sábado. 20.04.2024

Con la guerra en Ucrania, los partidarios del “complejo Fukuyama”, que preconiza imponer en todo el mundo la preponderancia y las fórmulas político-económicas del mundo occidental encabezado por su primus inter pares, Estados Unidos, ya han empezado a hacer prospectiva.

El punto de partida es la interpretación de la propia guerra en Ucrania: la agresión rusa es solo el primer paso de este país para intentar recuperar algo así como el antiguo Imperio de los zares o la vieja área de control y sometimiento de la Unión Soviética. Por eso se ha quedado tan aislada y está siendo condenada por prácticamente el resto de los países. Por eso amenaza con desatar la locura nuclear, si fuera necesario para conseguirlo.

Su inmediato corolario es: China hará lo mismo con Taiwán (se dan hasta fechas concretas; 2027, 2030, etc.). Por eso es necesario neutralizar a ambos, aislándolos y cercándolos física, diplomática, comercial, económica y financieramente. Para que se pueda mantener el mundo unipolar de las últimas décadas dirigido por Estados Unidos sostenido por una OTAN cada vez más amplia y más controlada por su cabeza rectora en Washington, y por esos intentos de pseudo-OTANs en los alrededores de China: Quad, AUKUS, etc.

Neutralizados los grandes peligros, la potencia económica china y la potencia nuclear rusa, el resto de los problemas se convertirán en menores: resucitar algún tipo de OEA (Organización de Estados Americanos), que tenga la capacidad de control sobre el continente americano que ésta tuvo en su día; consolidar la sumisión del mundo gubernamental musulmán y africano, de forma que el terrorismo vuelva a ser localista y no transnacional; eliminar o reducir al aislamiento los regímenes disidentes tipo Irán o Corea del Norte; etc.   

¿Tienen realmente visos de poder cumplirse estas prospectivas, perspectivas o profecías, como queramos llamarlas?

Más que negarlas --que pronosticar el futuro da con frecuencia muchas decepciones-- quizás sea más útil intentar analizar sus presupuestos para hacer, así, posible la valoración de sus posibilidades. 

Podemos, por ejemplo, plantearnos la posibilidad de que Rusia no haya invadido Ucrania solamente por ambición y nostalgia imperialista. No es necesario reproducir, en unas reflexiones como éstas, la cantidad de mapas que a diario estamos viendo de como la OTAN ha ido avanzando su línea de frente hacia el este hasta las mismas fronteras rusas y programando continuar haciéndolo con Ucrania y Georgia y hasta con Suecia y Finlandia. Mapas que nos muestran, asimismo, el progresivo -y anterior a la “operación militar especial” rusa- despliegue militar terrestre, naval y aéreo (17.500 efectivos de EEUU/OTAN en las repúblicas bálticas, Polonia, Rumania y Bulgaria), así como el desarrollo de importantes maniobras militares, aéreo-terrestres y aéreo-navales, alrededor y próximas a esas mismas fronteras. ¿Se puede descartar que esta progresiva “aproximación” haya creado una cierta sensación de inseguridad en Rusia, especialmente si se tiene en cuenta que el gasto en defensa de la Unión Europea es cuatro veces superior al de Rusia y el de la OTAN, 15 veces? 

Podemos también recordar que Ucrania es un país dividido, en el que ha habido dos revoluciones populares, golpes de Estado, o como queramos llamarles, en 2004-2005 y 2014-2015, como consecuencia de los cuales, en ambos, el presidente elegido Yanúkovich, del Partido de las Regiones, paneslavista o, si se prefiere, prorruso, fue derrocado y sustituido, con público e importante apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, por los nacionalistas o, si se prefiere, proeuropeos, Yúschenko y Poroshenko, de no menores sospechas de corruptibilidad que el electo y derrocado Yanúkovich. Sospechas de las que no se libra tampoco el actual presidente Zelenski, a través de su productora Kvartal95, según los Pandora Papers del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ). Y que como consecuencia de la segunda (2014-2015), desde entonces hay una guerra civil en el este ucraniano, con la consiguiente represión de los paneslavistas ucranianos y con la consiguiente amenaza de que las zonas de Donbass secesionadas, e incluso la anexada por Rusia península de Crimea, fueran barridas por el Ejército ucraniano, cada vez mejor equipado y entrenado por los países de la OTAN.  

El argumento del aislamiento ruso en el concierto internacional también podría cuestionarse analizando la votación celebrada en la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado 2 de marzo de 2022 de condena a la invasión rusa, que si bien fue aprobada por 141 países, no lo fue por países tan relevantes como los BRICS: Brasil, India, China, y Sudáfrica; países asiáticos, teóricamente amenazados por China, como Filipinas o Vietnam; y así hasta cuarenta países. Lo que no parece un número despreciable teniendo en cuenta que la votación correspondía a una fractura del Derecho Internacional de la categoría de la agresión a un país soberano.

