martes. 19.03.2024

Los agricultores y los pastores eran el núcleo de la sociedad de la Antigua Roma. El cultivo principal eran los cereales pero sobre todo el trigo y las leguminosas. Más tarde se introdujo la vid y posteriormente el olivo. Como árboles frutales destaca la higuera y destacan el cultivo de hortalizas, legumbres y lino.

Más del 90% de la población del Imperio era pobre y vivía en el campo, obligada a ganarse con esfuerzo una existencia precaria. Vivir de la agricultura era muy duro en esta época. Por eso, Vegecio explicaba en su “Compendio de la técnica militar” que había que buscar a los reclutas del ejército en las zonas rurales porque, dado el bajo nivel tecnológico existente, la agricultura era muy laboriosa y exigía una forma física muy ruda.

  1. La vida en el campo y las villas
  2. Propiedad de la tierra 
  3. La alimentación y el vestido
  4. La vestimenta romana
  5. El calzado
Molinos romanos
Molinos romanos

Los campesinos solían vivir en condiciones muy humildes, rozando el umbral de la pobreza, y de ninguna manera llegaban a percibir los mismos ingresos que un carpintero o que un alfarero, ya que existía un grado de especialización que no se daba en el campo. 

Al principio los romanos poseían la tierra en usufructo y su riqueza se medía por los rebaños, y los ahorros personales, que era denominado peculium. Más tarde se introdujo la propiedad privada de la tierra.

Las primeras tierras de los romanos se llamaban heredium que significa dueño, y en un principio no superaban las dos yugadas que eran unos 5.400 m2, aunque aparte estaban la casa, las cuadras, la barbechera y los pastos. 

Estas pequeñas porciones de tierra pronto fueron superadas y si en algún caso se mantuvieron fue para los cultivadores antiguos de las ciudades dominadas, pero no para los ciudadanos romanos.

Los romanos mejoraron las técnicas agrícolas e introdujeron las siguientes mejoras:

  • El arado romano. Usaron el arado con reja de hierro.
  • Los molinos más eficaces para moler el grano. Promovieron el uso de molinos de agua y, en menor medida, de viento para poder moler el grano.
  • La prensa de aceite. Inventaron una mejorada prensa de aceite.
  • Técnicas de regadío con novedosas técnicas. Los romanos construyeron embalses y acequia para el riego. 
  • El uso de abono. Generalizaron el uso de abonos y otros fertilizantes naturales.
  • El uso del barbecho.

La técnica que los romanos usaban al cultivar la tierra ha perdurado, en lo esencial, hasta nuestros días. En primer lugar, como en todos los países mediterráneos de la actualidad, se practicaba la rotación de dos hojas. Esta rotación consistía, y consiste, en cultivar y dejar en barbecho los campos alternativamente, para mantener la fertilidad del suelo y acumular humedad. 

Este tipo de rotación se adaptaba a los suelos arenosos y a los veranos largos y secos de la cuenca mediterránea, aunque no a los del Noroeste de Europa en la Galia, donde los suelos son más compactos y el arado romano, debido a su debilidad, no podía levantar la tierra. Por ello, cultivaban las tierras arenosas calizas de las lomas, dotadas de su drenaje natural, y evitaban los suelos más compactos, pero más fértiles, de valles y mesetas. 

Lo que no ha perdurado hasta hoy es la técnica que los romanos usaban para arar los campos. Los arados romanos eran muy ligeros. Por lo tanto, al ser de madera, no dejaban los característicos surcos que podemos observar hoy en día en las tierras aradas. 

En su lugar, este arado lo único que conseguía era arañar la superficie de la tierra, por lo que el agricultor tenía que dibujar una cuadrícula por toda la parcela, para aprovechar toda la extensión de ésta. 

Plinio menciona que en los latifundios de la Galia había una suerte de cosechadoras, pero que no parecían muy útiles si se comparaban con los humanos, tal y como abunda en ello J. C. McKewon en su libro “Gabinete de curiosidades romanas” y decía:

“En diversos monumentos funerarios de la Galia aparecen representadas varias cosechadoras. Probablemente fuera el poco coste de la mano de obra esclava, y no los defectos de diseño de esas máquinas, lo que impidió que fueran adoptadas de forma generalizada”.

