jueves. 02.05.2024
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Diego y Rivera. (Pixabay)

El muralismo mexicano es un movimiento pictórico que tiene su origen en la Revolución mexicana de 1910, que discurre paralela al movimiento de transformación de México, y fue llevado a cabo principalmente por los pintores Diego Rivera, José Clemente Orozco, Siqueiros y Rufino Tamayo.

En 1921, José Vasconcelos, Secretario de Educación Pública bajo el Gobierno del Presidente Álvaro Obregón, y uno de los principales intelectuales mexicanos, asumió las funciones de comisionar a distintos artistas para pintar una serie de murales en las paredes de la Secretaría Nacional y la Escuela Nacional Preparatoria.

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David Alfaro Siqueiros – Retrato de la burguesía. Sindicato Mexicano de Electricistas.

La dictadura de Porfirio Díaz llegó a su fin tras la Revolución mexicana, promovida por Francisco “Pancho” Villa y Emiliano Zapata, entre otros. Eso supuso un nuevo ambiente de expectativas sociales que reclamaba el reconocimiento de los derechos de los sectores populares, en nombre de un renovado nacionalismo.

Pero para comprender este movimiento hay que entender la Revolución mexicana, que fue un conflicto armado que se inició contra el dictador Porfirio Díaz, que gobernó el país, con mano muy dura desde 1876 hasta 1911. Durante estos 35 años, México experimentó un notable crecimiento económico y tuvo estabilidad política, pero estos logros se realizaron con altos costes económicos y sociales, que pagaron los estratos menos favorecidos de la sociedad y la oposición política al régimen de Porfirio Díaz.

Durante la primera década del siglo XX estallaron varias crisis en diversos ámbitos del país, que reflejaban el creciente descontento de algunos sectores, que terminaron con el exilio de Porfirio Díaz en Francia. Después de revoluciones y contrarrevoluciones, el país lograba una cierta estabilidad y había que lograr dar al pueblo y al país unas ciertas señas de identidad y una cultura en la que apoyarse.

A partir de ese momento, la Escuela Muralista Mexicana comienza a adquirir prestigio internacional, no solo por ser una corriente artística, sino por ser un movimiento social y político de resistencia e identidad, con imágenes a través de la diversidad de sus obras que retratan temas como la revolución, la lucha de las clases, y al hombre indígena. Entre sus miembros, destacan David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Rufino Tamayo.

Es un movimiento artístico comprometido, cuyo origen y formación tiene lugar en la década de los años 20

Es un movimiento artístico comprometido, cuyo origen y formación tiene lugar en la década de los años 20, que coincide con el fin de la Primera Guerra Mundial y el período de la Gran Depresión. Su apogeo se extendió hasta la década de los 60 e impactó en otros países latinoamericanos. Pero aún hoy, permanece viva la llama del muralismo. Fue políticamente comprometido debido a la Revolución mexicana y a la influencia de las ideas marxistas.

Si bien la revolución no tenía su inspiración en el marxismo, algunos intelectuales, y entre ellos los muralistas, enlazaron ambos discursos una vez que las ideas de la izquierda internacional se propagaron por el mundo. Así, comenzaron a abrazar esta “nueva” ideología y a interpretar el papel del arte desde ella.

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Diego Rivera – Escena “Tierra y Libertad“. Detalle del mural La historia de México: de la conquista al futuro Palacio Nacional.
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Diego Rivera – Zapata, líder agrario. 1931.

Para los pintores influidos por las ideas marxistas, el arte era un reflejo de la sociedad, y por tanto, debía ser expresión del compromiso con la causa de las clases oprimidas, obreras y campesinas, convirtiéndose en un instrumento al servicio de los ideales de revolución y reivindicación social en el marco de la lucha de clases.

Si la historia de México despertaba en los muralistas la necesidad de buscar la identidad nacional, el marxismo los llevó a entender el arte como un recurso para la propaganda ideológica y la materialización de la lucha de clases.

A principios del siglo XX, las tendencias del arte se dictaban desde París y los mejores artistas del mundo iban a estudiar allí, incluidos los latinoamericanos. Pero desde el siglo XIX habían cambiado las condiciones de producción del arte, y los grandes mecenazgos palidecieron, disminuyendo los encargos de obras murales públicas. La mayor parte de los artistas debió refugiarse en el lienzo, más fácil de comercializar. Fue así como la pintura comenzó a perder influencia en los asuntos públicos.

El ambiente cada vez más libre de la primera ola de vanguardias y el peso de las ideas políticas revolucionarias, fueron caldo de cultivo para que los artistas mexicanos iniciaran una revuelta artística en el seno de su sociedad.

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José Clemente Orozco – Omnisciencia. Casa de los Azulejos, 1925.

