jueves. 02.05.2024
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Anclada en una tradición bicentenaria, la derecha española no deja pasar ninguna oportunidad de luchar contra la convivencia. Esta vez la toma con los inmigrantes. Parecía que había llegado a soportar que se bajaran de los cayucos y se quedaran en las Islas Canarias, aquel lugar remoto al que los dictadores desterraban antaño a sus adversarios, pero la idea de repartir la indudable carga humanitaria de su llegada le ha sacado de sus casillas.

A la derecha española no le gustan los inmigrantes, aunque en su barrio favorito de Madrid, el barrio de Salamanca, se codean con vecinos millonarios que se lo están comprando entero y proceden de México o de Venezuela, y hay algunos que empiezan a llamar a Madrid el Miami de Europa. A la derecha española no le gustan los inmigrantes, aunque bajo la presidencia de Mariano Rajoy se aprobó una norma para vender tarjetas de residencia que nos llenó de rusos la Costa del Sol sin preguntar -eso no se pregunta- la procedencia del dinero.

A la derecha española no le gustan los inmigrantes de religión islámica, salvo que formen parte del jequerío marbellí, y no quieren saber nada de ellos salvo que inviertan en grandes empresas.

A la derecha española no le gustan los rumanos, salvo que pueda contratarlos de manera ilegal para trabajar en la construcción o en labores agrícolas y ganaderas. No le gustan tampoco los subsaharianos, salvo los que trabajan en los invernaderos, y así podríamos continuar casi hasta agotar todas las nacionalidades.

A la derecha española no le gusta arrimar el hombro no sea que se lo manchen

Además, y este es el segundo factor de la ecuación, a la derecha española los problemas le gustan lejos. Siempre me he preguntado qué clase de mentalidad política había detrás de la práctica disciplinaria de enviar a la gente a Ceuta, a Melilla o a las Canarias como castigo, de la práctica franquista de “desterrar” a la gente a Teruel, como si esa provincia no fuera de la misma tierra. De la de trasladar a jueces prevaricadores para que una provincia remota se vea castigada con un delincuente en lugar de atendida por un funcionario. Lejos, las cosas feas lejos, lejos de donde se reparte el pastel y la pasta.

A la derecha española no le gusta arrimar el hombro, no sea que se lo manchen, y lo que debería preocupar, y mucho, es que haya todavía tanta gente que le otorga credibilidad cuando despliega constantes ejercicios de cinismo. Debería preocuparnos que esté consiguiendo infectar a los pobres con aporofobia, a los inmigrantes de segunda generación con xenofobia, a todos con el germen de esa mentira del sálvese quien pueda al que, como un insulto a los liberales, llaman neoliberalismo. Ah no, perdón, que solo era una inexactitud.

Cínicos