viernes. 29.03.2024

El alimento de la ultraderecha

La ultraderecha se alimenta de la ignorancia, la incertidumbre, la exclusión social, la desinformación y el catastrofismo, el apoliticismo militante, el descreimiento y la sinrazón que apela a emociones irreflexivas.
mitin vox
Imagen de un mitin de Vox.
 

Paseo por la que fue Estación de Murcia, hoy Casa del Mediterráneo. Sobre las vías desahuciadas crecen arbustos de datura stramonium, ratas y chabolas, un par de ellas con una gran bandera de España. Acudo al supermercado del barrio, hay un mendigo que trabaja en la puerta, de nueve a tres de la tarde, jornada continua. Lleva los brazos cubiertos de brazaletes con la misma bandera y el lema de Vox. Acudo al bar al que voy cuando puedo, me pido una caña, el camarero -siempre diligente y mal pagado- me la sirve con presteza. Hablamos un poco, todas las mañanas llega a la capital desde la Vega Baja, luce una pulserita de Vox mientras me habla de lo mal que está todo. Es amable, dicharachero y tiene muy claro que mucho han de cambiar las cosas para que él pueda ganar más de lo que obtiene en ese bar, ochocientos euros mensuales. Me dice que los políticos son todos iguales, que tendrían que estar en la cárcel, que son sanguijuelas y que el mejor, colgado. Le digo que todos no son iguales, que del mismo modo que hay camareros inútiles, ineducados y pésimos profesionales, también los hay muy profesionales. No le vale, un mal camarero como mucho te puede derramar el vino en el pantalón, pero un mal político condiciona la vida de todos. Vuelvo a insistir, pues hay que sacar de la vida pública a los malos políticos, a los corruptos, los que se aprovechan del cargo o los que anteponen sus intereses personales a los de todos. No hay político bueno -me dice-, mira el Garzón ese que no ha dado un palo al agua y ahora pretende cargarse la ganadería... Mientras hablamos, en otra mesa una señora que quiere que la oigamos todos, dice a sus dos acompañantes italianos que el valenciano es un dialecto del castellano -atónito quedo- que los catalanes quieren imponer en Alicante contra la mayoría, que a los niños les obligan a hablarlo en las escuelas contra la voluntad de sus padres. La señora no llegaría a los cincuenta años, es decir, se crio en democracia y fue a la escuela democrática. Prosigue su lección: Aquí si eres de los de toda la vida te fríen a impuestos, pero si eres moro enseguida te dan un sueldo y la policía te deja hacer lo que quieras. Vivimos en una dictadura.

Conviene dejar claro que, al contrario que otras ideologías, el fascismo no persigue el bien de la sociedad ni de la nación ni del pueblo, el fascismo mediante mentiras, bulos y demagogia aprovecha los huecos, los fallos de las democracias en tiempos de crisis y confusión, la desesperanza de los excluidos, para imponer un régimen totalitario salvaje que defiende en exclusiva los intereses de las oligarquías dominantes y suprime con violencia extrema los derechos y libertades de quienes no se sumen con fervor a sus propuestas y decisiones. Bajo las continuas apelaciones a la patria, la nación, el pueblo, la raza, el glorioso pasado histórico pisoteado, no hay más que la ambición de resucitar un tiempo que se fue basado en el vasallaje, en las inmutables sentencias de la ley natural que coloca a unos arriba y a otros abajo, en la obediencia ciega de los siervos y en la defensa de las estirpes que a lo largo de los tiempos mostraron su superioridad. No hay en el fascismo ninguna propuesta generosa, las que de eso van, tienen por destino entes abstractos como la patria, la tradición o el imperio, pero el núcleo duro de la ideología sólo pretende resucitar el orden de cosas existente antes de la Revolución Francesa: Una minoría que goza de todos los derechos y libertades, una inmensa mayoría que carece de ellos y que ha de contribuir con su trabajo y su silencio a acrecentar el bienestar y la riqueza de los primeros. Para ello es menester una policía perfectamente identificada con el “ideal” y que obedezca como un sólo hombre a la voz de su amo, también una movilización constante y transversal de masas en la que se integre tanto el señorito semiarruinado que espera recompensas, con el industrial, el gran agricultor y ganadero y el excluido, para dar la sensación de movimiento nacional que nada tiene que ver con las luchas de clases aunque su objetivo final sea la defensa de los intereses, la manera de ser y la forma de entender el país de quienes detentan el verdadero poder económico y social del país: la plutocracia tradicional más los advenedizos que se identifican con sus quejas y proclamas. No hay ni un ápice de generosidad, todo es mendacidad.

