneros de los cereales ucranianos, supuestamente sólo en tránsito a través de ellos, hayan levantado la voz, llegando a amagar con impedir dicho tránsito (Polonia, Hungría, Eslovaquia, Bulgaria y Rumanía). Y en los que, por cierto, tampoco es unánime el apoyo incondicional a Ucrania, como muestran los miles de personas que en los últimos meses se han manifestado en Praga con pancartas contra la participación en la guerra y pidiendo la salida de su país de la OTAN o el bloqueo turco y húngaro, cada uno por sus particulares razones, al ingreso de Suecia en la OTAN.

La Unión Europea califica a China como “socio cooperador y negociador” con el que se tiene que encontrar un equilibrio de intereses

La Unión Europea, en su documento “UE-China. Una perspectiva estratégica” de marzo de 2019 aún vigente, calificó a China como “socio cooperador y negociador”, con el que se tiene que encontrar un equilibrio de intereses; como “competidor económico, comercial y tecnológico”; y como “rival sistémico” que promueve modelos de gobernanza alternativos.

Mientras los dos primeros epítetos: “socio cooperador y negociador” y “competidor económico, comercial y tecnológico” se corresponden con posturas facilitadoras de las relaciones internacionales y geopolíticas, el primero, y del comercio y el desarrollo, el segundo, lo de “rival sistémico” suena a enfrentamiento.

Y suena a lo que es, pero no precisamente por la razón aludida por el documento de la Unión Europea, ya que China, ni documental ni fácticamente, ha mostrado la menor intención de exportar, imponiéndolo, su “modelo de gobernanza” capitalista de Estado bajo dirección unívoca e irreversible del Partido Comunista (la China de hoy, no es la URSS de ayer). Son, precisamente, las democracias neoliberales, en gran medida agrupadas en organizaciones o asociaciones permanentes de fuerte carácter militar (como la OTAN o AUKUS) a las que hemos visto practicar, incluso manu militari, la promoción de un modelo concreto de gobernanza (la democracia neoliberal), en función y en nombre de la teoría o complejo de Fukuyama, según la cual habría finalizado la historia de las ideas políticas (de la evolución de los modelos de gobernanza, podríamos decir también) al alcanzarse, tras la derrota del fascismo, en 1945, y del comunismo, en 1990, la plenitud de la insuperable y no mejorable democracia neoliberal. Una ideología que en las relaciones internacionales propugna el hegemonismo y el neoimperialismo económico y cultural de las democracias neoliberales, como principales herederas del hegemonismo y el colonialismo, especialmente europeo, del que llevan disfrutando desde el siglo XVI.

Y es en este sentido en el que únicamente puede entenderse el nuevo paradigma de moda de las relaciones internacionales en el mundo occidental: la amenaza china. Porque efectivamente, China es una amenaza, pero no por su agresividad o por sus anhelos de expansionismo político o cultural, mucho menos territorial (con la peculiar excepción de Taiwán, de la que mucho se podría hablar), sino por su mera existencia, por su mera aparición en el contexto internacional con un rápido e inesperado desarrollo económico y tecnológico y, en consecuencia, comercial y militar, que está suponiendo un importante obstáculo a la libertad y la facilidad con que hasta ahora las potencias occidentales, encabezadas y teledirigidas por Estados Unidos, podían manejar los asuntos internacionales a su entera conveniencia. Si China es una amenaza, no lo es más que para la hegemonía comercial, financiera, cultural y militar del mundo neoliberal hasta ahora dominante, que, por su mera (reciente e inesperada) existencia como potencia de primer orden, alerta de que el chollo se puede estar acabando. No un peligro para el territorio o la población europeas. Si China es una amenaza es porque se ha convertido, ya, en una potencia que no se deja intimidar, que no acepta dictados y que elige a sus socios estratégicos solamente en función de sus intereses.

Si China es una amenaza es porque se ha convertido en una potencia que no se deja intimidar, que no acepta dictados y que elige a sus socios estratégicos solamente en función de sus intereses

Una realidad que la Unión Europea y sus países constituyentes (España entre ellos) quizás deberían empezar a asimilar a la hora “de medir adecuadamente su grado de enfrentamiento con China: el hasta dónde quieren, pueden y deben llegar”, como decíamos más arriba. 

Quizás convendría que Europa empezara a resucitar la grandeur del general De Gaulle, la ostpolitik de Willy Brand y la Eurasia de Mijaíl Gorbachov

Enrique Vega Fernández


(1) Canciller alemán Olaf Sholz (noviembre 2022); presidente Consejo Europeo Charles Mitchell (diciembre 2022); presidente Gobierno español Pedro Sánchez (30-31 marzo 2023); presidenta de la Comisión Europea Ursula Von der Leyen y presidente francés Emmanuel Macron (6 de abril de 2023) y MAE alemana Annalena Baerbock (14 abril 23). Está prevista la visita del Alto Representante de la UE, Josep Borrell.

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