martes. 16.04.2024
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El Secretario General de la poderosa Unión Soviética refrenda con un beso al indiscutible dirigente germano y líder en la muy comunista República Democrática de Alemania, Eric Honecker, su fraterno respaldo. 

La imagen se conserva en la East Side Galery. Tras la caída del Muro de Berlín, en 1990 se pintaron las caras del muro que daban a la ciudad confinada por motivos políticos. Franquear esa barrera se considera un delito de alta tradición y muchos murieron por intentar ir al otro lado de su ciudad natal o adoptiva. En 2009 se volvieron a pintar esos murales, pero ya no tenían la frescura inicial propia de un movimiento espontáneo.

En cualquier caso se conserva el icono del ósculo prodigado por el anciano Brézhnev. Los nombres de ambos dirigentes comunistas quizá se recuerden sobre todo por esta pintura. Sus países ya no existen. Uno duró cuatro décadas y el otro ni siquiera el doble.

El expansionismo suele acarrear una contracción ulterior. Ahí tenemos al Imperio británico reducido a un reino que no hace honor a su nombre, porque de unido tiene cada vez menos

Durante todos esos años el socialismo real se impuso a millones de ciudadanos prometiéndoles que trabajaban para lograr un paraíso en la tierra, mientras que quienes tomaban las decisiones vivían más bien con unas comidas dignas de los bien situados en el régimen capitalista. Sus privilegios y dachas no podían homologarse con la de los actuales oligarcas rusos, pero estaban muy por encima del confort que disfrutaban sus conciudadanos a quienes llamaban camaradas.

Esto nos hace ver cuán efímeros pueden ser los artificios políticos más notables. Ahora la Rusia de Putin, con sus impresionantes fuerzas militares, no puede doblegar a una de sus antiguas provincias. Las batallas también se ganan en otros frentes no bélicos y ahí las cosas no dejan de ser mucho más complejas. 

¿Cómo saldrá la Federación Rusa del envite? Alemania extendió sus territorios a golpe de Panzer hasta límites insospechados, pero tras la guerra que había iniciado no sólo perdió localidades tan simbólicas como Königsberg, la patria chica de Kant y capital de la Prusia Oriental, sino que incluso se vio dividida en dos naciones distintas con regímenes políticos presuntamente antagónicos.

Es una lección que la historia ha dado muchas veces. El expansionismo suele acarrear una contracción ulterior. Ahí tenemos al Imperio británico reducido a un reino que no hace honor a su nombre, porque de unido tiene cada vez menos, como demostrarán las consecuencias del Brexit en Escocía, Irlanda y la propia capital británica. Es la herencia del frívolo Johnson.

Probablemente retorne Trump y eso, lejos de agrandar América, la hará más pequeña, primero como referencia democrática ilustración luego de modo literal. Pero eso mismo sucederá con la emergente China. Su futura hegemonía tampoco durará mil años como las dinastías egipcias. Ojalá cobráramos conciencia de semejante futilidad y nos concentráramos en solucionar nuestros problemas más elementales, en lugar de oficiar como peones en un tablero donde otros mueven las piezas. Conviene identificar a esos jugadores para que se ajusten cuando menos a sus propias reglas.

El beso del Muro de Berlín y sus enseñanzas histórico-políticas