lunes. 29.04.2024
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Álvaro Gonda Romano | @AlvaroGonda1

El cine como documento, de camino a la exploración de una verdad entre rarezas e implicancias. Yafar Panahi nos encandila con una propuesta que, a manera de realidades subsumidas, va desplegando circunstancias encadenadas a un país donde la corrupción se apuntala en tradiciones de crimen e ignorancia.

Un relato que involucra combinaciones, cine dentro del cine, carga con la responsabilidad por una denuncia, riesgos cotidianos; tierra de nadie o de unos pocos; el poder público, con su “miopía” protectora, yace inerte ante el delito. Dominio de territorios fronterizos que opera desde las sombras, un “secreto a voces”, se despliega en negocios turbios; contrabando y tráfico de personas anidan en sucesos que no alcanzaremos a ver. La audacia del autor se diluye ante los riesgos, tras las sombras vigilantes, demarca un límite a la acción.

Panahí es protagonista, permanente disposición de una cámara al servicio del rastreo. Lo que surge genera dentro de una estructura fílmica preestablecida, las señales están allí,  la cámara  registra sin dilaciones ni molestias.

El cine como razón de ser en la vanguardia, puntal de lucha, cámara “discreta e indiscreta”, a la vez que testimonio inquebrantable de conflictos. Sobre interpretaciones rocambolescas; guía para el comportamiento humano incompetente aferrado a rituales distorsivos. Intentos por torcer la voluntad, tozuda gestión que atenta contra el ser de las personas y, en medio de todo esto: “Los osos no existen”. Suerte de apelación a contenidos tradicionales al uso de momentáneas cuestiones de conveniencia.

Jafar Panahi es protagonista de una metáfora acerca de sus problemas con la justicia. La cárcel en libertad, la frontera de la corrupción que lo expone en su renuncia a los riesgos de un poder “clandestino” por decisión de otros. La ilegalidad a flor de piel es un trasiego constante en medio de “reconocimientos” por un “respeto” que aparenta ser lo que no es.

La confusión en el “arte” de la persistencia; el instrumento versátil, que “todo lo puede”, desencadena una ola de problemas que encorsetan al autor, la “responsabilidad” autoriza constantes molestias. Una foto; supuestas implicancias probatorias de lo ilegítimo en la creencia; Panahi nos advierte con sutileza; lo consuetudinario, en coincidencia con ignorancias del pasado, obtura la libertad de expresión. Varios temas son tratados desde la “ingenuidad” de un poblado, de costumbres primitivas, asociado a decisiones estatales en su defensa. Es la autoconservación para el control.

Una historia sencilla, el director y su cámara tratando de filmar en cercanía a la frontera con Turquía. Película de emigrantes ilegales que retrata la auténtica “fuga” devenida en tragedia. Es lo criminal en ausencia y presencia; legalidad e ilegalidad se confunden, un entramado resuelto en autocensuras y autoagresiones letales; el poder del Estado, de la persuasión, el autocontrol y el descontrol que autoriza a la muerte.

La persistencia de un realizador a quien el régimen islámico ha prohibido dirigir; el coraje de la insistencia como emblema en defensa de la libertad de expresión. Panahi supo de la prisión durante más de 80 días (entre 2009 y 2010).  El pasado mes de julio volvió a la cárcel; el gobierno de Ebrahim Rasi, líder fundamentalista iraní, lo condenó a 6 años.

El Festival de Venecia 2022 ofició de plataforma política en la visibilidad que otorga reivindicación por intermedio del producto artístico y su pertinencia presente en asociación a realidades actuales: la persecución política y la censura, la libertad de expresión en entredicho.

Dos tramas paralelas conectadas por sutil analogía que desnuda lo bizarro de un poder político presente desde hechos sociales. Delimitan la desesperación, la fuga y el fundamentalismo aldeano de familias atrapadas en inalterables tradiciones.

Soldooz llegará de Teherán a recuperar a Zara, pero los obstáculos persisten. Lo clandestino es concepto clave que liga la filmación a la emigración y las relaciones furtivas. Irán: donde quiera que estés debes ocultarte. Dentro de esta realidad, la cámara oficia de ojo testificador. Panahi la esgrime en un sentido de “lo que sea será”, registro al azar de ocurrencias en contraposición al control social que busca espacio para operar de manera insistente.

La precariedad del pueblo y sus construcciones es el deterioro de la sociedad iraní reforzado por la ausencia de libertades y la proliferación del delito (contrabandistas fronterizos).

El paralelismo, entre el juicio al que es sometido Panahi en Teherán y la convocatoria al juramento que avale la inexistencia de la foto, alude a la ausencia de pruebas concretas; aun así, persistirá la duda acerca de la violación de la “norma”; todavía hace falta un juramento, aunque, de todos modos, la “incertidumbre” persistirá. Justicia a manera de ritual que desnuda la carencia de garantías. Así funciona el Estado iraní, en franco matrimonio con ideologías religiosas que justifican la conservación de intereses amparados en la tradición. El pretendido beneficiario de la novia cita a los osos ante la última “prueba” de inocencia; algo más para interponer en el caso, los presentes deben hablar o, quizá: “¿le comieron la lengua los osos?”.

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Los plantígrados son el recurso infantil, argumento de una población primitiva en pleno siglo XXI, al igual que un gobierno sostenido en la religión como medio de control social. Por primera vez, estos animales hacen acto de presencia en el discurso de alguien que advierte al cineasta acerca del peligro de conducir por determinada zona. Luego, habrá un desmentido, no hay osos, la falsedad al servicio de la evitación, “no es bueno transitar por ese lugar”.  Estos animales son portavoces de la ingenuidad para el fomento de acciones traducidas en términos de conveniencia. Presencia en la ausencia; fuente de advertencias y recomendaciones que denotan absoluta carencia de fundamento en el control de los otros. El realizador se encarga de reducir los discursos a un nivel de cuentos infantiles ejecutados de manera ingenua en el afán de obtener algún rédito personal.

El poder del registro es abordado, desde lo metafílmico no existe garantía de verdad; no obstante, hay efectos. Propiedad que juega en función de intereses acerca de lo que se puede o debe mostrar y cómo. El cine es un arma que puede captar lo incómodo; Panahi intenta resguardarse, interpone el registro fílmico a la vez que fija costumbres y comportamientos humanos. De todos modos, hay un reconocimiento de impotencia en su estado actual: contexto precario, imposibilidad de traspasar la frontera sin riesgo de muerte. Sus cámaras  no pueden ayudarlo en la lucha por la libertad; solo generan estados de ánimo y conflictos que, a lo sumo, sirven para comprender situaciones personales y sociales.

Jafar Panahí fue detenido por las autoridades iraníes debido a la protesta ejercida contra las detenciones de Mohamad Rasoulof y Mostafa Ale Ahmad, compañeros cineastas, críticos del gobierno y sus políticas represivas.

Se le prohibió viajar y filmar películas; en setiembre del año pasado, mientras estaba encarcelado, decidió contravenir la orden, lo cual se materializó en el estreno de 'Los osos no existen'; fuerte crítica al statu quo y la falta de libertades justificadas desde la tradición.

'Los osos no existen': las miradas de un autor