Otra pregunta interesante sería, ¿por qué se piensa que precisamente ahora China estaría dispuesta a recuperar Taiwán por la fuerza de las armas? Cuando lleva practicando, desde hace más de setenta años (1949-2022), la doctrina de “la paciencia estratégica” de que la absorción de la autodenominada República de China (Taiwán) acabará cayendo como fruta madura. República de China, a la que sólo reconocen como Estado soberano, catorce Estados, ninguno de importancia en el concierto internacional y de los que uno es el Vaticano y otros ocho, pequeñas islas-Estado,. Y cuando ambas Chinas, la continental y la isla irredenta, se necesitan mutuamente, quizás ahora más que nunca en el pasado, precisamente en el ámbito de la alta tecnología, en las que las dos son punteras y, a su vez, complementarias (sinergia innovación/calidad - producción/cantidad).  El 31% de los intercambios comerciales internacionales de Taiwán es con China, frente al 12% con Estados Unidos y el 11% con Japón. Un diferencial en aumento desde la firma del Acuerdo Marco de Cooperación Económica, firmado por ambas en enero de 2010, para el progresivo recorte de los aranceles comerciales entre ellas, con tendencia a reducirse a cero.

Cuando, además, uno de los dos grandes partidos taiwaneses que se alternan en el poder, el viejo Kuomintang, es tan partidario de la reunificación como el propio Partido Comunista Chino, aunque, por supuesto, cuando éste deje de gobernar sin posible oposición. Nada parece apuntar a que la doctrina de la “paciencia estratégica” esté perdiendo vigor y, mucho menos, necesidad.

¿Qué puede pasar, por otra parte, en el resto del mundo en relación con ese gran enfrentamiento económico-comercial y geopolítico que nos pronostican entre Estados Unidos y China?

¿Va a quedar la UE mucho más dependiente de las decisiones de la OTAN o va a seguir buscando mayor autonomía? 

¿Puede estar la Unión Europea muriendo de éxito? Tras tantos años de continuada expansión y de éxito ideológico, se están empezando a vislumbrar problemas de calado que podrían desvirtuarla o romperla (Brexit, Polonia, Hungría, Chequia, Eslovaquia, diferencias norte-sur y oeste-este, etc.), quizás, precisamente, por haber dado preferencia a la expansión en detrimento del contenido y de su autonomía respecto a Estados Unidos, que, cuando empezaba a plantearse el conseguirla, se ha visto -con la guerra en Ucrania- no ya solo frenada, sino incluso disminuida. Porque los países de la Unión Europea van a ser parte de los grandes perdedores económicos del triple enfrentamiento que se dirime en Ucrania (OTAN-Rusia, guerra civil, invasión rusa). El Índice Dólar (que mide la evolución del dólar respecto a una cesta de otras quinientas divisas mundiales) no para de subir en lo que va de 2022, lo que implica fortalecimiento del dólar y debilitamiento del euro, amenazando con una posible paridad dólar/euro en este mismo año.

¿Va a quedar la Unión Europea mucho más dependiente de las decisiones de la OTAN de lo que ya estaba y, sobre todo, de lo que aspiraba a estar o va a seguir buscando mayor autonomía? 

Por otra parte, tras los sucesivos fracasos de las estrategias político-militares de “construcción/reconstrucción de países” y de “imposición de la paz” o, si se prefiere, del “mantenimiento de la paz manu militari” en Somalia, Afganistán, Irak, Siria, Malí, República Centroafricana, etc. aquello que alguna vez se llamó Tercer Mundo parece haber perdido la fe en que imitando al mundo “blanco”, euro-estadounidense o ruso-comunista, se podía emancipar y progresar sin su tutela y sin que su propio progreso incrementase todavía más el de sus benefactores/protectores, ampliándose así más, y no al revés, la brecha entre unos y otros.  

Frente a ello, China ofrece la Ruta de la Seda, un conglomerado de inversiones y creación de infraestructuras, a modo de nuevo modelo de aspiración al desarrollo, sin pedir, al menos inicialmente, nada a cambio, sin exigir contraprestaciones ideológicas y sin necesidad de “atarse” mediante organizaciones supranacionales de “obligado cumplimiento”. Solo comercio e intercambios. ¿Desinteresados? Claro que no. ¿Con compromisos de otro tipo? No parece que haya doctrina Fukuyama china para imponer su sistema político-económico.

Futuros perfectos e imperfectos