domingo. 28.04.2024

Israel, como Estado-nación contemporánea, es el producto de una resolución arbitral (Resolución 181 de 28 de noviembre de 1947) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que reparte el territorio del entonces Mandato británico de Palestina en dos Estados, Israel (54% del territorio) y Palestina (46% del territorio), opción preferida por los judíos (33% de la población) del territorio, frente a la preferida por los musumanes (67% de la población) e incluso por la propia potencia colonial, el Reino Unido, de un único Estado (binacional) que incluyera a ambas comunidades.

La negativa palestina a aceptar este Plan de Partición provoca su levantamiento. Israel declara su independencia (14 de mayo de 1948) y el Reino Unido entrega el Mandato y abandona el territorio al día siguiente, 15 de mayo. Mismo día en que los ejércitos de la Liga Árabe (Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak) invaden el recién independizado Israel (primera guerra árabo-israelí o Guerra de la Independencia para Israel). Una guerra que finaliza (julio de 1949) con la victoria de Israel, que incrementa su territorio del 54% al 67% del territorio del antiguo Mandato británico.  

Octubre de 1973 marca el hito del fin de las guerras árabo-israelíes y el comienzo de las palestino-israelíes

La guerra ha teóricamente finalizado, pero la paz no ha llegado, sólo es un interregno tras el cual vuelve a reproducirse: guerras de los Seis Días (5-10 de junio de 1967) y del Yom Kippur (6-25 octubre de 1973), que Israel vuelve a ganar, anexionándose la península egipcia de El Sinaí (que devolverá a Egipto en los Acuerdos de Paz de Camp David de 1978); los Altos del Golán sirios (incorporados a Israel, aunque sin reconocimiento internacional); y los territorios palestinos en régimen de ocupación: Cisjordania, la franja de Gaza (que, en agosto de 2005, Israel desocupa, manteniéndola cercada por tierra, mar y aire) y Jerusalén Este. 

Así pues, octubre de 1973 marca el hito del fin de las guerras árabo-israelíes y el comienzo de las palestino-israelíes, ya no guerras internacionales, sino entre las fuerzas regulares de una potencia ocupante, Israel, y las milicias insurrectas de una población sometida, la palestina; entre un Ejército altamente tecnificado y abastecido sin cortapisas por Estados Unidos y unas milicias armadas que tienen que acudir a lo que tradicionalmente se conoce como “guerra asimétrica”, la del débil contra el fuerte, de la que las revueltas callejeras (conocidas en Palestina como intifadas, “levantamiento” en árabe), los golpes de mano, la guerra de guerillas urbana o las acciones terroristas para doblegar la voluntad de la población y autoridades de seguir luchando son parte constitutiva.

Entre un Estado internacionalmente reconocido ocupante y la población solamente autónoma a través de una gobernación administrativa sui generis, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), creada en 1993 tras la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y los Acuerdos de Oslo de 1993, que pronto se escindirá por el enfrentamiento ideológico y estratégico de sus dos principales facciones: al-Fatah (Movimiento Nacional de Liberación de Palestina), más pactista e internacionalmente reconocido como “partido político”, y Hamás (Movimiento Islámico de Liberación), más intransigente y considerado “organización terrorista” por numerosos países, especialmente los del llamado “mundo occidental” (OTAN+). Enfrentamiento ideológico y estratégico que resultará en enfrentamiento político y armado cuando Hamás gane las elecciones legislativas de la Autoridad Nacional Palestina en 2006. Victoria que ni al-Fatah ni Israel ni la comunidad internacional aceptan, manteniendo al Gobierno administrativo de al-Fatah como el único representante legal de la Autoridad Nacional Palestina, con autoridad real solamente sobre Cisjordania, mientras Hamás la mantiene solamente sobre la franja de Gaza.  

Son asimismo frecuentes los castigos colectivos a familias, que incluyen la voladura de sus casas o la confiscación de sus medios de vida

Desde entonces, desde octubre de 1978, la ocupación israelí se ha desarrollado de tres modos diferentes según a la población palestina a la que afecte: a la cisjordana, a la de los palestinos con ciudadanía israelí por residir legalmente en el territorio de este país o a la gazatí.

Cisjordania, también conocida como “los Territorios Ocupados”, está parcelada en tres zonas desde los Acuerdos de Oslo de 1993: la A, 18% del territorio, la única bajo control político, administrativo y de seguridad de la Autoridad Nacional Palestina; la B, 25% del territorio, sólo bajo control político y administrativo de la Autoridad Nacional Palestina, pero con control militar y de seguridad israelí; y la C, 57% del territorio, bajo control exclusivo político, administrativo, militar y de seguridad israelí e incluyendo Jerusalén Este. En cualquiera de las tres, el tráfico palestino por sus carreteras está restringido, bien porque son de uso exclusivo israelí, bien debido a los frecuentes puestos de registro y de comprobación de documentación que pueden sufrir. Son asimismo frecuentes los castigos colectivos a familias, que incluyen la voladura de sus casas o la confiscación de sus medios de vida. O la confiscación de tierras por razones militares o de colonización israelí, las detenciones arbitrarias, incluso de menores de edad, o los registros sorpresa y allanamientos de viviendas o comercios. Opresión que se incrementa con ocasión de los periódicos y frecuentes episodios de resurgimiento de la violencia (intifadas), como podemos estar observando en estos días, según la prensa, a pesar de que la guerra, en teoría, es sólo contra la “organización terrorista Hamás” en Gaza, supuestamente enemiga de la Autoridad Nacional Palestina, gobernante en Cisjordania y colaboradora con Israel. Todo un sistema típicamente colonial que facilita e induce a la explotación de la mano de obra palestina. 