La época más activa en el campo era el otoño. Hacia principios de octubre se empezaba a sembrar el trigo y la cebada, terminando a mediados, o incluso a finales, de noviembre. 

Una vez finalizada la siembra, hacia mediados de diciembre, había que recoger las aceitunas, que posteriormente eran prensadas para obtener aceite, el cual se almacenaba en tinajas de barro precintadas con brea que eran destinadas a la venta o a su posterior consumo por parte de los residentes en la explotación. 

El otoño era el momento de la matanza del ganado, con el adobo y el embutido de sus carnes, con las que se fabricaban exquisitos jamones, lomos adobados, chorizos y una especie de mortadela.

Las actividades que se realizaban en invierno eran menos pesadas, aunque igualmente importantes. La mayoría de los trabajos invernales eran de índole doméstica. Era la época de las reparaciones, de tejer cestos de mimbre, de fabricar queso, herramientas, tinajas y arados, de tejer la lana de las ovejas y curtir pieles etc.

El verano era igual de intenso que el otoño, ya que, a finales de primavera, comenzaba la temporada de recogida de las hortalizas, seguida de la siega de la cebada y del trigo hasta casi principios del otoño, ya en septiembre, que terminaba con la recogida de las uvas, la vendimia, y su posterior prensado para hacer vino.

Los campesinos eran dueños de pequeñas parcelas o arrendaban parte de las tierras de los patricios. Los excedentes de la producción se vendían en las ciudades y las actividades comerciales y de trabajo manual no eran bien vistas por los romanos, por ello, eran realizadas por extranjeros o esclavos.

El comercio de esclavos
El comercio de esclavos

Los campesinos araban la tierra con su familia. Los arados eran tirados por bueyes. Solo los campesinos que poseían muchas tierras usaban esclavos o jornaleros. Los rebaños eran apacentados en pastos comunales propiedad del Estado, pero solo podían disfrutarlos los ciudadanos romanos.

Al trabajo sucedía el descanso que eran cuatro veces al mes, cada ocho días el campesino detenía su actividad y se dedicaba a las compras en la ciudad y otros asuntos. Las fiestas se hacían después de sembrar en invierno. El descanso duraba entonces un mes tanto para el amo como para el esclavo y los animales y se llamaba a esta fiesta las Paganalia, que era la fiesta del campo. 

La Paganalia eran las fiestas mandadas realizar por los dioses, pues la religión establecía el descanso tanto para el criado, el buey como para el labrador y el dueño. Estas fiestas se realizaban en enero, por lo que ni la cosecha ni las labores relativas al ganado sufrían alteración alguna.

Las tierras de Roma se incrementaban periódicamente con aproximadamente un tercio de las tierras que se quitaban a las ciudades vencidas. Los vencidos debían cultivar los dos tercios restantes para contribuir a las cargas y servicios como propietarios no ciudadanos. El tercio que correspondía a Roma era traspasado en parte a ciudadanos romanos.

Cuando se sometía o fundaba una ciudad o colonia se hacían las asignaciones de tierra. En el ager publicus se formaban las colonias con ciudadanos romanos como propietarios de al menos veinte yugadas, y de hecho se consideraba no rentable una propiedad de menos de siete yugadas, entre 16.640 y 18.900 m2.

Para que las tierras no menguasen, las bodas se hacían frecuentemente entre la misma familia. Los coherederos continuaban en general administrando la heredad en indiviso, y no fueron frecuentes las grandes particiones. 

La costumbre perduró, e incluso a fines del Imperio pues los fundus tenían el nombre de un solo propietario. A menudo el Estado atribuyó tierras a estos copropietarios evitándose así la partición al cabo de pocas generaciones.

La adquisición de tierras por algunos propietarios, las escasas particiones, y las herencias de otras ramas familiares extinguidas, llevaron a la existencia de algunas grandes propiedades. 

En estos casos, el dominio era parcelado, quedando una parte para el propietario que los cultivaba, a menudo por medio de esclavos y el resto mediante parcelas cedidas en usufructo a parientes, normalmente hijos del jefe de la familia, clientes o esclavos. 

