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A.M / NUEVATRIBUNA.ES - 12.05.2009

La vida de Antonio Vega estuvo ligada a una compañera infernal. La heroína le permitió salir a los escenarios, atreverse a mirar al público, y también fue quien le usurpó las fuerzas, la que no le dejó escribir más canciones, la que le torturó sin piedad y con constancia. “Mi problema hace que me cueste componer, grabar, mantener un grupo estable. Los discos me caen grandes, es un esfuerzo brutal llenarlos”, le confesaba el cantante al periodista Diego Manrique en una entrevista publicada en El País hace siete años.

Su primer coqueto con el caballo fue en 1979: “Fue el primer flirteo metiéndomela por la nariz. Cuatro o cinco años después, ya era algo serio, una dependencia que llevaba más o menos bien. Para finales de los ochenta estaba totalmente pillado”, cuanta en la entrevista con Manrique.

Su "Lucha de Gigantes" fue encomiable, pero perdió la partida. El artista aseguró en diversas ocasiones las innumerables veces que había intentado dejar la heroína, su paso a la metadona y su vuelta a lo mismo.

Su debilidad física iba acompañada de un cotidiano cada vez más decadente. Tuvo que abandonar el chalé en el que vivía a las afueras de Madrid para irse a un piso en el centro, también le echaron: “Tuve problemas chungos con los caseros”, se excusaba ante Manrique. De ahí pasó a ser realquilado en casa de unos amigos, pero para nadie es fácil convivir con un heroinómano y una vez más se tuvo que marchar. Su vida deambuló por diversos hoteles que fue abandonando por ‘sus problemas’.

Conocer a su última compañera sentimental, Margarita del Río, dio un empujón en su vida, sacó discos nuevos y su ánimo parecía haber cambiado. Pero tras la muerte de ella la depresión volvió a afincarse en un cuerpo cada vez más frágil.

Vega ‘se volvió a dejar llevar’ y estos últimos años se convirtieron en una lucha por mantenerse vivo, por salir al escenario, cada vez más tímido, más flaco, más triste. Hasta hoy, cuando el músico con las sensibilidad más exquisita de los últimos tiempos, se ha despedido para siempre.

El ‘Sitio de su recreo’