martes. 19.03.2024
vox

La convicción de hallarnos en una galopante carrera hacia el precipicio de la historia se extiende. El perceptible desbarajuste arrumba lo poco de ordenado que quedaba en este mundo. Europa, mejor dicho, la entelequia de la Europa civilizada, honesta y elegante se ve tan acorralada por las huestes del caos que temblamos. Como en otras partes del mundo, aquí nos vemos asediados por los jinetes del apocalipsis que retan a la democracia, quienes para más inri han contratado a una legión de jenízaros para reforzar su asalto. Preferentemente rubios, amantes del mundo de Pepa Pig y del teatro de marionetas (ése en el que puedes usar los tribunales a modo de escenario en el que colocar tus muñecos colgantes) aúllan al tiempo que recogen los despojos de sus canalladas. No es un espejismo irreal, el tanto por ciento de la población mundial que vive en comunidades de corte democrática se contrae y muchas de dichas comunidades se hallan total o parcialmente expuestas a los ataques que reciben sus sistemas de garantías de libertad de expresión, de control del fraude electoral y/o de denuncia de manipulación jurídica.

Menos y en retroceso, ese sería el esquema representativo de la vida en democracia. El ataque a las formas de vida y de organización social de corte democrático tienen un denominador claro: desestabilización, promoción del caos y semillaje de la incertidumbre. Las fuerzas oscuras que bombardean las fortalezas democráticas no pretenden relevar en la dirección de las instituciones democrática a nadie, pretenden aniquilar dichas instituciones. El 6 de enero en el Capitolio asistimos a la imagen real de las pretensiones de la derecha radical que no es la de gobernar las instituciones democráticas, sino acabar con ellas, desde fuera o desde dentro. De una u otra manera esa conducta se percibe en otros alfiles de los jinetes del apocalipsis, en Asia, África, América del norte y del sur y si, también en Europa, la soldadesca derechista se concentra en bloquear y destruir el valor de las instituciones democráticas. El asalto al poder judicial aquí en España es un ejemplo más del abordaje que se fija la extrema derecha para acabar de una vez por todas con el régimen de libertades democráticas y de respeto a valores universales.

Su objetivo es crear una atmósfera de guerra, provocar un sentido de la vida conducido por el  sobresalto y conculcar todos los recursos colectivos para una finalidad oculta debido precisamente al rigor exigido por el estado de guerra. Ya sabes lo que dice el dicho, en el amor y en la guerra vale todo. En el amor no sé, pero en la guerra… pregunta a quienes tienen experiencia, no tienes que ir muy lejos, basta con acercarte a las playas del sur, ayuda a cualquier desembarcado del cayuco y pregúntale por las razones de su aparente locura; verás que la mayoría de ellos huyen de una guerra, fenómeno con el que se acaba por cerrar el círculo de la injusticia y de la pobreza instalado en sus comunidades de origen.

La derecha radical parece desconcertada, actúa de un modo irracional visto desde la óptica de la sensatez democrática

Y claro, cuando se produce el estallido que obliga a la gente a tomar decisiones que no pueden entenderse en otro contexto, siempre hay alguien que reivindica a Hobbes, el pensador inglés que teorizó sobre la conducta hostil de todos los hombres contra todos los otros hombres, homo homini lupus. Pero es una injusticia con el pobre pensador, él no describió el modelo de conducta de los hombres para con sus congéneres, más bien planteó un modelo social tendente a reprimir la guerra, a evitarla, eso sí, incluso aceptando modelos arbitrarios de poder. Su obsesión era impedir el estado de guerra porque en dicho estado desaparecen las virtudes propias del ser humano, sus gracias y la posibilidad de vivir una vida feliz.

Su enemigo intelectual y moral no es el hombre, si no el estado de guerra al que con mucha frecuencia se ve abocado. Violencia generalmente desatada por la ruptura del consenso previo que armoniza las relaciones de unos con otros.

Hay fuerzas políticas que claramente tienden a la desestabilización, a generar el clima de guerra de manera objetiva, es el campo de la ultraderecha violenta con el paradigmático asalto al Capitolio o la quema de sedes de otros partidos. El clima de guerra puede ser voceado para anticipar y aumentar el pavor general fomentando, como el vértigo en las alturas, una caída prematura e innecesaria al vacío.

A veces la derecha radical parece desconcertada, actúa de un modo irracional visto desde la óptica de la sensatez democrática. Pero no olvidéis que su atención está dirigida a desacreditar esa sensatez, y el modo más sencillo y directo es desmontar todo aquello sobre lo que se sostiene la pacifica vida democrática. Procuran convertir su desenvolvimiento en una cuestión de trinchera y luego apelan a Hobbes como justificación de su irresponsabilidad.

Pero sabed que Hobbes odiaba la guerra, toda guerra, cualquier guerra. Y que la guerra prefabricada y vacía de contenido o injustificada (léase Iraq), no solo distorsiona el pacto de hoy entre los ciudadanos, también vicia las relaciones de futuro.

La culpa no es de Hobbes