lunes. 29.04.2024
El mito de Prometeo

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“Es más contagiosa la mediocridad que el talento” (José Ingenieros)


La lectura es el medio para recrear el lenguaje, para ordenar y enriquecer nuestro pensamiento, para aprender, para interpretar el mundo e interpretarnos a nosotros mismos, para alimentar nuestra imaginación y estimular nuestros sentimientos; en último término, o tal vez el primero, para disfrutar. Hace ya algunos meses escribí algunas reflexiones sobre este tema, en un artículo titulado Leer, y mejor, releer a los clásicos. Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos e inesperados resultan al llegar a leerlos. Recuperar y repensar las “lecciones de los clásicos”, recurriendo al conjunto de ideas de aquellos escritores que consideramos “clásicos” en sentido estricto, es un ejercicio indispensable para comprender la realidad actual y, sin falsos atajos, encontrar soluciones a problemas que otros vivieron. Las grandes teorías de las antiguas y de las actuales sociedades son semejantes, comparables entre sí tanto por los temas y los problemas vividos como por las soluciones encontradas. No se trata tanto de un estudio histórico como de un intento por determinar los temas importantes, clarificar los conceptos, analizar los argumentos y encontrar las soluciones. Naturalmente, esto ocurre cuando un clásico funciona como tal, cuando se establece una relación personal con quien lo lee. Si no salta la chispa, no hay nada que hacer: no se leen los clásicos por deber sino por pasión por la cultura y la historia. Los seres humanos disponemos de un don innato para el olvido, pero otro no innato, sino aprendido, para aquello que no nos conviene recordar. El ejemplo que todos tenemos en la memoria es constatar cómo recuerdan los políticos los fallos de sus adversarios mientras se llaman a andana de los propios.

Hace unos días, Irene Vallejo, en el diario El País, brillante como siempre, escribía un artículo titulado “Animales, dioses, idiotas”, en cuyo texto hacía referencia a los clásicos, y, -¿cómo no?-, a uno de los diálogos de Platón. Explica el mito el filósofo Protágoras, portavoz intelectual de aquella joven democracia al preguntarse cómo logramos convivir en sociedad, pese a los conflictos, que solo se solucionan cuando el triunfador no avanza en solitario sino en solidaridad con los demás. Según la mitología griega, cuando llegó la hora de la creación de los mortales, los dioses encargaron a dos titanes hermanos, Prometeo y Epimeteo, tal labor. Epimeteo, el que piensa después de actuar, comenzó a distribuir talentos, fortaleza, rapidez, agilidad… entre los animales, pero, por su falta de previsión, al llegar a la creación del hombre no había ya cualidades para conformarlo. Cuando acudió Prometeo, el que piensa antes de actuar, para supervisar la tarea de su hermano, se dio cuenta del desastre que Epimeteo había provocado y decidió ofrecer al hombre, débil y desvalido, la luz del fuego divino. El resto de la historia es bien conocida y la conclusión, evidente. La política se degrada cuando se convierte en profesión. 

Las grandes teorías de las antiguas y de las actuales sociedades son semejantes, comparables entre sí tanto por los temas y los problemas vividos como por las soluciones encontradas

Los políticos en general, y los españoles, en particular, actúan, en el fondo, eligiendo entre uno de los dos modelos: el de Prometeo, “pensar y después actuar” o el de Epimeteo, “actuar y después pensar”; de ahí que quienes gobiernan o aspiran a gobernar un país deben poner particular empeño en ser políticamente competentes; si además de ser técnicamente buenos, transmiten ideas relevantes, se convierten en políticos insustituibles; de lo contrario, como advierte en una de sus obras el pensador argentino José Ingenieros, en su ensayo ”El hombre mediocre”, los pueblos corren el peligro de sepultar sus grandes ideales por la mediocridad, un mal que promueve la cultura del que, habiendo alcanzado el poder, carece de conocimientos; manda, gobierna, pero ignora, como Epimeteo, por qué actúa y qué consecuencias conlleva. 

