viernes. 26.04.2024
Pablo Milanes cantando en las calles de la Habana Vieja en 2015 | Foto: Facebook de Pablo Milanes

Mañana fría en las puertas del destartalado y feo Palacio de los Deportes de Madrid. Mucha gente, hablando, fumando, moviéndose de un lado para otro, esperando. Se dice que quedan muy pocas entradas, que la mayoría ya están vendidas. Se acelera el corazón, miras hacia las taquillas, a ver cuántos hay delante de ti. No dan más de cuatro entradas por persona. Puede ser que llegue. Pasa el tiempo, la cola comienza a moverse. 

En la cabeza comienzan a sonar canciones, se aviene el recuerdo de otros conciertos fabulosos donde las lágrimas y la emoción se fundían en un sentimiento individual y colectivo que gracias a la infinita belleza de su voz nos hacía sentir como hijos de un mismo cielo. Ya se ve a la señora que da los papelitos que permiten entrar al paraíso de la belleza, a la orgía de placer infinito que sólo tu presencia transmite. 

Foto: Facebook de Pablo Milanes

Esa quietud, esa bondad, ese gesto de amor inmenso a la vida y a los hombres que se desprende de cada poro de su ser, de cada movimiento de tu boca, de cada gesto magnífico de tus manos. Quedan unos metros. Se cierra la taquilla. A la noche, dicen, sacarán a la venta unas pocas más, las que obliga la ley. Somos muchos, quizá miles los que nos hemos quedado en la puerta, a unos metros de la felicidad, de esa felicidad que pocos como tú, queridísimo Pablo, has derrochado a raudales con esa voz que reúne dentro una orquesta, un coro de voces tan afables como inverosímiles e inimitables. 

Esa quietud, esa bondad, ese gesto de amor inmenso a la vida y a los hombres que se desprende de cada poro de su ser, de cada movimiento de tu boca, de cada gesto magnífico de tus manos

No es la voz de un hombre, es la voz de la tierra, de las profundidades en las que yace y vive el secreto mejor guardado de nuestro ser común, ese que nos hace perdernos en el sueño de ser mejor de lo que somos, de querer más de lo que queremos, de amar más de lo que nos amamos. Amor y belleza, sin medida, melodías que trepanan el alma hasta desparramarla y confundirla con la de los otros, palabras que brotan en el momento justo, con la forma precisa, con la exactitud indestructible, con la pureza que sólo quienes aman a la vida y a la humanidad pueden ser capaces de crear. Es imposible. Pablo no se ha ido, como no se irán Yolanda, ni la Estrella Azul, ni las Calles de Santiago ensangrentadas, ni el Breve Espacio de Tiempo en que tú no estás, ni la dicha de haberte visto, oído y sentido, amado.

Esa felicidad que pocos como tú, queridísimo Pablo, has derrochado a raudales con esa voz que reúne dentro una orquesta, un coro de voces tan afables como inverosímiles e inimitables

Foto: Facebook de Pablo Milanes

Hay algo que persiste en nosotros desde que aquellos primeros hombres tuvieron la necesidad de pintar bisontes, caballos y ciervos en las paredes de sus casas de piedra, una delgada línea que atraviesa el tiempo y llega hasta nosotros gracias a unos cuantos, unos cuantos como tú, que son capaces de captar la belleza, introducirla en su torno de alfarero, darle forma y, luego, tras un proceso de depuración, regalarla a la luz para que sepamos que estamos vivos, que merece la pena vivir, que somos capaces de sentir más allá de lo que la estupidez nos exige y obliga.

Pablo se ha ido. Estaba yéndose desde años atrás pero no quería. Se despidió de La Habana en Junio pasado. Con en el mismo gesto de siempre en el rostro, con esas pequeñas manos que dirigían al público entregado desde un cuerpo tan grande como enfermo. Amaba a esa gente, amaba a esa isla, nos amaba a todos los que tuvimos la suerte de escucharle en vivo o en casa, por eso nos regaló la belleza que podía haberse guardado, la armonía insuperable de sus cuerdas vocales, la emoción de lo que ya, desde el primer momento, sabías que era eterno

Pablo se disgustó con la revolución cubana, con su anquilosamiento, pero nunca riñó con sus querencias de un mundo más justo y hermoso para todos. No sé la de veces que este hombre grande, ese triunfo del mestizaje, hizo saltar lágrimas a raudales de mis ojos y de tantos ojos, tampoco sé cómo podría devolverle algo, siquiera un nanosegundo de la felicidad que él me dio y me seguirá dando en un mundo cada vez más ajeno a lo que sus maravillosas canciones nos contaban.

Pablo Milanés no pertenece al tiempo en que vivió sino a la eternidad, a la belleza de lo intemporal, al legado inmarcesible del hombre pleno

Hijo de la Nova Trova Cubana, trovador infatigable, maestro irrepetible, nunca contó con una gran multinacional que esparciera su obra por los cinco continentes, ni con televisiones y radios que difundieran sus canciones una y otra vez como hacen con tanto mediocre desde que tengo uso de razón. Lo suyo, su voz, su poesía, su talento majestuoso de negro zumbón creció poco a poco, como las palmas, los tamarindos o las ceibas de su isla querida. Es posible que los medios de la globalización hayan impedido que sus canciones hayan llegado a las generaciones más jóvenes, como antes no quisieron que llegasen a quienes sólo gozaban escuchando a Manolo Escobar o Camilo Sexto o Lady Gaga, todo el día en las ondas, pero hay tiempo, está todo el tiempo del mundo porque Pablo Milanés no pertenece al tiempo en que vivió sino a la eternidad, a la belleza de lo intemporal, al legado inmarcesible del hombre pleno. Sólo nos queda la gratitud, aunque nunca será suficiente para compensar tanta felicidad debida.

Pablo, eternamente Pablo