Odiar la política es la clave del arco sobre el que se construye el fascismo, y eso está calando en capas cada vez más amplias de la población

Al fascismo le da exactamente igual la ganadería extensiva que la intensiva, aunque siempre estará al lado de la que más beneficios dé al promotor amigo. Lo que le importa es el barullo, desprestigiar a quien habla con razón y con patriotismo para meterlo en la trituradora de la bulocracia. Los fascistas no aman al país, lo odian profundamente, de ahí que no les afecte lo más mínimo que los campos y los acuíferos se llenen de purines y nitratos, que el Mar Menor se haya convertido en una cloaca o que la mayoría de las playas de Mediterráneo sean inmensos conglomerados de hormigón. Hablan del paro que crearía la disminución del agua del trasvase, aún a sabiendas de que el Tajo cada año tiene menos agua y de que la solución final está en el agua del mar, pero lo cierto es que a ellos los parados les importan una figa, porque lo verdaderamente ideal para el progreso del país es el despido libre en cualquier sector. La política es mala y contra ella dirigen muchas de sus invectivas, sin embargo, ellos son políticos y reciben suculentas subvenciones de las arcas públicas, es más, muchos de ellos sólo han vivido de ellas. Desprestigiando a la política y a los políticos -labor para la que cuentan con la inapreciable ayuda de muchos medios de comunicación y redes sociales- comunican al pueblo el nombre del enemigo principal a batir: odiar la política es la clave del arco sobre el que se construye el fascismo, y eso está calando en capas cada vez más amplias de la población. El desprecio al extranjero pobre, al diferente sexual o ideológicamente, al comunista, a los impuestos son los paramentos que terminan de dar forma a un edificio ideado para proteger a los más privilegiados pero que sería imposible construir sin el apoyo de los de abajo.

Propaganda, bulo, confrontación verbal y física, descrédito de las instituciones del Estado salvo policía, judicatura y ejército, llamados a los trabajadores, parados y marginados que han sido víctimas de las políticas neoliberales que ellos mismos pretenden reforzar; reivindicación de tradiciones populares en declive pero que siguen en el recuerdo de muchos, mistificar una parte del pasado remoto, emporcar el reciente y ocultarlo, crear una sensación de desasosiego permanente que haga desconfiar a la población de su propia realidad, de la buena intención, del diálogo, invertir millones en arqueología para desenterrar a hombres del neolítico o del periodo romano y negar fondos para sacar a los desaparecidos de las cunetas bajo la escusa de que eso es avivar odios, esparcir el odio entre todos de forma sistemática y pertinaz, no aceptar ninguna propuesta constructiva, actuar como un ariete explosivo que sólo ansía la destrucción, esa es la estrategia que está siguiendo el fascismo en todo el mundo y que amenaza a la democracia como nunca antes desde los años treinta del pasado siglo.

Adoptar posturas de consentimiento, apaciguamiento o comprensión ante un fenómeno que vuelve para hacer lo mismo que ya hizo no es más que ser cómplices necesarios de una atrocidad descomunal. Y el problema añadido de España es que la derecha y la ultraderecha son una misma cosa ya que carecemos de partidos antifranquistas de ese sesgo ideológico. La ultraderecha se alimenta de la ignorancia, la incertidumbre, la exclusión social, el bulo repetido y renovado hasta la saciedad, la desinformación y el catastrofismo, el apoliticismo militante, el descreimiento y la sinrazón que apela a emociones irreflexivas. Si no se combaten y erradican esos ingredientes destructores, de nada servirá un buen gobierno que cumpla su programa. Todo caerá en el fango y en el dará igual “ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Lo mismo un burro que un gran profesor...”.
 

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