viernes. 26.04.2024
El presidente de China, Xi Jinping
El presidente de China, Xi Jinping

El colapso del mundo soviético, entre 1989 y 1991, dejó una sola potencia hegemónica en el mundo, Estados Unidos. Hegemónica por doble partida doble: económica-financiera y militarmente y por sí misma y como primus inter pares en la OTAN, a la que presionó para que renunciara a su tradicional y limitado papel de defensa militar colectiva en caso de ataque armado a alguno de sus miembros y para que adoptara su ideología expansionista de larga data, bajo la excusa/argumento de la superioridad moral de occidente, fundamentada en su mayor desarrollo democrático y económico y la obligación que ello implica de imponérselo al resto del mundo mediante la presión y el chantaje económico y, si falta hiciera, la imposición militar (complejo Fukuyama).

Su primera manifestación fue la conocida como Guerra del Golfo (1990-19991) y, tras salir trasquilado (1992-1993) en Somalia, al intentar suplantar la operación de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas con una operación de imposición de la paz, Estados Unidos impulsó la entrada de la OTAN en la antigua República Federal Yugoslava, donde, de igual forma, las Naciones Unidas y la Unión Europea intentaban controlar, mediante operaciones de mantenimiento de la paz, los procesos de disolución y desmembramiento de dicha Republica Federal. El resultado fueron las guerras en Bosnia Herzegovina (1995) y contra Serbia (1999) por la autodeterminación de Kosovo y las operaciones de imposición de la paz en dichos territorios IFOR (Fuerza de Imposición), SFOR (Fuerza de Estabilización) y KFOR (Fuerza en Kosovo). 

Cuando entra el nuevo siglo (que geopolíticamente para algunos empieza durante esta década de interregno y no en la fecha convencional del 1 de enero de 2000), la doctrina está asentada: Afganistán, Irak, Siria, Libia, Irán, Corea del Norte, Sahel, expansión de la OTAN hacia los mismísimos límites (¿más también?) de Rusia, etcétera: hay que imponer la democracia liberal y el capitalismo made in USA, ya implantado como Western style, por las buenas o por las malas (complejo Fukuyama).

Un expansionismo geopolítico que ha inclinado la política exterior y de seguridad y defensa estadounidense hacia el Pacífico, alumbrando la pesadilla de una nueva guerra fría

Pero mientras, algo más ocurría en el mundo: la emergencia de un nuevo coloso, la República Popular China, heredera del antiguo mundo comunista, que escogiendo lo que mejor le ha parecido de cada uno de los dos mundos de la contienda ideológica de la Guerra Fría: autoritarismo y centralización económica limitada y capitalismo controlado por el Partido (socialismo con características chinas), ha alcanzado en estos últimos veinte años la categoría de segunda economía mundial y fabrica mundial tecnológica e industrial (socialismo en la nueva era). Lo que le ha permitido finalmente poder competir económica y tecnológicamente con Estados Unidos y el mundo occidental en general, provocando las consiguientes tensiones, que puede sostener y mantener debido a su extensión territorial, su población, su prestigio en el mundo no occidental (anteriormente conocido como Tercer Mundo) y su cada vez mayor potencia militar.

Pero de las cuatro grandes áreas en las que podríamos cifrar estas tensiones: comercial, tecnológica, geopolítica e ideológica, China no está interesada en esta última, la ideológica. Al contrario que el mundo occidental, obsesionado con su complejo de superioridad moral (complejo Fukuyama), que le impele a exportar e imponer sus concepciones jurídico-políticas (democracia liberal) y económico-financiera (neoliberalismo), China no parece tener demasiado interés en que se copie o imponga ni su capitalismo controlado por el Partido ni su autoritarismo desarrollista. Solo parece pretender, al menos por ahora, consolidarse como la fabrica y el banco del mundo.

Un primer apunte sobre esta diferencia -que creo que es importante tener en cuenta- es el fondo cultural del que proceden ambas civilizaciones y que actúa a modo de inconsciente colectivo: el confucionismo en China y el ecumenismo en el mundo occidental.

Aunque sea difícil para nosotros llegar a captar la esencia de una filosofía elaborada hace veintiséis siglos (siglos vi y v a.c) y que no hemos empezado a conocer hasta hace menos de doscientos años, el confucianismo parece basarse en el concepto o premisa de la “armonía”, que Confucio propugnaba entre gobernantes y gobernados, entre padres e hijos, entre esposos, entre amos y esclavos …, a través del respeto a la jerarquía y la tradición, el trabajo intelectual para el perfeccionamiento individual y la disipación de las dudas, no dejarse vencer por el miedo y una visión del ser humano como un ser social, no como un ser aislado (individualismo).

