En estas épocas navideñas y mejor en otras veraniegas no es mala cosa visitar la catedral de Sigüenza -se sea creyente o ateo- y contemplar su famoso Doncel, esa obra maestra de la escultura que representa a un joven de no más de 16 o 17 años de la época y nos cuenta la historia que fue erigida en memoria o por simple capricho a la memoria de Martín Vázquez de Arce, cuyo padre fue secretario de la familia Mendoza, familia muy influyente en la época y en la vida de los Reyes Católicos, lo cual no era fácil. Murió el doncel -que ya no lo era- en Granada en 1486 mientras guerreaba para los católicos reyes en la conquista de la ciudad. Pero para lo que nos ocupa que es responder a la pregunta de por qué es una obra maestra, poco nos importa su vida o su circunstancia vital. Ya Ortega y Gasset elucubró sobre la escultura y su representado y dijo de ella que el representado “parecía más de letras que de armas”, cosa que parece también discutible porque el verbo parecer no puede ser reducido fácilmente a objetividad. Yo trataré de responder a la pregunta bajo el criterio de qué es una obra de arte en cualquiera de sus facetas, provenga la cosa de las artes plásticas o literarias. Diré que el arte surge cuando el artista encuentra la coherencia en la obra entre dos principios: el de sorpresa y el de verosimilitud, así de simple, y este doncel es un caso extremo de búsqueda y encuentro. Veamos. En primer lugar la estatura de alabastro se encuentra en una hornacina donde están, además, unos bajorrelieves, una inscripción por encima del reposado doncel y al final de sus pies se halla otra escultura que podría representar a otro doncel de un tamaño mucho menor junto a una escultura que podría ser un león o, al menos, su cabeza. El resultado es que nos encontramos una escultura -el doncel- rodeado de elementos escultóricos, lo cual provoca una humanización del doncel, como si el autor quisiera que le viéramos como un guerrero de carne y hueso y no una fría escultura, bella, delicada, sorprendente, pero simple cincelada estatua. Antes de seguir diré que ese doncel está reclinado sobre una almohada leyendo un libro que sujeta delicadamente con las manos -esto es importante- y que sabemos que es guerrero porque está cubierto de una armadura de los pies a la cabeza, aunque esa armadura nos parezca liviana porque ¡el representado guerrero no parece sentirla! La segunda cuestión a observar es precisamente la postura, que es serena, de costado, con la cabeza medio levantada por la exigencia de la lectura, como si no sintiera peso de la armadura, como si ésta fuera su traje natural, su piel natural, como si hubiera nacido con ella y… para ella. El artista ha obrado la simbiosis entre doncel y armadura en grado tal que no podemos concebir al guerrero simplemente con una túnica o unos calzones de la época, nada de eso: en la escultura armadura y guerrero son sinónimos. La tercera cosa que nos llama la atención son sus ojos, sus párpados, que nos mantienen en la duda si lee realmente, medita sobre lo leído o, simplemente, dormita. La cuarta aparente contradicción nos da la necesidad de casar doncel, guerrero y serenidad, tras el esfuerzo de la guerra o el nerviosismo previo a la misma. Lo cual nos lleva a hacernos la pregunta básica: ¿está el doncel en ganado reposo tras la batalla o se prepara para ella? Ambas cosas podrían ser y, si intentamos contemplarla sin más pretensión, en cada momento se nos ocurre una respuesta u otra, como si el escultor nos exigiera permanecer en la duda para que siga su obra en nuestra mente cuando ya los ojos no nos acompañaran en la interrogación.
¿Y dónde está el arte? Pues precisamente en que a pesar de tanta sorpresa, tanta interrogación, tanta contradicción todo se nos vuelve verosímil al poco rato: la armadura pesa pero no ahoga, la delicadeza con que coge el libro es posible sin esfuerzo por la actitud de reposo del resto del cuerpo, la lectura es posible si su interés vence a la incomodidad y la heroicidad es compatible e incluso apropiada a la juventud; también es posible que lea pero que no quiere que el observador indiscreto sepa si lo hace, si lo hace con atención o si dormita tras el esfuerzo. Al final poco nos importa si representa la obra el antes o el después de esa batalla en la Acequia Gorda donde el personaje real de 25 años perdió la vida a mayor gloria de la conquista de la ciudad nazarí. Si la comparamos con otras dos obras consideradas maestras como son El pensador de Rodin o el Moisés de Miguel Ángel vemos que la del taller de Sebastián de Almonacid las aventaja en genialidad, tensión y verosimilitud. La de Rodin representa un vacío porque pensar sólo, sin circunstancia, es no pensar, es a lo más autoayuda que lleva a la frustración. Parece obvio que a Rodin le influye el pienso, luego existo de su compatriota Descartes, el filósofo más sobrevalorado de la historia. En el caso de la escultura de Buonarroti ya elucubró Freud sobre el momento que representaba el Moisés, que si era antes de la entrega de las tablas de la ley al pueblo elegido, pueblo hoy que parece apoyar mayoritariamente un genocidio, o era después, cuando ha hecho el esfuerzo de contaminar las mentes judías con creencias que llegan tristemente hasta hoy. El genio italiano consiguió esa duda simplemente eliminando la simetría natural de las dos piernas de hallarse el representado sentado. También ayuda a esa tensión la mirada al horizonte del personaje bíblico: ¿a dónde o a quién mira Moisés mientras con una mano y su brazo sujeta las tablas y con la otra se mesa su larga cabellera?
El que visite Sigüenza no puede dejar de ver esta maravilla, que vea la obra en la capilla de San Juan y Santa Catalina y disfrute de su contemplación. Y luego, si acaso, se pregunte por qué no nos parece una escultura más, una escultura de un simple guerrero que lee un libro. También podrá acompañar su vista con la simultánea lectura del discurso de las armas y de las letras de la primera parte de El Quijote; comprobará entonces el visitante curioso y a la vez lector esforzado que escultura y discurso cervantino forman un extraño maridaje. Si visitante y a la vez lector sienten con satisfacción el momento, ese hermoso instante goethiano habrá sentido el arte y no necesitará comprenderlo, pero siempre una dosis de racionalidad ayuda, ayuda mucho. Y luego, eso sí, al qué hacer en esta hora trágica donde un gobierno terrorista practica el terrorismo de Estado contra un pueblo, en este caso y en la hora del presente el pueblo palestino, con una forma de guerrear que tan lejos está de la forma y el tiempo que representa la época del doncel y el del genio alcalaíno, siendo ambos hijos de su tiempo en la guerra y en el discurso guerrero.