sábado. 12.10.2024
Arturo Prins
Arturo Prins

Ádrian Sanz González | @AdriSanz16666

Una profesión de alto nivel, como es la del artista, requiere, ante todo, un gran conocimiento sobre la profesión y sobre el arte. Una excelencia, en este caso, sobre arte audiovisual, difícil de descubrir en uno mismo, hasta tal punto que, una vez poseedor de ella, todavía más arduo es el camino de mostrarlo generosamente al mundo. 

Con cuadros, películas y fotografías, Arturo Prins ha conseguido eso y más. Él, como un artista de pies cabeza, se mantiene a contracorriente y recordando al mundo que, a pesar del pastiche y caos que vivimos, todavía queda un hueco para el arte.

Una posición que, una vez más, vuelve a plasmar y sellar el realizador argentino en Je n’ai rien à dire. Una carta de amor al cine y a la persona que tanto le enseño a él –y al mundo del cine–.

Una carta de amor al cine y a la persona [Godard] que tanto le enseño a él y al mundo del cine

Y qué mejor forma que traer de nuevo a la vida que reencarnado en el cuerpo de un niño. Un joven actor, que, apasionado por adentrarse en el mundo del cine y el espectáculo, ha sido capaz de, no solo de hacernos creer durante 40 minutos que el recuerdo de Godard sigue vivo, sino, además, de enseñar al mundo cuáles fueron las verdades y creencias de Gordad. Lo curioso, es que el mismo Arturo Prins lo comentaba, “aún hoy día extiende y enseña a sus compañeros de clase las decenas y decenas de frases que tuvo que aprenderse para la película”. 

Je n’ai rien à dire
Je n’ai rien à dire

Frases que a lo mejor él tardará en comprender, pero que al menos recordará, dándole a él un bagaje y una cultura que parece haberse olvidado. Algo que, por desgracia, Prins muestra en el propio film. En él se ve como un grupo de jóvenes niega conocer la figura de uno de los directores más influyentes de la historia del cine. Hasta tal punto, que ellos creen creer que la misma persona que les graba y les pregunta es Jean-Luc Gordad.

Un aspecto que entristece y ennegrece, todavía más, el panorama que parece que tendrá la historia del cine. Es decir, que uno de los padres del cine sea desconocido por muchos jóvenes actualmente, solo es una muestra de hacia dónde y cómo va la cultura –y también la historia–. Aun así, de esa triste cicatriz que ejemplifica lo desnuda que se encuentra de conocimiento el porvenir, surge una difuminada belleza que descubre la importancia de Arturo Prins.

Un artista, que, llamado y confundido por los jóvenes como Godard, nos deja la pequeña idea de que realmente, si se ha reencarnado en alguien, ha sido en su mirada al pintar y realizar diferentes obras como es Estado Impuro (2020), Autopsia de un amor (2014) o su viaje desde Madrid al Himalaya acompañado de su cámara. 

Y por decirlo poéticamente, en dicho encuentro con la juventud, Prins, indirectamente y sin ser buscado, se convierte en durante unos segundos, para unos jóvenes, en Godard. Una situación, que fuera de la realidad, poetiza, en forma de reconocimiento, la sabiduría que es capaz de plasmar en el filme sobre la figura del director –y la que también es capaz de transmitir en persona–.

Arturo Prins, indirectamente y sin ser buscado, se convierte en durante unos segundos, para unos jóvenes, en Godard

Y aunque el encuentro no es del todo agradable audiovisualmente para el espectador, como decía Arturo, “básicamente, hay un momento patético mío, pero sin esa fuerza de un aprendiz de cine no lo hubiera arrancado de su casa y no hubiera habido película. Y, por otra parte, él –Godard– nos suelta pepitas. Una es no tengo nada que decir, porque lo dijo todo en el cine. Otra es, ya no soy artista, porque siente que ya ha muerto al arte. Y todo eso solo uno lo dice por uno insiste e insiste”.

Un momento que deja al espectador que pueda ver aprender del cine viendo cine y viendo como un padre de la historia del cine, se encuentra con uno de sus hijos que han crecido y aprendido tanto de él. 

El cine nunca perdió ni perderá a Godard. Su alma y sus enseñanzas fílmicas han quedado marcadas y selladas en las obras de artistas como las de Arturo Prins. Un artista, que, al fin y cabo, lo ha hecho todo, y que, además, sabe cómo muy pocos –aunque posible reniegue de tal calificación–.

Un hombre, un hijo y un artista que, con una mirada conocedora de lo que es la vida y el cine, siempre con ganas de ampliar dicho conocimiento, tuve la suerte de conocer. Alguien que en Je n’ai rien à dire y en la charla/entrevista fue capaz de enseñarme más de cine que nadie que jamás haya conocido nunca. Así que… je dois juste dire, merci Arturo.

Arturo Prins: Je dois juste dire, merci Arturo