En su obra más celebrada, José Ingenieros nos muestra el peligro que corren las sociedades donde los ideales han quedado sepultados por gobiernos, ideologías y éticas que se proclaman como oficiales, arremetiendo contra todo aquello que señale una nueva manera de concebir la realidad; se propuso una noble tarea: desnudar valerosamente la sociedad, estigmatizando la mediocridad, la rutina, la hipocresía y el servilismo, esas funestas lacras morales que impiden la formación de ideales y el ennoblecimiento de la vida de los ciudadanos. Imitando el realismo de la pintura de la segunda mitad del siglo XIX, inspirándose únicamente en lo que ve, o con el hiperrealismo de un Antonio López español, dibuja con su palabra la imagen del hombre, del político mediocre, reflejando la realidad por cruda que sea. Las siguientes son algunas de las ideas que él expone en su ensayo:

  • Un político es genial y excelente por su moral o no es un buen político. 
  • Así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos. 
  • Los hombres que no son mediocres nunca se obstinan en el error, ni traicionan a la verdad. 
  • Enseñemos a perdonar; pero si enseñamos también a no ofender, sería más eficiente. 
  • Admitamos que la primera vez se ofende por ignorancia; pero creamos que la segunda suele ser por villanía. 
  • Los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el corazón; cuando ellos faltan ningún tesoro los sustituye. 
  • Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes solo necesitan saber a dónde van. 
  • La vulgaridad es el aguafuerte de la mediocridad. 
  • En la ostentación de lo mediocre reside la psicología de lo vulgar. 

Los políticos en general, actúan, en el fondo, eligiendo entre uno de los dos modelos: el de Prometeo, “pensar y después actuar” o el de Epimeteo, “actuar y después pensar”

  • Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de lo peor.
  • No diremos por eso que el virtuoso es infalible; pero la virtud implica una capacidad de rectificaciones espontáneas, el reconocimiento leal de los propios errores como una lección para sí mismo y para los demás, la firme rectitud de la conducta ulterior. 
  • El que paga una culpa con muchos años de virtud, es como si no hubiera pecado: se purifica; en cambio, el mediocre no reconoce sus yerros ni se avergüenza de ellos, agravándolos con el impudor, subrayándolos con la reincidencia, duplicándolos con el aprovechamiento de los resultados.
  • El hombre mediocre ignora esas virtudes; se limita a cumplir las leyes por temor a las penas que amenazan a quien las viola, guardando la honra por no arrastrar las consecuencias de perderla. Por eso la política puede crear cómplices, pero nunca amigos; muchas veces lleva a cambiar éstos por aquéllos, olvidando que cambiarlos con frecuencia equivale a no tenerlos.
  • Los hipócritas, forzosamente utilitarios y oportunistas, están siempre dispuestos a traicionar sus principios en homenaje a un beneficio inmediato; eso les veda la amistad con espíritus superiores.
  • El hipócrita está siempre dispuesto a adular a los poderosos y a engañar a los humildes. 
  • El hipócrita transforma su vida entera en una mentira metódicamente organizada. Hace lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le reporte un beneficio inmediato; vive traicionando con sus palabras, como esos poetas que disfrazan con largas peroratas la cortedad de su inspiración.
  • El que ha conocido el aplauso no sabe resignarse a la oscuridad; ésa es la parte más cruel de toda preeminencia fundada en el capricho ajeno o en aptitudes físicas transitorias.
  • Sus ojos no saben distinguir la luz de la sombra, como los palurdos no distinguen el oro del oropel: confunden la tolerancia con la cobardía, la discreción con el servilismo, la complacencia con la indignidad, la simulación con el mérito.
  • El que se ha fatigado mucho para formar sus creencias, sabe respetar las de los demás.
  • Enseñemos a perdonar; pero enseñemos también a no ofender.
  • Los hombres mediocres sólo pueden definirse en relación a la sociedad en la que viven y por su función social. Los hombres mediocres son una sombra proyectada por la sociedad; son por esencia imitativos y están perfectamente adaptados para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos reconocidamente útiles para la domesticidad. 
  • Los mediocres adquieren el alma del colectivo al que pertenecen. Su característica es imitar a cuantos le rodean; piensan con cabeza ajena, incapaz de formarse ideales propios. Copian de las personas que les rodean una personalidad social perfectamente adaptada. 

