viernes. 26.04.2024
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@jgonzalezok / Las elecciones del pasado 30 de octubre en Brasil consagraron presidente a Luiz Inácio Lula da Silva, pero su rival, el actual presidente Jair Bolsonaro, estuvo a solo 1,8 puntos porcentuales del vencedor y sacó 58 millones de votos. En una primera impresión, el bolsonarismo representa poco menos de 50% de la fuerza política del país. Sobre todo si, además, se contempla la futura composición del Congreso y Senado y la identidad política de los gobernadores.

En la Cámara de Diputados, de un total de 513 miembros, el principal grupo será el del PL, partido del presidente Bolsonaro. Sumándole los escaños de otros partidos aliados, como Republicanos, Unión Brasil y otros menores, llegará a 246 diputados. En el Senado también se afianzó la ultraderecha bolsonarista. ¿Pero cuántos de estos son ideológicamente reaccionarios? Se calcula que en el Congreso serían medio centenar.

El resto componen lo que tradicionalmente se conoce como el centrão, que son fisiológicos, no ideológicos. Es decir, que responden a sus propios intereses personales y están dispuestos a apoyar al gobierno de turno a cambio de cargos y control de presupuestos. De hecho, muchos apoyaron en el pasado a Lula y a Dilma Rousseff. El detalle más significativo lo aportó el presidente de la Cámara, Arthur Lira, hasta ahora un fiel peón de Bolsonaro, que fue el primero en reconocer el resultado de las elecciones y que ya demuestra su disposición a colaborar con el futuro gobierno, siempre que no presente candidato propio a la presidencia del Congreso, cuando se formen las nuevas cámaras, el 1 de febrero próximo.

Entre los gobernadores, el actual gobierno eligió 14 de un total de 26, mientras que el PT de Lula obtuvo cuatro, aunque tendrá el apoyo de otros siete; otros dos, de momento, se mantienen neutrales. Entre los que sacó el gobierno actual están los tres de los estados mayores: São Paulo, Minas Gerais y Río de Janeiro. El primero, Tarcisio de Freitas, que fue ministro de Bolsonaro, es un técnico que también dijo estar dispuesto a colaborar con el gobierno central que encabezará Lula. Y ya es mencionado para las elecciones del 2026 como alternativa real a Bolsonaro.

A partir del 1 de enero, cuando deberá abandonar el Palacio de la Alvorada -la residencia presidencial- y el Palacio de Planalto -su lugar de trabajo-, Bolsonaro quedará a la intemperie y sin fueros, por primera vez desde que entró en la política, en 1989, como concejal en Río de Janeiro. No se quedará sin ingresos ya que, además de su pensión como ex presidente, negoció que su partido le pague un sueldo, el alquiler de una casa y los abogados que pueda necesitar. Pero perderá el aparato del Estado, con el poder y la protección que esto le daba a él y a su familia.

Bolsonaro tiene tres hijos en la política, un senador y un diputado a nivel federal, y un diputado en la Asamblea estadual de Río de Janeiro. Sus hijos, que eran conocidos con la jerga cuartelera de 01,02 y 03, también perderán influencia, además de quedar mucho más expuestos al escrutinio público y de la Justicia, que tiene numerosas causas en su poder por corrupción y que hasta ahora no pudieron avanzar.

Bolsonaro, con 67 años, fue un líder indiscutible de la ultraderecha brasileña, que afloró en las elecciones de 2018 y que creció en estos años alentada desde el propio Estado. Pero no hay 58 millones de brasileños de ultraderecha. Hay una minoría muy intensa, que después de las elecciones salió a cortar autopistas y a concentrarse ante cuarteles militares, con la fantasía de provocar una intervención armada e impedir la asunción de Lula. Anticomunistas feroces que creen que Brasil se va a convertir en una nueva Venezuela. Y fanáticos religiosos, alimentados por pastores evangélicos pentecostales que, desde los púlpitos, defienden una pauta de costumbres ultraconservadora y excitan a sus fieles con la idea de que Lula va a cerrar iglesias y que tiene un pacto con Satán.

Hasta dónde se van a poder mantener estas narrativas es algo que se verá con el tiempo. Lula se posicionó contra el aborto y no hay perspectiva de que impulse un cambio en la legislación.

Por esto queda por ver cuál será el papel de Bolsonaro. Si vuelve a ser el personaje irrelevante de antes de llegar a la presidencia, a quien nadie daba mucha atención, o sigue siendo un líder peligroso que puso en riesgo la democracia en estos cuatro años que ejerció la presidencia.

No hay que esperar que una vez en el llano Bolsonaro abdique de su esencia. Defensor de la dictadura y de la tortura, machista, homofóbico y violento, usará las redes sociales para mantener encendida la llama de su militancia. La gran prensa no le va a dar protagonismo, como de hecho no se lo dio en los últimos años, excepto los medios ideológicos afines. En el Jornal Nacional, el telediario de la noche (8.30) de la red Globo, que ven millones de brasileños cada día, así fue. Y tuvo a los tres grandes diarios también enfrentados: O Globo, Folha de S.Paulo y O Estado de S.Paulo. Es decir, depende de su propia burbuja.

En las Fuerzas Armadas, cooptadas durante su gobierno mediante puestos y beneficios excepcionales, seguirá habiendo sectores bolsonaristas, al igual que en las policías (federal, rodoviaria), que cultivó con esmero durante estos años. Pero su influencia disminuirá cuando cambien sus jefes.

La actitud que adoptó el presidente después de las elecciones, primero manteniendo silencio, sin reconocer su derrota, no felicitando a Lula, y el implícito apoyo a las manifestaciones golpistas, le juegan en contra, porque reduce su ámbito de influencia. Hay sectores ideológicos irreductibles, incluyendo los manifestantes en el sur del país que cantaron el himno nacional con el saludo nazi fascista. Pero la derecha ya tiene personajes más presentables, incluso más educados.  

Siendo hasta ahora el principal referente de la derecha y la ultraderecha brasileña, no hay que descartar que tenga problemas con la Justicia que afecten su futuro político. Su desastrosa gestión de la pandemia -con más de 688.000 muertos- y varios casos graves de corrupción pueden empezar a preocuparle a partir de enero, cuando no contará más con la complicidad de agentes del Estado. Empezando por los dos presidente del Congreso que hubo en su período, Cesar Maia y el citado Arthur Lira, que cajonearon los más de 100 pedidos de juicio político. Y siguiendo por Augusto Aras, el Procurador General de la República (Jefe de los fiscales), que no dio curso a ninguna causa en contra del presidente.

La derrota electoral sumió al presidente en el silencio y la inactividad. No solo tardó en reconocer el resultado -y esto sin hacer una declaración explícita- también se aisló de sus ministros y colaboradores. Le quedan todavía dos meses de poder. Se especula que no cumplirá con el que debería ser último acto de su gobierno, el traspaso de la banda presidencial a su sucesor, con el que no se comunicó. Quedaría el trámite en manos de su vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que sí se puso a disposición con el vicepresidente electo y reconoció desde el primer momento la derrota. Si se cumple la previsión de que Bolsonaro se niega a entregarle la banda a Lula, quedará en la historia en la misma posición que Cristina Kirchner, que hizo lo propio con el presidente Mauricio Macri, en 2015.

El capital político de Bolsonaro amenazado