viernes. 26.04.2024
Concha Roldán

 

Se ha reavivado el debate sobre la presencia, o más bien creciente ausencia, de algunas materias en secundaria. Los profesores de latín y griego denuncian su paulatina extinción, manifestándose junto a quienes imparten filosofía o ética. Cunden los manifiestos en defensa de la filosofía y en este debate participan plumas tan autorizadas como las de Manuel Cruz. Paralelamente sendas entrevistas televisivas hechas a Concha Roldán en Objetivo igualdad y La aventura del saber, le han permitido recordar que los temarios de filosofía siguen olvidando a las mujeres.

Preguntarse para qué sirven la ética y la filosofía es tanto como cuestionarse si necesitamos el aire que respiramos

Resulta llamativo que la filosofía deba defenderse o justificar su mera existencia, cuando ésta se ve bien acreditada por un periodo de tiempo superior al del cristianismo, sin ir más lejos. Dos docenas de siglos certifican su buena salud, al margen de las circunstancia históricas que hayan podido rodearla. Quizá porque siempre ha sabido hacer de la necesidad virtud y ha sobrevivido a cuanto quiso disputarle su puesto. En Hacia la paz perpetua Kant se permite bromear con la imagen medieval de una filosofía convertida en sierva del interés teológico, habida cuenta de que, junto al trono, el altar también debe rendir cuentas ante una instancia superior e inapelable, cual es la ética.

En una época donde todo es cada vez más efímero y los acontecimientos caducan a una vertiginosa velocidad, hay afortunadamente cosas que permanecen y nos permiten adoptar la óptica espinosista del enfoque sub specie aeternitatis. Desde la perspectiva de una rentabilidad económica maximizada sin escrúpulos, la filosofía y la ética no sirven absolutamente para nada, salvo como relleno de alguna publicidad que pretende ser ingeniosa o como barniz que recubra los entuertos de un pésimo andamiaje.

Sin embargo, ambas disciplinas, la filosofía y la ética, se ven más demandadas que nunca. Hay secciones radiofónicas con el significativo título de Más Platón y menos WhasApp, como si se tratara de hábitos antagónicos, el de leer a los clásicos del pensamiento y utilizar las aplicaciones cuya momentáneo suspenso parece quebrar el orden establecido. Lo cierto es que, aun cuando quepa combinar esas dos actividades, no dejan de ser algo radicalmente diverso. El mensaje instantáneo de corto recorrido temporal, no puede compararse con la meditación reposada del diálogo interno que nos permite comunicarnos mejor al comprender los intereses ajenos.

Si algo caracteriza específicamente a la ética es el esfuerzo por conciliar intereses y perseguir el nuestro sin dañar los ajenos. Da igual que su corte sea utilitarista o deontológico. Comparten esa misma meta. Por su parte la filosofía nos hace intentar comprender las razones de todo y no asumir nada de modo acrítico. El espíritu crítico que configura la reflexión ético–filosófica suele ser una eficaz vacuna contra las tutelas demagógicas y los conformismos de toda laya. Conviene decir cómo no debieran ser las cosas para que al menos no empeoren demasiado, sin arrojar la toalla por un baño de realismo. Esto es lo que ha propuesto un influente youtuber con diez millones de seguidores, al reconocer el desastre del cambio climático, añadiendo que ya no podemos hacer nada para remediarlo.

Mensajes como este requieren verse filtrados por un adiestramiento que sólo proporcionan el familiarizarse con la ética y la filosofía, las dos manifestaciones culturales que mejor nos permiten blindarnos ante los abusos de cualquier tipo. Como bien señaló Cassirer, el ser humano es un animal simbólico que construye su propio universo y eso le permite transcender su entorno accediendo a una infinitud inmanente gracias al ejercicio de la libertad, entendida esta en los términos kantianos de no asumir nada como imposible, cuando merece la pena intentar llevarlo a cabo para mejorar el mundo con que nos es dado soñar desde una perspectiva utópica, tal como gustaba de recordarnos Javier Muguerza.

Una sociedad que apueste por la deliberación democrática y el afianzamiento de una libertad que no se vea condicionada por desigualdades extremas ni flagrantes agravios, no debería desentenderse del papel absolutamente transversal que juegan la filosofía y la ética en el proceso educativo. Educación y cultura, son junto al sistema de asistencia social y la sanidad, las inversiones más rentables que un país puede hacer pensando en el bienestar de su ciudadanía. 

Estudiar latín y griego nos capacita para conocer mejor muchas de las lenguas vivas que utilizamos, además de invitarnos a preservar la riqueza del vocabulario vernáculo. De igual modo, nuestras formas de vida y convenciones han ido fraguándose con ideas filosóficas que han sobrevivido al paso del tiempo y nuestras costumbres van cincelándose con las controversias éticas que todos mantenemos merced a nuestra praxis aun cuando ni siquiera lo advirtamos.

Preguntarse para qué sirven la ética y la filosofía es tanto como cuestionarse si necesitamos el aire que respiramos. Más bien deberíamos plantearnos qué seriamos al margen de su concurso y, sobre todo, qué perdemos  marginándolas o menospreciándolas. Tras haberle tocado vivir la experiencia del nazismo, Cassirer nos advierte de que los climas político-sociales no pueden disociarse del trasfondo ético-filosófico.

Según Fichte, cada cual elige la filosofía que mejor se compadece con su carácter, pero no es menos cierto que nuestra forma de ser y vivir tiene como caldo de cultivo un entramado ético-filosófico que forja nuestros talantes colectivos e individuales. No parece poca cosa.

Roberto R. Aramayo

Historiador de la ideas morales y políticas en el IFS-CSIC. Ex-presidente de la Asociación Española de Ética y Filosofía Política

¿Podemos prescindir de la ética y la filosofía?