miércoles. 15.05.2024
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Fotograma de la película.

Álvaro Gonda Romano | 

Juego de contrastes, solo en apariencia combinados; momentos íntimos que pecan de intensidades derivadas, lo imprevisto irrumpe tempranamente para desatar, en lo inmediato, el ansia de una relación paralela.

La puesta en escena cuenta con dos elementos centrales: la banda sonora y los primeros y primerísimos primeros planos.

La cinta juega con dos patrones de sonido. La música de Stuart Staples (Tindersticks) hace su aparición desde el inicio y es diseminada durante buena parte del filme, permanente machacar que anticipa un estado de ánimo nostálgico. Melancolía, añoranza, especie de tristeza trasmitida desde la calma de una relación afectada por ocultos deseos que el tiempo diegético hará despertar. Opera como anticipo de lo que se viene, predomina en momentos compartidos entre Sara y Jean; denota sentimientos ocultos en lo aparente, algo no funciona bien a pesar de todo.

El segundo motivo alude a las apariciones de Francois como convocante al desequilibrio; el “mal” hace irrupción, la amenaza de lo siniestro, sonidos que trasmiten lo inquietante, la desestabilización de las emociones.

Abundan primeros planos y movimientos de cámara en espacios reducidos, los travellings siguen a los personajes para detenerse en virajes hacia paneos cortos que denotan momentos íntimos. El filme se vuelve intenso desde las emociones y el deseo sexual. La batalla de reproches evidencia, tanto el poder de la dependencia, como la contención de una culpa que emerge cuando el padecimiento ya no tiene remedio; las pruebas son abrumadoras.

Sara (Juliette Binoche) va desnudando no solo su cuerpo, sino también su alma, en medio de un conflicto teñido de engaños. El intimismo se deja llevar por momentos felices, desconciertos reforzados por un piano que trasmite calma y delicadeza por partes iguales.

Sara y Jean (Vincent Lindon) forman pareja hace 10 años, se conocieron en circunstancias poco claras donde intervenía la presencia de un tercero. Luego de un tiempo de ausencia, el “otro” retorna para sacudir los cimientos de una relación en aparente estabilidad.

Sensación de amores ideales con puesta en escena marina, donde resalta la transparencia del agua como símbolo de pureza vincular. Mordemos el anzuelo, la apariencia se irá desmoronando en medio de las inseguridades de Sara. Es el comienzo de algo que va a transformarse en humana duda terrenal. Cambian los códigos, se vuelve infundada y dudosa la posición original. El enamoramiento se hace extensible; es intensificado en la irrupción de un pasado, solo emergente en la ilusión. Resurge Francois (Grégoire Colin), Sara lo ve por primera vez en mucho tiempo, va montado en una moto y lleva detrás a una chica más joven; asistimos a la constitución del problema. Aparece el contraste, la inestabilidad será reafirmada con el tiempo. Paradoja donde lo tambaleante viene a fijarse en una postura que, ante la amenaza, apela a grotescas manipulaciones. Rehusa ceder ante la evidencia. Señal de vaivenes emocionales, controles fallidos para una artimaña universal que apela a intentos por sostener la relación. Binoche engaña, nos pone en aprietos cuando empezamos a conocerla; no era lo que parecía; la identificación con códigos de transparencia y lealtad se desmorona. La introducción en la playa establece el contraste que denuncia la fragilidad de lo humano; tendencia a la inestabilidad que jamás se desarrolla o aclara. Simplemente es eso: “fijeza” de sentimientos como algo volátil, sometido a circunstancias del momento sin saberlo ni “quererlo”. Impulsos acotados a objetos amorosos específicos que se intentan controlar; la escena de Sara y Francois en la cama ofrece sexo en planos detalle que denuncian movimiento, no es necesario explicitar con la cámara, pero sí, insertar lo íntimo como circunstancia de goce paralela y signada desde una pose artificial sostenida por la culpa. Juego del querer y no querer, manipulaciones fallidas que ceden ante el deseo. La apuesta es a retener; el sexo ofrece lo determinante, aunque no oficia de causa.

Su directora, Claire Denis nos introduce en intimidades físicas sin contraste. Las parejas se entrecruzan en disfrute paralelo, nada indica insatisfacción compensada en el deseo por lo ansiado desde antaño. Sara y Jean se ven colmados; nuevamente, el recurso remite a planos cercanos y detalle, el ritmo del acto sexual es intensificado en medio de gemidos. Lo que parece ser una preferencia se diluye en negativas y evasivas.

Película generadora de atmósferas cruciales, los personajes danzan, la llama de pasiones se aviva. Oscilación entre momentos que no deja espacio a historias personales; desconocemos la circunstancia del enlace vincular; los personajes están de algún modo asociados a un pasado esquemático que abre paso a su expresión en presente.