El interés de estos artistas se centraba en encontrar un arte auténticamente mexicano que llegara a las masas y que transmitiera un nuevo horizonte de ideas y valores. De esa forma también se construía una consciencia sobre lo auténticamente latinoamericano. Ese arte tenía que ser público, para el pueblo y por el pueblo. Por ende, el soporte ideal sería el muro, el único soporte artístico realmente “democrático”, realmente público.

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Diego Rivera – Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. 1947.

Los muralistas consideraban al academicismo como algo burgués, empeñado en mirar a Europa, y en pintar escenas religiosas, mitológicas o históricas, así como retratos y paisajes. Estos convencionalismos desataron el ímpetu creativo de los artistas que impulsaron las vanguardias.

Las vanguardias artísticas abrieron el camino a la libertad artística al reivindicar la importancia del lenguaje plástico sobre el contenido. Los muralistas se dejaron impregnar por esas formas y esa libertad, pero no pudieron renunciar al contenido trascendente, y añadieron un enfoque que apenas había sido abordado en el realismo social como era la lucha de clases.

Por medio del arte, los muralistas retomaron y reivindicaron la estética y cultura indígenas y los temas nacionales

Además de marcar un estilo propio, demarcaron una acción programática. El análisis que se llevó a cabo, hizo ver problemas sociales que habían sido ignoradas. Por medio del arte, los muralistas retomaron y reivindicaron la estética y cultura indígenas y los temas nacionales.

Así, ellos a su vez inspiraron a los artistas de los países latinoamericanos a unirse a la causa de un arte comprometido con la historia, y que diera voz a la construcción y reivindicación de una identidad latinoamericana, en confrontación con el modelo europeo que pretendía ser universal.

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José Clemente Orozco – Maternidad. Escuela Nacional Preparatoria. 1923.

El muro como soporte de arte, así como las instalaciones artísticas son un problema para el mercado. Este tipo de obras no puede mercantilizarse porque no son “coleccionables”. Una cosa las distingue y es que el muro es permanente y las instalaciones son efímeras, y esta diferencia subraya el objetivo logrado de los muralistas que era devolver a la pintura su carácter público.

El hecho de que el muro haya sido el soporte del muralismo mexicano permite que el patrimonio desarrollado no pueda ser retirado de su función social

El hecho de que el muro haya sido el soporte del muralismo mexicano permite que el patrimonio desarrollado no pueda ser retirado de su función social. Independientemente de que algunos de estos murales hayan sido hechos en el interior de edificios públicos, estos siguen siendo parte del patrimonio público, y aquellos que sí están en espacios abiertos o de uso cotidiano, como las escuelas o universidades, entre otros, siguen al alcance de quienes frecuentan dichos lugares.

Así, el muralismo mexicano deja un legado invaluable a través de las obras de sus artistas. Algunos de los más emblemáticos fueron Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco y a ellos se sumaron también Gerardo Murillo, Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Federico Cantú, Juan O’Gorman, Pablo O’Higgins y Ernesto Ríos Rocha.

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José Clemente Orozco – Mural de la Biblioteca Baker. Dartmouth College,. 1934.

Al ser un arte de marcado talante político, el muralismo mexicano ha generado mucha polémica. Una de ellas tendría que ver con la verdadera eficacia del muro como soporte público. En efecto, para algunos críticos era una inconsistencia que estos muros estuvieran en edificios públicos donde los campesinos no llegaban.

Así mismo, consideraban que el gobierno del PRI actuaba hipócritamente al promover un arte que enaltecía los valores de la revolución mexicana, después de haber eliminado a Zapata y a Pancho Villa de la escena política. Para estos críticos, más políticos que artísticos, el muralismo mexicano era otro escondite de la burguesía dominante.

Además del muralismo mexicano, otros movimientos plásticos en América Latina se inspiraron en la denuncia social y en la representación de las costumbres y el color local. A esto se le suman los movimientos que quisieron penetrar o cuestionar los esquemas eurocéntricos de valoración artística, como el Movimiento Modernista de Brasil con su Manifiesto Antropófago de Oswald de Andrade en 1924. Esto fue crucial para la proyección de la cultura latinoamericana en su momento que marcaba así una presencia en la escena internacional.

Es fácil comprender por qué Rockefeller contrató a Diego Rivera para pintar un mural y por qué mandó borrarlo cuando descubrió en medio de la composición el rostro de Lenin

Está fuera de toda duda que el muralismo mexicano fue capaz de crear una estética con autoridad propia, muy valiosa en sí misma, y que se ha convertido en un punto de referencia en la historia de la pintura, tanto mexicana como internacional.

Vistas así las cosas, es fácil comprender por qué Rockefeller contrató a Diego Rivera para pintar un mural y por qué también mandó borrarlo cuando descubrió en medio de la composición el rostro de Lenin.

El muralismo mexicano