Si el usufructuario era libre, el arriendo duraba el tiempo que estimaba el arrendador, que la poseía en un estado similar al llamado más tarde precario. Si el propietario deseara poner fin a la cesión no había forma legal de oponerse, si bien en contrapartida a menudo el usufructuario no pagaba censo por el uso, y eludía frecuentemente las prestaciones establecidas mediante entrega de una parte de los frutos, lo que le aproximaba a la condición de arrendatario, sin serlo al no existir un término para la utilización. Al depender del amo la continuación del uso de la parcela, el lazo de clientela se acentuaba.

Se crean los primeros latifundios en manos de la aristocracia senatorial. En la lenta transición que va desde el esclavismo al feudalismo, a partir del la crisis del siglo III, se sustituyeron los esclavos por siervos, y el Imperio se ruralizó, pasando las villae rurales a ser centros autosuficientes, en perjuicio de las decadentes ciudades.

El centro del latifundio era un conjunto de edificaciones llamado villae. Muchas de estas villas se hicieron a partir del siglo III y se convirtieron en residencias permanentes de grandes familias ricas que construyeron en ellas suntuosas mansiones.

El gran propietario estaba unido a la gleba como el campesino. Era una aristocracia agraria y no una nobleza ciudadana. Su casa estaba donde su hacienda, aunque poseía alojamiento en la ciudad, donde acudía periódicamente para arreglar sus negocios o para pasar el verano.

La masa de los proletarios se componía de los antes citados precaristas, hombres libres de familias decadentes con derecho de ciudadanía, de ciudadanos de ciudades sometidas, o bien clientes o esclavos liberados. 

Los campesinos libres de ciudades sometidas actuaban a menudo como jornaleros, aunque muchos poseían su porción de terreno. Cuando los campesinos de ciudades sometidas eran convertidos en esclavos, lograban obtener frecuentemente su libertad y se convertían en precaristas. 

El conjunto de campesinos libres pero no propietarios llegó a ser muy numeroso y proporcionaba al Estado un núcleo de gente siempre dispuesta para la colonización en las tierras sometidas. 

En las ciudades sometidas la mayoría de los campesinos eran propietarios y libres, siendo rara la esclavitud salvo allí donde todos los antiguos ciudadanos habían sido declarados esclavos de Roma. 

Los esclavos de los ciudadanos romanos provenían generalmente de las capturas de enemigos en las guerras. En su mayoría eran altivos y rebeldes. Se hacía difícil lograr que obedecieran. Al ser buenos trabajadores se les asignaban tierras como precaristas, y como ya hemos dicho era frecuente que se les acabara liberando.

La vida en el campo y las villas

Las ciudades eran el centro de la vida económica puesto quede la mayoría de la población se dedicaba a la agricultura y vivía en el campo.

Las tierras eran de pequeños propietarios libres, que sacaban lo justo para subsistir o de grandes propietarios que explotaban sus tierras con esclavos y, desde el siglo II, por colonos. El centro de estas grandes propiedades era la villa.

La villa estaba formada por las dependencias de trabajo y la vivienda del propietario. Había establos, talleres, graneros, bodegas, dormitorios de los esclavos, almacenes para las herramientas y los productos agrícolas... La casa dependía de las posibilidades del propietario. En algunos casos imitaba las mansiones de la ciudad y disponían de sus propias termas.

Villa romana de Carranque en Toledo
Villa romana de Carranque en Toledo

En la época alto imperial en los siglos I y II, el cese de las guerras de conquista, provocó la escasez de esclavos y muchos propietarios debieron recurrir a colonos libres que recibían la tierra en arriendo.

Si la explotación agrícola se encontraba muy alejada de las urbes, los productos frescos eran utilizados para el consumo inmediato de los propietarios, que solían vivir en las fincas alejadas, apartados del bullicio de las ciudades y trabajadores libres y, en menor medida, esclavos de la explotación. 

Los productos que se vendían en la ciudad eran los que no perecían con el paso del tiempo, tales como vino, uvas, aceite, aceitunas, trigo, cebada, avena etc., cultivos a los que se dedicaba la mayor cantidad de terreno para su producción.

Existían también campesinos libres que cultivaban su propia tierra con la ayuda de sus propias familias, o bien los que arrendaban parcelas a los Patricios, cuyas posesiones podían extenderse ininterrumpidamente durante kilómetros y kilómetros a cambio de dinero o a cambio de pagos en especie, generalmente una fracción de la cosecha que el campesino producía.