Los hombres mediocres se caracteriza por un rasgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal propio. Son predecibles, rutinarios

  • La psicología de los hombres mediocres se caracteriza por un rasgo común: la incapacidad de concebir una perfección, de formarse un ideal propio. Son predecibles, rutinarios; piensan con la cabeza de los demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades convencionales. Están fuera de su órbita el ingenio, la virtud y la dignidad. Condenados a la sumisión, ignoran que existe el infinito más allá de su horizonte. 
  • El horror a no acertar les ata a mil prejuicios, tornándolos timoratos e indecisos, nada estimula su curiosidad; carecen de iniciativa y miran siempre al pasado como si tuviera los ojos en la nuca. 
  • No viven su vida para sí mismos sino para el fantasma que proyectan en la opinión de su colectivo. Carecen de criterio propio. Echan la llave a su dignidad por evitar el peligro de ser culpados de traidores, renunciarían a vivir libres antes que gritar la verdad frente al error de los de arriba. 
  • Cuando forman rebaño son peligrosos; la fuerza del número es su fuerza; forman un conjunto gregario para oprimir a cuantos desdeñan, encadenan su mente con los eslabones de la rutina. 
  • La mediocridad es moralmente peligrosa y nociva en ciertos momentos, cuando en grupo, sin criterio propio obedecen a lo que decida el líder. Aunque aislados no merecen atención, en grupo constituyen un colectivo peligroso, pues representan dogmáticamente los intereses inamovibles del líder.

Alimentar la creatividad y el esfuerzo en alcanzar algún objetivo, es ensancharse y ganar en libertad, es respirar aire renovador y fresco que ponga vida en los pulmones tan intoxicados de nuestra sociedad

  • Subvierten la tabla de valores morales, falsean la realidad, desvirtúan los conceptos, la sinceridad es irrelevante y la virtud una estupidez. 
  • No tienen reparo en difamar si con ello contentan al líder. Elogian lo indefendible si con ello coinciden con los intereses del líder. 
  • Crean un mundo de valores ficticios que favorecen los intereses del grupo al que pertenecen; si alguien les habla de dignidad y les muestra la verdad que incomoda al líder, la turba de los serviles ladra y son capaces de dañar con falsedades y mentiras su reputación. 
  • La vulgaridad es la enseña de la mediocridad. Es el estandarte de los hombres ensoberbecidos desde su mediocridad y la custodian como el avaro custodia su tesoro; cuando hablan se jactan en exhibirla, sin caer en la cuenta que es su debilidad intelectual. Detrás del hombre mediocre, su vulgaridad transforma la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad y el respeto en servilismo.

Andamos confundidos, adormecidos, caminando a tientas, sobreviviendo. ¡Es hora de despertar! Estas reflexiones sobre la mediocridad de José Ingenieros y sus consecuencias intenta ser un aldabonazo para llegar a conocer el perfil de aquellos políticos o políticas a los que elegimos para ir acabando con ese sentimiento de frustración e indignación que hoy anida en una mayoría de la ciudadanía al contemplar la inmune impunidad de la que goza cierta casta de ciudadanos arropados por el poder político y económico, con el apoyo incomprensible, a veces, de la justicia y de los medios de comunicación. 

Pongamos nuestro afán en esta misión, cada uno desde el ámbito en el que vive. Hay que apostar por un nuevo ambiente moral, donde se busque la perfección como el gusto y el deseo por lo bien hecho, y se persigan los valores que conducen a la verdad, el respeto, la bondad. Alimentar la creatividad y el esfuerzo en alcanzar algún objetivo, es ensancharse y ganar en libertad, es respirar aire renovador y fresco que ponga vida en los pulmones tan intoxicados de nuestra sociedad.

Poder y conocimiento: o sobre la mediocridad