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NUEVATRIBUNA.ES - 12.7.2010

Los días se suceden llenos de actividades programadas al segundo y el sol parece dispuesto a acompañar a los incansables visitantes que se acercan a la playa del Arbeyal cada día. Cientos de rostros curiosos se cruzan por el paseo principal, se asoman a las carpas del Encuentro, la más grande, y la de A Quemarropa, que siempre me ha parecido que consigue realmente acercar a los escritores a sus lectores, para ver que se cuece en ellas. Historia, ciencia ficción, terror, radiografías de épocas y lugares que nos permiten entender un poco mejor cómo es nuestro mundo se alternan para captar la tención de la gente, y no son pocas las veces que algunos van de una a otra intentando captar lo mejor de cada una.

Incluso ayer, con la victoria de La Roja a punto de dar comienzo, las decenas de aficionados al fútbol guardaron un respetuoso silencio en los actos mientras esperaban a que se encendieran las 22 pantallas colocadas para la retransmisión del partido. Respetuoso silencio e interés en algunos casos, pues es muy difícil no encontrar en esta fiesta culta, como le gusta llamarla a Paco Ignacio Taibo II, ese libro que te habla, que despierta una chispa de interés en el despistado lector. Se oyen risas que distienden las conversaciones más serias, los traductores se afanan por no perder el hilo y explicar las más arduas partes de los mundos imaginados por estos genios, como es el caso del Mundo Anillo de Larry Niven. Todos superan las pruebas con nota, y los aplausos se dedican a unos y otros sin distinción. Joe Haldeman, sentado en una de las terrazas del recinto, reconoce asombrado que jamás se había encontrado con traductores así. “No es humano”, repite admirado de la pericia del suyo, Diego, que no para ni un momento.

La hora se acerca y la emoción empieza a inundar el ambiente. No hay vuvucelas, pero sí algunas trompetas que amenazan con romper el encanto de tener a quien admiras a solo unos metros, explicando todas esas cosas que siempre quisiste saber sobre su vida y sus obras. Pero es sólo durante unos instantes, en seguida el público las hace callar, demostrando una vez más que cuando se ofrece cultura de verdad, de la de calidad, la gente aprovecha las oportunidades de disfrutarla. No hay autores holandeses este año, y la pregunta de si se atreverían a animar a su selección rodeados de tantos fanáticos de la Roja, tanto nacionales como extranjeros, queda en el aire.

Las sillas se agotan en la carpa de A Quemarropa y la organización empieza a sacar las de reserva, creando una nueva primera fila de la que nadie se queja, y es que no muchas veces se asiste a una final de la Copa del mundo con Martin Cruz Smith a tu lado. Y menos jugando una selección que, según muchos, ha hecho más por la integración nacional que los políticos. Se cantan los goles que no fueron, se chilla a los árbitros y se protestan las patadas como todo lo que ocurre en la Semana Negra, como una sola voz, compartiendo los deseos en voz alta con desconocidos que en breves instantes pasan a engrosar las listas de amistades. Se hace con pasión, con ironía y con inteligencia, unidos todos, españoles o no, en un mismo sueño. Poder gritar un gol que no llega hasta casi el final, cuando todo el recinto se convierte en un grito atronador que celebra que esta XXIII edición sea la Semana Negra más Roja.

Mañana volverán la literatura y los contadores de historias. Hoy sólo hay una que contar, la del día que David Wellington, Ian Watson y Elia Barceló celebraron la victoria de España junto a sus admiradores.

Negra y Roja