Propiedad de la tierra 

La propiedad de la tierra era un factor determinante en la distinción entre la aristocracia y la plebe, y cuanto más tierra poseía un romano, más importante sería en la ciudad. Los soldados a menudo eran recompensados ​​con tierras de los comandantes bajo los cuales servían. 

Aunque las granjas dependían del trabajo servil, se contrató a hombres y ciudadanos libres para supervisar a los esclavos y asegurarse de que la granja funcionara sin problemas.

La Roma arcaica se fundó sobre pequeñas propiedades territoriales. Según la tradición, Romulus había asignado a cada ciudadano una parcela de dos iugeri una media hectárea. Más tarde, la tierra asignada al soldado romano fue siete yugeri. 

Cuando Roma comenzó a conquistar tierras al otro lado de la frontera, estas se convirtieron en agro-públicas. Una parte de esta tierra se dividió en siglos y se asignó a los soldados para asegurar su subsistencia. Otras tierras fueron arrendadas a particulares que las cultivaron y las transmitieron como herencia, pero la propiedad siguió siendo propiedad del Estado. 

La palabra Agricultura deriva de agro y cultura. Naturalmente, los comandantes militares, hasta César solo aristócratas, tenían las tierras más grandes, que podían hacer trabajar por colonos y esclavos.

Los senadores romanos no podían ser comerciantes, una categoría reservada a los equites, que importaban y exportaban bienes a través de la frontera, por lo que sus únicas inversiones eran en la tierra, con la esperanza de limitar su ansia de riquezas. 

Este deseo tampoco fue aplacado por las leyes. De hecho, después de las guerras púnicas, los senadores eludieron la ley con diversos artificios que prohibían ocupar más de 500 iugeri, unas 100 hectáreas de agro pública, comprando latifundios, es decir, enormes territorios agrícolas, cultivados por esclavos.

Mosaico de Noheda en Cuenca
Mosaico de Noheda en Cuenca

Con la ley agraria del año 111 a.C., el agro público pasó a ser privado, convirtiéndose en un ingreso real para los terratenientes que ahora eran terratenientes. Las rústicas villas se transformaron así en suntuosas villas suburbanas, y los campos se transformaron en grandes pastos con rebaños o rebaños para ser confiados a pastores-esclavos, que los guiarían en la trashumancia hacia el Adriático o el Mar Tirreno.

Durante el siglo V a.C., las tierras se dividieron en pequeñas parcelas familiares. Los griegos de la época, sin embargo, habían comenzado a utilizar la rotación de cultivos y a tener grandes propiedades. 

Los contactos romanos con Cartago, Grecia y el este helenístico mejoraron los métodos de la agricultura romana, que alcanzó su punto máximo en producción y eficiencia entre la última época de la República y el comienzo del Imperio Romano. Se sabe que el tamaño de las granjas en Roma podría dividirse en tres categorías. 

Los pequeños predios podían tener de 18 a 108 iugeri, donde un iugero equivalía a aproximadamente 0,65 acres o un cuarto de hectárea. Las propiedades medianas tenían entre 80 y 500 yugeri. Las grandes propiedades, llamadas latifundios tenían más de 500 yugeri.

En la era de la República Tardía aumentó el número de latifundios. Los romanos ricos compraban tierras a los campesinos plebeyos, que ya no podían ganarse la vida. A partir del 200 a. C., las Guerras Púnicas llamaron a las armas a los campesinos plebeyos durante largos períodos de tiempo.

La alimentación y el vestido

La alimentación dependía de la situación social de las personas y su estructura era la siguiente:

  • Se tomaba un desayuno al salir el sol, que solía consistir en pan seco o mojado en vino y a veces se añadía pasas, olivas o queso.
  • El almuerzo se hacía a las once de la mañana y era una comida fría que consistía en pan, ensaladas, olivas, queso, frutas, nueces y carne fría. Era una comida poco elaborada.
  • La comida principal era la cena a media tarde y para las personas con cierto estatus social era el acto de relaciones sociales más importante. Las cenas eran tan elaboradas como permitían las posibilidades económicas de la familia.