A todo ello hay que añadir la progresiva expansión de los asentamientos israelíes (cada vez más ocupados por comunidades judías ortodoxas intransigentes), que empezaron situándose al este de la Línea Verde (línea de demarcación que se estableció en el armisticio árabe-israelí de 1949) y posteriormente de la línea de demarcación de 1967 y se han ido extendiendo (y sigue extendiéndose) hacia el este siguiendo rutas bien comunicadas a modo de corredores por las tierras más fértiles y productivas, cuyas carreteras de unión están prohibidas en muchos casos a los palestinos, que son, así, en consecuencia, quienes se ven obligados a improductivos rodeos para sus transportes comerciales. Se calcula que a día de hoy, viven en el interior de Cisjordania (en cualquiera de sus tres zonas, pero fundamentalmente en la C) unos 450.000 colonos, más unos 225.000 en los barrios de casas subvencionadas de los barrios teóricamente palestinos de Jerusalén Este.

Una relación colonialista de la que no se libran los palestinos con ciudadanía israelí, ciudadanos de segunda clase en su propio país, sin plena ciudadanía real y con ciertos derechos recortados de manera oficial, oficiosa o consuetudinaria, a pesar de que el 70% de ellos habla hebreo de forma fluida. Una relación colonialista de la que sería buena prueba la la ampliación a esta población (o, al menos, a parte de ella) de la actual prohibición de seguir trabajando en el interior de Israel a los trabajadores palestinos transfronterizos de Cisjordania, que llevan ya más de dos meses sin empleo y, por tanto, sin salario. Una situación que, más que colonialista, puede considerarse como de apartheid a lo sudafricano.

Una relación colonialista de la que no se libran los palestinos con ciudadanía israelí, ciudadanos de segunda clase en su propio país

La franja de Gaza fue desocupada (salida de fuerzas militares y de seguridad israelíes y asentamientos de colonos israelíes) en 2005 como consecuencia de la Segunda Intifada (2000-2005), pero dejándola cercada, aislada y bloqueada al mantener el control de su espacio aéreo, de su espacio electromagnético, de sus aguas jurisdiccionales en el Meditarráneo y de los pasos fronterizos que unen la Franja con Egipto (el tristemente célebre en la actualidad paso de Rafah) y con el propio Israel, es decir, pudiendo controlar todo su comercio exterior, lo que le permite a Israel discriminarlo en favor de las necesidades y preferencias de sus agricultores, fabricantes y comerciantes. Una relación que no deja de ser colonial aunque sin ocupación territorial permanente, pero fácilmente transformable, no ya en ocupación, sino en auténtico genocidio como llevamos ya dos meses pudiendo ver a través de nuestras televisiones.

Una situación colonial hoy día amparada legalmente por la Ley de Estado-nación de julio de 2018, nombre que recibe el actual ordenamiento constitucional israelí, en la que se establece que “el derecho a la autodeterminación es exclusivo del pueblo judío”, una forma de impedir legalmente la posible solución al largo contencioso de crear en la Palestina británica un Estado binacional de judíos y árabes, que se añadiría a la también negativa a aceptar la solución de los Dos Estados, tan proclamada por la comunidad internacional, pero por la que tan poco se hace. Que “Jerusalén, completa y unida, es la capital de Israel” contradiciendo uno de los puntos básicos del reparto de 1947 que establecía que Jerusalén sería la capital de ambas comunidades o Estados si estos llegaran a crearse: Jerusalén Oeste de Israel en continuidad con él, Jerusalén Este de Palestina en continuidad con ella. Y que “el Estado-nación judío ve el desarrollo de los asentamientos judíos como un valor nacional y actuará para alentar y promover su estableciliento y consolidación”. Más clara declaración de intenciones, imposible: el esquema típico de los procesos coloniales: conquista - ocupación - colonización - apartheid

¿No es, entonces, la actual guerra en Gaza, más un escenario de colonialismo y lucha anticolonial que un problema de terrorismo, aunque el débil utilice las acciones terroristas como un medio más de lucha contra el fuerte? ¿Llamaríamos terroristas a la Resistencia francesa contra la invasión y ocupación alemanas? ¿O a los guerrilleros españoles contra la invasión y ocupación francesa en nuestra Guerra de la Independencia? ¿O a la sublevación del gueto de Varsovia contra el cerco, aislamiento y bloqueo con visos de futuro exterminio alemán de 1943? 

No es terrorismo, es colonialismo