viernes. 29.03.2024
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En los análisis de los resultados electorales se lee a menudo una expresión que no por ser usada de forma habitual deja de ser extraña: las urnas han hablado. Y se aportan los argumentos que le atribuyen un significado y un sentido al supuesto mensaje emitido por millones de votos excarcelados de las urnas. Casi siempre, lo que dicen que dicen las urnas dice más de los analistas, de sus inclinaciones y fobias políticas o de los intereses de los que son deudores, que de la siempre discutible síntesis de la voluntad popular que deriva de la distribución de votos y escaños.

Los mensajes, en plural, emitidos por las urnas son, en realidad, muchos y contradictorios. Así, no es el mismo mensaje el que han recibido, por poner un par de ejemplos, Llamazares y su partido que el destinado a Casado y al PP. Por otra parte, ninguno de esos dos mensajes ha sido nítido. No está claro, en el primer caso, si los 30.448 votos conseguidos por Llamazares quieren decir que no existe ese espacio electoral de más de un millón de votantes progresistas que no se sienten bien representados por el PSOE ni por Unidas Podemos (UP) o si las circunstancias no han sido propicias, dada la polarización de la campaña electoral, a que acabaran plasmándose en votos para Llamazares. O, en el caso de Casado, si su error tiene un carácter estratégico, el de haber incorporado a la extrema derecha neofranquista como socio en su objetivo de debilitar a las fuerzas progresistas y a los partidos nacionalistas catalanes y vascos con los que confronta el nacionalismo español excluyente o un carácter formal y táctico, por revestir las propuestas de un tono bronco y frentista sin guardar unas distancias mínimas con el sustrato ideológico neofranquista de la extrema derecha que no es del agrado de parte de sus votantes.

Antes que mensajes claros y unívocos, el resultado electoral del pasado 28A muestra una radiografía de las afinidades políticas electivas de una sociedad muy plural y de los espacios políticos que tienen posibilidades de conformar el próximo Gobierno de España. Y a partir de ahí viene el proceso de reelaboración política de esos resultados para seleccionar uno de los escenarios que los votos han hecho viables y definir un programa gubernamental delimitado por los acuerdos explícitos e implícitos negociados por las fuerzas que conformarán el nuevo Ejecutivo o le darán su apoyo.   

LA RADIOGRAFÍA POLÍTICA QUE DIBUJAN LOS VOTOS DEL 28A

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Las urnas han derrotada a la alianza derechista que tenía la pretensión de laminar al conjunto de las fuerzas de izquierdas y al independentismo catalán

Si observamos la radiografía que muestran los votos conseguidos por las principales opciones políticas se ve la imagen de tres grandes bloques políticos profundamente divididos entre sí, aunque no estancos, y asentados de forma muy desigual territorialmente: las izquierdas, las derechas y los nacionalismos periféricos confrontados con el nacionalismo español históricamente dominante.

Y en el interior de cada uno de esos tres grandes bloques se aprecia una notable fragmentación ideológica y táctica que alimenta una competencia entre los partidos que componen cada bloque que puede concluir en virulentas disputas por la hegemonía política, social y cultural.

En números, el 28A permite observar que los bloques de la izquierda y la derecha recibieron un número muy similar de votos, alrededor de 11,3 millones de votos cada uno. Muy por debajo, los partidos nacionalistas catalanes, vascos y gallegos suman la nada despreciable cifra de 2,4 millones, aunque lo determinante de este tercer bloque no es tanto su peso electoral, que también, como la enmienda a la totalidad que hace a la concepción de una España uniforme y un nacionalismo español excluyente que sólo se reconoce en una de sus partes, de su historia o de sus lenguas y que considera un agravio la existencia de otros nacionalismos que impugnan al nacionalismo español. Los resultados electorales en Cataluña y País Vasco o, con mayores diferencias y especificidades, en Navarra y Galicia muestran la pujanza de esos otros nacionalismos que mantienen una posición significativa, cuando no mayoritaria, en las circunscripciones que forman la base territorial de sus respectivas naciones, tan históricas o legítimas como la española aunque su actual configuración política e institucional proceda de los Estatutos de Autonomía aprobados a partir de 1979.       .