La cena se hacía en familia, al final de la jornada. Uno de sus mayores placeres era una buena conversación en torno a la mesa. De la cena diaria a base de lechuga, huevos duros, puerros, gachas y judías con tocino se pasaba a una sofisticada cena de convite con invitados dividida en tres partes:

  1. El gustus o aperitivo para abrir el apetito con melón, atún, trufas, ostras,…
  2. La prima mesa con cabrito, pollo, jamón, marisco, que era el plato fuerte.
  3. La segunda mesa, los postres.

Para entender esta estructura de comidas debemos saber que el mundo romano funcionaba en torno al sol, pues no existía luz eléctrica y la duración del día y de la noche marcaba la vida de los romanos, tal y como ha sucedido hasta hace 150 años.

Antes de que aparecieran en las mesas de los poderosos exóticas alimentos procedentes de lugares tan dispares, los romanos no conocieron más que los alimentos básicos que proporcionaba la tierra: cereales, legumbres, hortalizas, leche o huevos.

Cuando los recursos escaseaban, el alimento básico fue el puls durante más de 300 años. Se trataba de una especie de gachas de harina de trigo Este paupérrimo plato derivó, en los tiempos de mayor abundancia, hacia el puls iuliano, que contenía ostras hervidas, sesos y vino especiado.

El alimento básico de la sociedad romana era el trigo. En tiempos de Julio César años 49-44 a. C., unos 230.000 romanos se beneficiaban de los repartos de este cereal con el que se producía la harina y el pan.

Otro alimento destacado en la dieta romana era el vino, aunque la ciencia por conservarlo estaba poco desarrollada. Como se agriaba con facilidad en las ánforas donde se almacenaba, se bebía con especies, o se servía caliente y aguado.

Quienes no se podían permitir grandes dispendios en tiempos de carestía desayunaban sopas de pan y vino. Estas abundaban: de farro, garbanzos y verduras, coles, hojas de olmo, malva, etc.

El romano que podía hacía un gran consumo de leche, de cabra o de oveja. Así como de las aceitunas. La carne más consumida era la de cerdo, a la que con el tiempo se le fueron sumando las de buey, cordero, oveja, cabra, ciervo, gamo y gacela. Incluso la carne de perro.

La dieta del romano durante la República apenas alcanzaba las 3.000 calorías, de las que al menos 2.000 procedían del trigo. Los ricos se aficionaban al consumo de carne condimentada con una serie de productos que iban determinando las características de la futura gran cocina imperial: pimienta, miel, coriandro, ortiga, menta y salvia.

Bocados de lujo eran el loro y el flamenco. Se evitaban las carnes de ibis y cigüeña porque devoraban serpientes, y la de golondrina, que comía mosquitos. En la época imperial nadie ponía coto a la gula ni al derroche en la mesa: pollos, gallinas y ocas se engordaban con harina hervida y aguamiel o con pan empapado en vino dulce.

El pescado más apreciado fue el salmonete. Los pobres que no podían aspirar a las especies de mar o a las procedentes de los bulliciosos vivideros se consolaban con degustar las morrallas en salmuera.

Los ricos comían mucho en casas de amigos, en los banquetes. Los pobres, por el contrario, a menudo lo hacían en la calle puesto que no siempre disponían de fogones ni pucheros en los que cocinar. Las algarrobas y los altramuces formaban parte de su dieta.

La plebe solo accedió al consumo de carne en la época de Aureliano (siglo III), cuando se repartía gratis. Era de burro. La carne de buey se reservaba para la mesa de los pudientes. A modo de curiosidad, la llamada moretum, cuyos principales ingredientes eran queso de oveja, apio y cebolla, era la primera comida que hacían los recién casados.

La vestimenta romana

Las esculturas y las pinturas de la Antigua Roma nos permiten conocer cómo vestían los romanos, los pobres y los ricos, los hombres y las mujeres, además de los accesorios que llevaban con sus ropas y sus peinados.

La ropa de los romanos fue muy sencilla. Consistía en dos o tres prendas, además del calzado. Estas prendas variaron en material, estilo y nombre pero apenas cambiaron durante toda la historia de Roma.

La túnica era la vestimenta de los más pobres, siendo una pieza de lana o lino atada a la cintura por un cinto. Como calzado, los romanos usaban sandalias. Las sandalias romanas consistían en piezas de cuero que mantenían buena parte de los pies al aire. Las sandalias militares tenían la particularidad de que llevaban resistentes clavos en la suela.

