viernes. 26.04.2024
 

El título de esta columna requiere una explicación. Y os la voy a pagar, como diría el alcalde que interpretaba José Isbert. Ignacio Sánchez Cuenca no necesita presentación siendo como es uno de los más avispados analistas políticos de lo nuestro. Sociólogo interesado en las profundidades y esencias del desarrollo político, no suele implicarse en mediáticas interpretaciones de encuestas y estadísticas al pelo de la rabiosa actualidad del momento. No se pierde en especulaciones, siempre va al grano. Importa aquí destacar que acaba de publicar un artículo con el título “El orgullo herido del nacionalismo español en el que con su clarividencia habitual expone algunas de las razones que afectan al subidón de una parte de la derecha y relaciona este fenómeno con un potencial desgaste del gobierno de progreso. Hasta aquí, irreprochable.

Pero para seguir necesito exponer preventivamente el concepto cheli de cirigüiti, término tomado de mi desaparecido amigo Jesús, que define ese tipo castizo que hace de la impostura un modo de vida. El cirigüiti es una especie de pícaro de la modernidad que sufre como el Lucas Trapaza de Alonso del Castillo y Fernando Fernán Gómez, mal de trapos, pero esta vez su mal no es de escasez sino de empacho y abundancia. Su maladie se remedia con mantener una viva vigilancia sobre qué toca vestir esta temporada, dónde comer o beber, adonde ir  y sobre todo qué pensar para no equivocarse a la hora de exponer en público o en privado algo de cosecha propia. El cirigüiti es un compendio de imitaciones y exageraciones del gesto que permiten al actor amateur clavar el papel elegido: el ganador;  una imagen que se estudia mirando hacia arriba. El estereotipo que persigue el cirigüiti es un modelo idealizado de la clase superior.

El predominio de apellidos ilustres comprometidos con lo más casposo de la historia cainita española es el sello distintivo, la imagen de marca del movimiento.

Vuelvo al artículo de Sánchez Cuenca porque me interesa particularmente su reflexión sobre el crecimiento de la derecha españolista y su potencial desestabilizador del gobierno de progreso. Más en particular sobre su percepción de un creciente movimiento social de base que reivindica valores nacional españolistas y que hace de la intransigencia, lo incorrecto y las actitudes desacomplejadas una nueva forma de prestigio. Otra vez de acuerdo con ISC esta vez en la caracterización del comportamiento del sujeto nacionalderechizado, pero no lo estoy en absoluto en la aceptación de que el grupo de personas que podrían ser definidas por su conducta intransigente y desacomplejada estén formando un agregado social con capacidad para impactar en las formas esenciales de las instituciones de gobierno, y las democráticas por ende. Para que un grupo social despliegue esa capacidad de transformación, aun reaccionaria, se requieren elementos que no están presentes en el utranacionalismo español sin complejos. La preferencia de éste por el folclore antes que por las aportaciones revelan que el movimiento que les define es un dechado de postureo en masa, que hace la boca agua al cirigüiti que contempla esa imagen como el león la sabana repleta de gacelas.

El predominio de apellidos ilustres comprometidos con lo más casposo de la historia cainita española es el sello distintivo, la imagen de marca del movimiento. Abascales, monsaterios, espinosas, alvareces de toledo unidos a títulos nobles o jerarquizados en la judicatura, el ejército o la pompa sin más, son un atractivo irresistible para el cirigüiti, quien perdido tantos años en la melancolía de no disponer de un reclamo nítido, ha adoptado al señorío de toda la vida como una vía de impulso personal fácil. Con seguir el método stalisnavsky y hacer propia la vida de estos portentos de lo banal, pavimenta una carrera sin obstáculos a la banalización de sí mismos. Sin reproches, cada cual elige el modo de borrarse en la vida, solo que no creo que la nada que se oculta tras tanta desfachatez posea la energía necesaria para mover conquistas sociales por un lado y hacer frente a retos que están muy lejos de la mera representación del personaje en cuestión. Porque dice ISC que su impúdica existencia puede poner en jaque el desarrollo de la acción de gobierno en temas como el aborto, la eutanasia o el cambio climático.

No me parece que la voluntad que anima la existencia de este colectivo sea capaz de ir más allá de babosear en las terracitas de moda en los barrios altos de las ciudades.

E insisto, no veo a ese agregado de personas con la capacidad de impacto requerida. No me parece que la voluntad que anima la existencia de este colectivo sea capaz de ir más allá de babosear en las terracitas de moda en los barrios altos de las ciudades. Su voluntad Schopenhaueriana (vaya palabrota), su fuerza vital reside en su sentido de la emulación, de la copia. Nacieron anhelando el modelo desestabilizador trumpista y ahí están hechos unos campeones, en imitar y seguir lo que se considera un éxito. Pero Trump, como Johnson, Erdogan, Bolsonaro y otros autócratas que tanto sonaron, se diluyen y desaparecen. Y con ellos se extinguirá el cirigüiti seguidista, animal que no está genéticamente preparado para el fracaso, lo suyo es el brillar, el saloneo y la mascarada.

Cambiar un país, revertir una convencida voluntad política expresada en elecciones (dos seguidas) y acciones de gobierno (dos PGE encadenados) requiere algo más que adherirse a tendencias chupis. El auge de la ultraderecha no debería pasar inadvertido para nadie, pero comprobar que es el cirigüiti su auténtico sostén me llena de alivio y satisfacción.
 

Nota: Para una mejor visualización del cirigüiti, ver fotos de García Gallardo, candidato de Vox en CyL. Mejor a caballo, con un chapín en la cabeza.

Sánchez Cuenca y el fenómeno del cirigüiti