viernes. 19.04.2024

El pacifismo según Albert Einstein

El 16 de abril de 1955, Albert Einstein, el más importante y popular científico del pasado siglo, hace ahora 61 años, sufría un aneurisma de aorta del cual fallecería dos días después. La memoria de Einstein, al cual dediqué un reciente artículo sobre su emotiva visita a Zaragoza en marzo de 1923, además de por su inteligencia fuera de lo común, resulta destacable desde otros muchos puntos de vista. Por ello, hoy quisiera recordar sus ideales pacifistas en medio de los convulsos años que jalonaron su vida.

Nacido en 1879 en Ulm, en tiempos del fulgurante Imperio Alemán, perteneciente a una familia judía asimilada, nunca aceptó el agresivo militarismo germano de tan funestas consecuencias en la historia reciente de Europa.  De hecho, tras el estallido de la I Guerra Mundial en 1914, Einstein, por aquel entonces militante del Partido Democrático Alemán (DDP), ya dejó patente su antimilitarismo.

 Años después, durante el período de entreguerras en el cual la débil República alemana de Weimar se vio acosada por el imparable auge del nazismo, se fueron reafirmando estas ideas en el pensamiento del eminente científico que había obtenido el Premio Nobel de Física en 1921. De este modo, en su célebre discurso pronunciado en el Congreso de Estudiantes Alemanes para el Desarme de 1930, abogó de forma decidida por la supresión en todos los países del servicio militar obligatorio al cual consideraba como “el síntoma más vergonzoso de la falta de dignidad personal que padece hoy la humanidad”. De este modo, Einstein se mostró partidario del desarme total a la vez que instaba a los jóvenes alemanes a impulsar un pacifismo “que ataque activamente el armamentismo de los Estados”. En consecuencia, frente al auge de los fascismos, el antimilitarismo de Einstein le hace denostar los ejércitos  a los que define “el peor engendro que haya salido del espíritu de las masas” y como “una mancha de la civilización”, los cuales deberían desaparecer para garantizar la paz mundial, todo lo cual le hizo exclamar: “¡Cuánto detesto las hazañas de sus mandos, los actos de violencia sin sentido y el dichosos patriotismo. Qué cínicas y despreciables me parecen las guerras!. ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte de una acción tan vil!”.

En esta lucha contra el militarismo y las guerras, ya desde los años 30 destacará la responsabilidad moral de los científicos en el desarrollo de “instrumentos militares de destrucción masiva”, razón por la cual considera necesario la fundación de una Sociedad de Responsabilidad Social en la Ciencia. Y no sólo los científicos, en aquellos agitados años del período de entreguerras y de fascismos emergentes, el consolidar la paz internacional requería, según el científico alemán, la participación activa de la ciudadanía, “una responsabilidad moral que ningún hombre consciente puede dejar de lado”. Y añadía algo de total actualidad al recordarnos que “el sistema democrático y la conciencia activa de los ciudadanos deben de frenar los interesas de los grupos industriales armamentísticos”, algo fundamental para, entonces como ahora, y como recientemente recordaba el Papa Francisco, frenar a quienes de forma perversa, activan los conflictos bélicos para lucrarse por medio de las industrias y los intereses armamentísticos.

En 1932 Einstein participó en la Conferencia para el Desarme en la cual criticó duramente la ineficacia de la Sociedad de Naciones, algo que quedaría patente poco después tras el estallido de nuestra guerra civil en 1936) a la vez que proponía limitar la soberanía de los Estados para que éstos se sometieran a las resoluciones de un Tribunal Internacional de Arbitraje y defendía, una vez más, el desarme ya que sin él “no habrá verdadera paz” advirtiendo que la continuación de la carrera armamentística “conducirá sin duda a nuevas catástrofes” y, ciertamente, así fue.

Convertido Hitler en canciller de Alemania en 1933, Einstein, judío y antifascista, que calificaba al nazismo de “enfermedad psíquica de las masas”, decide abandonar su país natal y se exilia en los EE.UU.  A su vez el horizonte internacional se hacía más tormentoso dado que la rearmada Alemania nazi caminaba a paso firme hacia una nueva contienda de magnitudes planetarias: la II Guerra Mundial. Avistando la tormenta, el pacifista Einstein,  el 2 de agosto de 1939, firmó la famosa carta dirigida al presidente Roosevelt instándole a incrementar las investigaciones del llamado Proyecto Manhattan en el que trabajaban ya, entre otros científicos Robert Oppenheimer y Enrico Fermi, para que los EE.UU. lograsen la bomba atómica antes de que lo hicieran los  nazis. Ello hizo que el pacifista Einstein haya sido considerado “el padre de la bomba atómica”, proyecto que  culminaría con el lanzamiento de sendos artefactos nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, una tragedia que no obstante puso fin a la guerra mundial, tuvo que resolver un profundo dilema moral pues, aun siendo consciente del “horrendo peligro” que el arma nuclear significaba, pacifista convencido como era, admirador de la figura de Ghandi del que dijo que era “el mayor genio político de nuestra historia”, reconoció que lo le quedó otra salida pues la posibilidad de que los nazis, a los que define como “enemigos de la humanidad”,  lograsen la bomba atómica antes con el Proyecto Uranio en el que trabajaban los científicos nazis Otto Hahn y Lis Meitner, le empujó a dar el paso alegando el peligro cierto de que, como le escribió a Roosevelt, dada la mentalidad de los nazis, de disponer éstos de la bomba, “habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo”.

Esta decisión pesó siempre sobre su conciencia y, tras la derrota de los fascismos, el mundo entró en una nueva y convulsa etapa: la Guerra Fría entre EE.UU. y la URSS con la amenaza nuclear  entre las dos superpotencias como telón de fondo, algo que podía significar el riesgo cierto de la destrucción devastadora de nuestro planeta. Por ello, Einstein, consciente de ello, retomó su actividad pacifista y en 1955, el año de su fallecimiento, impulsó el conocido como Manifiesto Russell-Einstein que instaba a los científicos a comprometerse en la desaparición de las armas nucleares. A modo de legado, la utopía pacifista de Eisntein la resumía el célebre científico con estas palabras: “¡Ojalá que la conciencia y el buen sentido de los pueblos despierte, para llegar a un estadio de la civilización en la cual la guerra pase a ser sólo una inconcebible locura de los antepasados!”. Una utopía, un reto permanente para la Humanidad.

El pacifismo según Albert Einstein