No es de extrañar, por tanto, que este sustrato cultural tradicional chino sea un buen caldo de cultivo para los intereses y necesidades de las actuales autoridades chinas, cuya ideología se basa en el autoritarismo interno (respeto a la jerarquía), el socialismo (visión del ser humano como animal social), el desarrollismo (trabajo intelectual: tecnología avanzada), el conservadurismo soberano: no intromisión en los asuntos internos de otros Estados, no intromisión de otros Estados en los asuntos internos chinos (respeto a la tradición) y el revisionismo de la relaciones internacionales (no dejarse vencer por el miedo). Razón por la cual, China, la actual China, propugna la armonía entre todos los Estados del mundo, sin alianzas permanentes, mucho menos militares, sin imposiciones ideológicas y a través de la cooperación y la competición económica. Globalización económica, no cultural ni ideológica.  

La tradición cultural occidental, sin embargo, está basada en la concepción cristiana monoteísta de una iglesia universal ecuménica: al existir un solo dios, que además es el único verdadero, sus adeptos tienen la obligación de la predicación y la conversión de los no creyentes, porque su iglesia debe ser (mandato divino) ecuménica, es decir, universal, compuesta de todos los seres humanos. Razón por la cual, el mundo occidental lleva siglos de esfuerzo expansionista (frente al aislamiento histórico chino), primero para “cristianizar”, transformado en “civilizar” cuando la Ilustración impuso a la diosa Razón como el centro de todas las cosas, y finalmente para “democratizar” cuando, paulatinamente a lo largo del pasado siglo xx, se acabó por imponer la universalización del derecho de todos los pueblos y naciones a la autodeterminación.

El expansionismo chino no exige contraprestaciones ideológicas, solo económicas y comerciales

Un derecho a la autodeterminación cada vez más enfrentado con la llamada globalización, que, a través de las redes comerciales “globales” y de las leyes neoliberales del libre (que no justo) comercio, está llevando a las economías más débiles a depender de y estar subordinadas a las más fuertes, especialmente en el ámbito financiero. 

Dos concepciones diferentes del mundo y una misma ambición. La ambición común, primer estadio de sus enfrentamientos y de sus cada vez más agudas tensiones, es el control de la economía y de las finanzas mundiales, de las que tanto Estados Unidos (para mantenerlo) como China (para alcanzarlo) pretenden erigirse en su primus inter pares

Una competencia que geopolíticamente enfrentan de diferente manera. El expansionismo chino no exige contraprestaciones ideológicas, solo económicas y comerciales, de las que es un buen ejemplo el corredor económico y de cooperación y desarrollo conocido como Ruta de la Seda, con su correspondiente Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras. Corredor, en su doble versión terrestre y marítima (el Rimland indo-pacífico de la geopolítica clásica), básicamente consistente en la construcción progresiva de infraestructuras para facilitar y promover el comercio y las inversiones chinas. 

Un proceso de creación de “ataduras” a través del desarrollo, que exige, sin duda, el complemento securitario de poder moverse con libertad y sin impedimentos por sus “rutas”. Una necesidad que la enfrenta a algunos de los países del sudeste asiático (Vietnam, Filipinas, Malasia, etc.) con los que mantiene litigios de demarcaciones marítimas. Y, sobre todo, la enfrenta a Estados Unidos, dueño del Pacífico y del Índico desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que, en función del interés de seguir siéndolo, los apoya diplomática y militarmente y les promete protección, con la colaboración de sus tradicionales aliados en el área, principalmente Japón, Corea del Sur, Australia y, en menor medida, Nueva Zelanda. Mientras se disputan la adhesión del resto del continente asiático, que, en su mayoría, oscilan entre inclinarse hacia uno u otro según las circunstancias y el momento: India, Pakistán, Indonesia, miembros de la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), etc. 

Por su parte, el expansionismo estadounidense introduce el elemento ideológico (complejo Fukuyama) en la ecuación, interfiriendo en los asuntos internos de China: falta de libertades, derechos humanos, Hong Kong, Sinjiang, Tíbet, y sobre todo Taiwán, considerada por China parte ineludible de ella, frente a la cual mantiene la postura de la paciencia estratégica de que tarde o temprano se reincorporará a la gran República continental bajo la fórmula de “un país, dos sistemas”, al modo que teóricamente impera en Hong Kong y Macao. Pero que, mientras, no puede ser considerada un Estado soberano, como de hecho, no es considerado por las normas del Derecho Internacional actual, las Naciones Unidas e incluso los propios Estados Unidos, que mantiene con la isla-Estado la ambigua fórmula de la Ley de Relaciones de Taiwán para la conducción de las relaciones “no oficiales” entre ambos, a través del Instituto Americano de Taiwán, teóricamente una corporación privada sin fines de lucro, con sede en Washington y delegaciones en Taiwán, y la Oficina de Representación Económica y Cultural taiwanesa, con sede en su capital, Taipéi, y delegaciones en Estados Unidos.

Un expansionismo geopolítico que ha inclinado la política exterior y de seguridad y defensa estadounidense hacia el Pacífico, alumbrando la pesadilla de una nueva guerra fría y, centrándonos en el momento actual, la posibilidad de una nueva Ucrania por Taiwán.

China y el complejo Fukuyama