El triángulo funciona desde fragmentos esparcidos en diferentes puestas en escena que juegan por la distancia y cercanía de los planos. Jean tiene un pasado delictivo que ignoramos, Francois parece obrar con las mujeres entre el descarte y la pasión, mientras Sara es todo un descubrimiento; luego de una introducción donde parece ser la compañera ideal, termina derrapando en medio de una aparente indecisión que, en el afán de manipular, se aferra a  inverosímiles excusas. Su imagen se deteriora de manera cuasi infantil; la dependencia emocional le jugará una mala pasada.

Lo cercano aporta distancia; primerísimos primeros planos y detalle se encargan de sostener la ambigüedad de los vínculos. Binoche en medio de la hipocresía, su psique aflora desde imágenes en acción que la fuerzan a  generar explicaciones; descubrimos su capacidad de mentir.

Jean es el misterio, llega a preocuparse por su hijo, es quien escamotea la posibilidad de todo tipo de escusas, aun así, no logra cortar el vínculo; hace gala de tolerancia en el respeto a la libertad de su pareja, a la vez que le sustrae la chance. Sara apela a un intento de justificación, pero no funciona, el espectador conoce los hechos.

Por otra parte, el personaje de Francois será desarrollado desde la insinuación, es el más apegado a acciones que no delatan su discurso. Reputación de poderoso empresario que obtiene lo que quiere de manera inescrupulosa, tanto a la hora de la conquista, como de la recuperación de amores abandonados en el pasado. Oportunismo in extremis, perfil inexplicablemente audaz e irresistible.

Ganadora del Oso de Plata a mejor dirección en la Berlinale 2022, Claire Denis hace gala de la pureza de su cine como especificidad declarada a modo de inexistente rompecabezas. Su oleaje discursivo se deriva del contacto con las imágenes, versión intimista explotada en los silencios de un paralelo imaginario. El filme cala hondo sin demostrarlo; sutil precisión de un cirujano que disecciona sin cortar a fondo. Expresa contenido en medio de la confusión que afecta a personajes golpeados por un destino esquivo. No se deja apresar, fuera de la necesaria reflexión ofrecida en posterior declaración que recoge los explícitos fragmentos con intención de balancearlos. La ecuanimidad falta a la cita, lo emocional se disgrega en la pantalla cual espolvoreo de condimentos ineficientes. Los significados se escabullen, evitan tomar partido; Sara quedará sola, ante su realidad, en medio de la ausencia y el anhelo.

El juicio es moral y evitable por la dinámica cinematográfica, ritmo que no cansa, sino que fomenta el intimismo, empareja hacia el retorno de lo “novedoso” en la fantasía. Francois es inexistente en la demostración de sus virtudes, en cambio, Jean nos ofrece el contraste del pasado, la equivocación de un hombre bonachón sin resentimiento. Prototipo del excusado en una historia que promueve falsedades y cinismos.

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Con amor y furia sostiene el género dramático atado al melodrama de corto alcance que afinca en las características de un thriller más esbozado que real. Nos quedamos con la indecisión de Sara, la ira de Jean y los intentos dominantes de Francois que, cual sutil titiritero, desplaza las piezas hacia una toma de conciencia obturada por la necesidad de amor. El recorte nos lanza hacia el vacío, movimiento repentino que se apoya en experiencias de la vida. Un filme apto a la compresión de lo imperfecto; es por lo que destila la necesidad de ser capturado desde una experiencia previa; quienes peinen canas seguramente lo comprendan mejor; la identificación llegará, aunque fragmentada por las ansias.

Claire Denis está interesada en el juego mediante la cercanía fluctuante que todo lo dice. Los detalles de su preferencia no serán los discursivos, sino los que se emiten en el esbozo por la fragmentación de imágenes para que el espectador compagine según el propio sentido experiencial. Por eso, el filme es una paradoja en cierta distancia con los personajes. Las emociones se vuelcan explosivas, pero no llegan a la butaca, las imágenes operan a modo de restricción comprensiva; aportan un límite que posiciona a la razón. El despliegue es moderado, a tiro con la pretensión que obedece a la destrucción de estereotipos; por eso, la sorpresa de la pareja; a tono y  “sin el tono”. Lo cautivante se encierra en un deseo incontrolable que busca salir a cualquier precio, aunque sin comprometer lo seguro, en tanto garantía de cable a tierra transitorio.

Unas palabras finales para destacar la actuación de Juliette Binoche y Vincent Lindon; en sintonía con lo requerido. Ella, con la frescura, la naturalidad y la expresividad de siempre; él, impecable en ese vaivén entre tolerancia, ternura y explosión.

Sin duda, una obra mayor que continúa sumando al excelso currículum cinematográfico de Claire Denis.

'Con amor y furia': el inquieto “cerrojo” de la clandestinidad