domingo. 28.04.2024
JULIAN_ASSANGE
Julian Assange, en una imagen de archivo.

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Ayer tuve le fortuna de ver la película Tierra de Audaces de Henry King. Rodada en 1939, cuenta la historia tantas veces contada de los hermanos Jesse y Franz James, pero sobre todo, como pasaba con frecuencia con el cine norteamericano de aquellos años, denuncia la crueldad del capitalismo salvaje contra los ciudadanos indefensos que viven de su trabajo sin meterse con nadie: Una empresa de ferrocarriles privada pero apoyada y defendida por el Gobierno arrasa las tierras de los campesinos y mata a quienes se oponen a venderlas por un puñado de dólares. Ni el recurso a la justicia ni a las altas instancias gubernamentales sirve para detener a los forajidos capitalistas, sólo queda la acción directa, rebelarse contra la dictadura de una oligarquía que tiene a todo el país, incluidas sus instituciones, a su merced.

Traigo esto a colación porque en buena parte del cine yanki de aquellos años se respiraba un aire de libertad del que hoy carece. Los campesinos no querían vender sus tierras al ferrocarril, pero lo hubieran hecho si por ellas les hubiesen pagado un precio justo. La rebelión nace cuando se dan cuenta de que no pueden recurrir a ninguna instancia y que, por tanto, el sistema es su enemigo.

Julian Assange nació en Australia en una familia bien situada. Comenzó a estudiar Ciencias y Matemáticas, pero no concluyó ninguna de las dos carreras. Atraído por la programación informática, se introdujo en los archivos de una universidad australiana para demostrar los fallos de seguridad de sus sistemas. Fue encarcelado y multado siendo muy joven. Viajero, de culo inquieto, defensor del libre mercado y aficionado a la Filosofía, comenzó a interesarse por el funcionamiento de las redes de poder. Con tal finalidad y basándose en la experiencia de Wikipedia, en 2006 fundó Wikileaks, página dedicada a denunciar los abusos de poder y la falta de transparencia de las democracias occidentales, financiándose con donaciones particulares. Después de unos años en los que sus trabajos apenas fueron recogidos por los medios tradicionales, el 28 de noviembre de 2010 dio a conocer más de doscientos cincuenta mil documentos secretos del Departamento de Estado del Gobierno norteamericano en los que todo el que quiso pudo leer informes detallados de la actuación de Estados Unidos en todo el mundo, pero sobre todo las torturas y matanzas perpetradas por su ejército en Irak y Afganistán, dejando al descubierto el proceder incalificable de la primera potencial mundial fuera de sus fronteras.

No era la primera vez que se conocían las atrocidades perpetradas por Estados Unidos en sus intervenciones en el exterior, tampoco que se sabían las estratagemas ridículas inventadas por los estrategas del Pentágono y la CIA para justificar sus guerras, pero sí fue la primera vez en la historia en que se publicaron cables e informes internos de la Secretaría de Estado en los que se hablaba abiertamente de ellos. Ese día de noviembre de 2010 Julian Assange firmó su condena. En una democracia liberal de la que tanto hablan los líderes de la derecha española, la revelación de esos documentos debería haber supuesto la dimisión del gobierno norteamericano y el procesamiento de los responsables por crímenes contra la humanidad. No fue así, sino todo lo contrario, no hubo dimisiones, no hubo procesamientos, ni siquiera disculpas o lamentaciones por lo sucedido, la única consecuencia de aquella noticia fue que Assange perdió la libertad y entró en el corredor de la muerte, refugiándose primero en el sur de Inglaterra, después en la embajada de Ecuador en Londres y más tarde detenido y encarcelado en una prisión de máxima seguridad.

Además de la vida de Assange, lo que estos días se ventila en Londres es si la libertad de pensamiento y de expresión siguen siendo valores democráticos

Hace unos días supimos de la muerte del opositor ruso Alexei Navalny, quien hace años fue envenenado por agentes de ese país. No hay seguridad sobre ello, pero probablemente no habría muerto si no hubiese estado encarcelado en las cárceles de Putin. En este caso, la prensa mundial ha cubierto la noticia con todo tipo de informaciones, suposiciones y elucubraciones, como debía ser. Sin embargo, Assange lleva encarcelado, de un modo u otro, desde que hizo públicos los papeles del Departamento de Estado norteamericano, es decir casi catorce años. No ha sido juzgado ni hay delitos objetivos que haya cometido, pese a que durante años Suecia pidió su extradición a Londres por presunta violación, caso que se cerró en 2017. La única razón para explicar el calvario que está sufriendo Assange, con graves repercusiones en su salud física y mental, es que Estados Unidos está aplicando medidas ejemplarizantes para futuros navegantes. Tras los casos Ellsberg, Manning y Snowden, Estados Unidos decidió atajar drásticamente cualquier nueva fuga de información secreta que ponga en cuestión su estrategia de dominio mundial. Nada importa, ni la democracia, ni la libertad de expresión, ni los derechos humanos, ni la dignidad humana, como en la película de Henry King todo está permitido con tal de proteger la razón de estado, que en este caso no es otra que la de los intereses de las grandes corporaciones que dominan el mundo. Sólo existe una ley, que es la del más fuerte, y ante esa ley lo mejor es guardar silencio, cerrar los ojos y mantener los oídos conectados al auricular.

Assange, premiado por la Universidad de Sidney, Amnistía Internacional, Reporteros Sin Fronteras, The Economics, Le Monde o Times, ha sido víctima de un complot de la CIA para asesinarlo, su cabeza ha sido pedida por los políticos republicanos Sarah Palin y Donald Trump, por el periodista de la Fox Bill O'Reilly y por el político canadiense Tom Flanagan, sólo por el delito de poner en conocimiento de los ciudadanos de todo el mundo los secretos de la sanguinaria política exterior norteamericana. Estos días los magistrados británicos deciden sobre su extradición a ese país y si no la han concedido todavía, pese a las inmensas presiones recibidas, es por miedo a la reacción que tal decisión podría suscitar en todo el planeta y porque nadie está seguro de lo que las autoridades políticas y judiciales norteamericanas harían con un hombre inocente. Además de la vida de Assange, lo que estos días se ventila en Londres es si la libertad de pensamiento y de expresión siguen siendo valores democráticos o han pasado, y con ella la democracia misma, al desván de la historia. De momento, Estados Unidos parece haber decidido esto último; Europa, calla, como es costumbre.

Assange en el corredor de la muerte