De esa radiografía electoral se deduce una conclusión: las urnas han derrotada a la alianza derechista que tenía la pretensión de laminar al conjunto de las fuerzas de izquierdas y al independentismo catalán. Aunque la calificación de esa derrota merezca algunas matizaciones que haré después.

Una tasa de participación electoral excepcional del 75,75% (habría que remontarse a 1996 para encontrar un porcentaje superior), en una situación dominada por el griterío y las furias reaccionarias, y la serena respuesta de una mayoría moderadamente progresista han parado los pies a la derecha y han dejado constancia de la apuesta de la ciudadanía por una convivencia en paz y de un diálogo sin imposiciones antidemocráticas o anticonstitucionales. Pero que se haya hecho evidente el rechazo electoral al propósito de las tres derechas de imponer un nacionalismo español excluyente no significa que haya una alternativa de articulación territorial del Estado español capaz de suscitar el apoyo mayoritario de la ciudadanía. Esa alternativa hay que construirla políticamente, está aún muy inmadura y las fuerzas políticas deben aún trabajar y dialogar mucho para que se abra paso. Los votos progresistas y nacionalistas confrontados con el nacionalismo españolista sólo suman a la contra, no suman a favor de una fórmula alternativa de articulación territorial. 

En los terrenos económico y social, sumar votos progresistas y votos nacionalistas es una operación aritmética que tiene mucho de artificial, la aguanta el papel y poco más

Menos claro o más discutible es que la derrota del bloque de las derechas se entienda también como derrota de las políticas económicas y sociales que defiende. Es cierto que las políticas amigables con los beneficios empresariales, de desregulación del mercado laboral o de consolidación presupuestaria acelerada cuentan con menos consenso social que en los primeros años del estallido de la crisis global en 2008. La perpetuación de altas tasas de desempleo, los recortes, la pérdida de calidad y la privatización de los bienes públicos, la extension de los empleos precarios mal remunerados o la multiplicación de los riesgos de pobreza y exclusión social han hecho que la pérdida de apoyo de la ciudadanía a la estrategia de austeridad y devaluación salarial emprendida o impuesta en 2010 haya avanzado al mismo ritmo que se debilitaba la cohesión social, aumentaba la inestabilidad política, se disparaban las desigualdades y se hacía evidente que el mayor crecimiento económico conseguido a partir de 2014 era capturado por una minoría y no suponía mejora del bienestar de la mayoría social ni recuperación de las rentas, bienes públicos y derechos laborales perdidos.

Sin embargo, el debate sobre qué estrategia económica seguir está vivo, tanto en España como en la Unión Europea; sin que se puedan sumar los votos de los dos bloques que han derrotado a las derechas ni se pueda decir que exista un consenso social mayoritario sobre sus elementos claves, más allá de algunas frases bienintencionadas y de las propuestas avanzadas, consensuadas y aprobadas por el primer y breve Gobierno de Sánchez con el apoyo de los partidos que apoyaron la moción de censura a Rajoy. Es mucho, sin duda, pero aún no conforman una estrategia económica alternativa precisa y viable políticamente. En los terrenos económico y social, sumar votos progresistas y votos nacionalistas es una operación aritmética que tiene mucho de artificial, la aguanta el papel y poco más.

En materia de política económica no se deriva del resultado electoral del 28A un mandato claro. Son los políticos y la acción gubernamental los encargados de explorar los límites y de comprobar las cesiones y los apoyos parlamentarios que son necesarios para aprobar cada medida. Y habrá mucho de negociación, tanteo y rectificación en una coyuntura económica mundial y europea particulamente delicada y compleja, de continuidad de la desaceleración del crecimiento del comercio y la actividad económica, y en una nueva situación política de la UE, con un seguro avance electoral de las derechas y extremas derechas neosoberanistas que condicionarán las propuestas de una derecha conservadora europea todavía mayoritaria y marcarán los límites de las reformas institucionales que son imprescindibles para que el euro funcione y sirva para cumplir las promesas de convergencia, mejora del bienestar de la ciudadanía europea y cohesión que justificaron su creación.