En las zonas más frías se usaban, junto con la túnica, pantalones, capas y botas. La toga romana era una prenda que sólo podían llevar los ciudadanos. Normalmente de color blanco, los ciudadanos romanos se envolvían el cuerpo con ella y dejaban que colgara del hombro.

Los senadores romanos se distinguían del resto de ciudadanos en que el borde de sus togas era de color morado.

La ropa de las mujeres romanas consistía en una estola, túnica larga que llegaba hasta los tobillos, que se ponían sobre una túnica básica. Sobre la estola vestían la palla, una especie de manto o velo ligero de variados colores. La palla tenía forma rectangular, mientras que la toga tenía forma semicircular.

Los ciudadanos más ricos vestían prendas hechas con telas de seda o algodón traídas de la India o China.

La forma que tenían de peinarse los romanos y romanas fue evolucionando a lo largo del tiempo. En los inicios de la República los hombres llevaban barba y las mujeres el pelo atado en un moño. Posteriormente, los hombres empezaron a afeitarse la barba y las mujeres a llevar el pelo con trenzas y rizos.

Las mujeres romanas se teñían el pelo de color negro, rubio, rojo u otros colores. El color incluso llegó a tener un significado simbólico respecto a la persona que lo llevaba. El color azul y determinados matices de rubio solían ser llevados por cortesanas.

Como accesorios, los romanos usaban fibulae, broches que permitían mantener la ropa fija en el hombro, y anillos, y las romanas, además de diademas para el pelo, llevaban pendientes, brazaletes y collares. Cuando los ciudadanos eran pudientes, las joyas y accesorios eran de oro y gemas.

El calzado

En la antigua Roma era fácil distinguir la clase social de una persona por su vestimenta pero también por su calzado. Los romanos no solían llevar el pie desnudo, lo contrarío suponía pobreza. 

Había dos tipos de calzado: las sandalias y los zapatos. Las sandalias estaban formadas por una suela de cuero recio o esparto, atada al pie de distintas maneras. Según la costumbre su uso se limitaba a la casa y su uso fuera de ella se consideraba de informalidad y pérdida de estatus.

Es curioso pero durante las comidas no se utilizaban. El anfitrión y los invitados entraban con ellas pero una vez colocados todos en su sitio, los esclavos les quitaban las sandalias a los comensales y las guardaban hasta el final del banquete. Cuando un invitado salía a cenar en una litera, llevaba las sandalias, pero si iba caminando utilizaba los zapatos y un esclavo le llevaba las sandalias.

Los zapatos eran usados de puertas afuera, aunque fuera más incómodo que las sandalias. Las buenas formas impedían llevar toga sin zapato. Los zapatos serían nuestro equivalente a las botas de cuero, sujeto con tiras de cuero.

Las clases superiores tenían un calzado especial propio de su rango. Los zapatos de los senadores tenían una suela gruesa, se abría en la parte interna del tobillo y se ataba con amplias tiras de cuero que iban desde la suela y parte superior, daban vueltas alrededor de la pierna hasta el empeine. 

El calzado patricio era solo utilizado en un principio por los patricios pero pronto se extendió a todos los magistrados curules. Tenía la misma forma del calzado senatorial, eran de color rojo y llevaban un adorno en plata o marfil en forma de luna creciente en la parte externa del tobillo.

Los ciudadanos normales llevaban zapatos que se abrían por delante y se ataban con una cinta de cuero. No subía tanto en la pierna como las de los senadores y posiblemente el cuero no estaba cromado. 

Los más pobres utilizaban los perones, de materiales más burdos y sin curtir, los soldados llevaban las caligae de la factura más resistente posible y con tachuelas de hierro para los terrenos difíciles.

Lo dicho con el calzado masculino, también se aplica al femenino, es decir usaban zapatos y sandalias. En casa llevaban las sandalias, que se distinguían de las masculinas por sus decoraciones sobrecargadas, con la utilización de piedras y perlas, evidentemente esto solo se aplica a las mujeres patricias, las romanas corrientes llevarían unas más bien simples. 

Para el exterior utilizaban los zapatos, están fabricadas con una piel más suave y fina que la de los hombres. Solían ser blancos o de vivos colores. Para el invierno, la suela podía ser de corcho.


BIBLIOGRAFÍA

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La vida rural en la antigua Roma