DOS GRANDES DERROTADOS Y LOS IMPACTOS DE ESAS DERROTAS EN LA CAMPAÑA ELECTORAL DEL 26M

casado  La radiografía del resultado electoral del 28A indica los límites de la victoria de la izquierda, la derrota de la estrategia reaccionaria seguida por la derecha, el avance de los nacionalismos periférico y dos grandes derrotados, el PP y Unidas Podemos.

En el caso del PP se confunde a menudo la clamorosa derrota electoral de Casado y su estrategia de escoramiento a la derecha, de la que el PP tardará en recuperarse sin que pueda excluirse que Cs lo sustituya en su posición predominante en la derecha, con la más controvertida derrota del bloque de derechas, en el que tanto Cs como Vox han salido reforzados y suma tantos votos como el bloque de izquierdas.

A la importante y generalizada pérdida de votos (3,55 millones) y escaños (71 diputados), respecto a los resultados de 2016, el PP debe añadir su desaparición del Parlamento Vasco, su reducción a casi nada (Álvarez de Toledo) en el Parlamento de Cataluña y el descenso a la segunda posición en su feudo gallego. Por otro lado, los 2,68 millones de votos conseguidos por Vox muestran hasta qué punto la legitimidad que Casado otorgó a su alianza con la extrema derecha neofranquista amplió la hemorragia de votos por su derecha y proporcionó vuelo a la intención de C's de arrebatarle su posición hegemónica en el espacio político de la derecha.

Rivera no consiguió su objetivo por muy poco, pero los votos logrados por C's le reafirman en esa estrategia, que espera culminar en las elecciones del 26 de mayo, para lo que está obligado a intensificar sus críticas al PP en una dura campaña de reafirmación de C's, tanto frente a la izquierda como frente a sus aliados del bloque derechista, que confirme su liderazgo en la oposición al PSOE. C's espera asestar el golpe definitivo a un PP profundamente desorientado, dividido y sobredimensionado en sus estructuras orgánicas por una corrupción de la que aún hay mucho juicio por hacer y sentenciar. Supone Rivera que, una vez consiga sobrepasar a un PP aturdido por un nuevo revés electoral, tendrá tiempo de migrar sin prisas hacia aguas políticas más templadas: un lento y medido viaje de vuelta hacia el centro liberal que le permitirá en las próximas elecciones generales tener expedito el camino a la Moncloa. Por eso cabe prever una notable intensificación de las descalificaciones al PP por parte de C's y la correspondiente reacción del PP. Confrontación que no permitirá a Rivera ningún tipo de acercamiento a Sánchez en los próximos meses, a poco que los resultados electorales afirmen la posición de C's y avalen su campaña de acoso y derribo del PP.

La oferta política encabezada por Sánchez ha conseguido convencer a buena parte de la izquierda de la utilidad del voto al PSOE

La derrota de UP, menos dura que la la del PP en votos y escaños (aunque ha perdido aliados, más de un millón de votos y alrededor de una treintena de asientos en el Congreso y el Senado) tiene otro sentido político. La tensión y polarización política generadas por la aparición de Vox y por su impronta política en las propuestas de sus socios de derechas han movilizado el voto progresista. La oferta política encabezada por Sánchez, un cambio tranquilo que apela al diálogo, la convivencia y una mayor protección pública a los sectores desfavorecidos y que sustenta en la legalidad y la Constitución como garantías de democracia, ha conseguido convencer a buena parte de la izquierda de la utilidad del voto al PSOE.

Iglesias, en lugar de reconocer su derrota, más allá de una crítica generalista e imprecisa a la imagen de división interna que ha dado Podemos y de los intentos de imputar a Errejón parte de la pérdida de votos, para desacreditarlo ante sus votantes como desleal competidor electoral en Madrid, se ha empeñado en transformar la derrota electoral en una victoria política que sólo podrá lograr con la incorporación de UP al nuevo Gobierno de Sánchez. Hay escasa probabilidad de que pueda tener éxito en tal empresa. UP hace una mala lectura del resultado electoral, de la pérdida de votos y de sus causas. Y hace una peor lectura de la viabilidad de un escenario de coalición gubernamental entre UP y PSOE y del interés que manifiesta Sánchez en tenerlo como aliado parlamentario sin otorgarle la condición de socio de Gobierno. No creo que el empeño de UP en reivindicarse como única garantía de un programa de izquierdas en un Gobierno de coalición presidido por Sánchez tenga algún futuro. No estaría de más un mayor esfuerzo por parte de las direcciones de Podemos e IU para  elaborar una estrategia y una argumentación algo más complejas y mucho más realistas que permitieran a UP adaptarse en mejores condiciones, en cualquiera de los escenarios posibles, a su papel esencial de impulsor de un cambio progresista a favor de la mayoría social que no pasa necesaria ni probablemente por la formación de una coalición gubernamental de izquierdas entre UP y PSOE. Sánchez tiene la batuta y no parece inclinado a dirigir la partitura de una coalición de izquierdas.  

podemos

Podemos, junto a las alianzas y confluencias generadas en las anteriores elecciones municipales y autonómicas, seguirá siendo una pieza clave del cambio posible

No se trata tampoco de que el equipo dirigente de Podemos comience la nueva campaña electoral con una autocrítica devastadora de su gestión que, además de apresurada, podría ser contraproducente, pues empeoraría el desarrollo de su campaña, los ánimos de sus activistas y votantes y, como consecuencia, sus resultados. Se trataría, más bien, de abrir la puerta a un debate interno tras el 26M y de valorar como legítimas las muchas críticas que pueden hacerse a su gestión, por la incapacidad de integrar las diferencias, por la escasa aplicación en la organización y el impulso de la reflexión y el debate de los círculos y el resto de órganos internos o por las formas autoritarias de resolver las discrepancias internas y sus relaciones externas, exhibiendo unas ínfulas frente a sus potenciales socios que han dejado poco espacio para la cooperación y han dificultado, cuando no impedido, la consecución de acuerdos razonables con otros actores políticos de ámbito local o regional en la denominación y composición de las listas y en la elaboración de los programas electorales. Podemos, junto a las alianzas y confluencias generadas en las anteriores elecciones municipales y autonómicas, seguirá siendo una pieza clave del cambio posible, siempre que muestre capacidad de rectificación, para lo que debe mostrar su predisposición a rectificar, reconozca la importancia del resto de actores políticos con los que comparte espacio político y se reacomode a la nueva posición en la que lo han colocado las urnas.

Si no lo hace así y se reafirma en sus emplazamientos y confrontación con el PSOE y con otras opciones y agrupamientos municipales y autonómicos con parecidos planteamientos progresistas, continuará su deslizamiento hacia los márgenes de una izquierda enfurruñada e incapacitada para transformar sus apoyos electorales y sociales en políticas favorables a la mayoría social. Incapacidad que terminará en disgregación y neutralización de su potencial para impulsar la regeneración democrática y el cambio político y social.

Hay riesgos evidentes de sectarización de las campañas de las diferentes y variadas opciones de izquierdas que en las elecciones a Ayuntamientos y Comunidades Autónomas competirán por los votos favorables a un cambio progresista. Opciones electorales que deben encontrar su justificación en lo que aportan y no, en ningún caso, en sus ataques a otras opciones progresistas y de izquierdas por lo que hayan hecho mal o dejado de hacer, sin valorar lo mucho que han hecho bien desde el gobierno de los Ayuntamientos del cambio y algunas CCAA o desde la oposición municipal en muchas grandes ciudades y pequeños pueblos.

En los Ayuntamientos y CCAA que no se hayan podido lograr las confluencias de las distintas fuerzas situadas a la izquierda del PSOE, convendría aportar mesura, no atizar las disputas inútiles y encauzar los inevitables roces en un debate racional que no elimine las opciones de su necesaria cooperación. Aunque resulte fácil entender que la suma de todas las opciones progresistas es imprescindible para no perder las posiciones institucionales conseguidas y profundizar el desprestigio de las tres derechas, haríamos bien los votantes de las diferentes opciones progresistas en no seguir ni apoyar esa pulsión suicida de la izquierda que consiste en descalificar a las opciones más cercanas y enzarzarse en peleas con una gran carga ideológica o personal que no van ni llevan a ninguna parte, pero ayudan a dejar el campo abierto al avance de las derechas. Y en recordárselo a los líderes y a las opciones políticas que impulsen o sigan esa deriva.

Del mensaje y la radiografía que resultan del 28A