lunes. 07.10.2024

Patriarcado y feminicidio: dos caras de la misma moneda

La violencia hacia la mujer se ejerce desde tiempo inmemorial. Han sido siglos de patriarcado los que han generado una mentalidad de menosprecio hacia la mujer. Y las religiones monoteístas han sido el soporte perfecto para dejar ese denso poso en las mentalidades. Conviene recordar las palabras de San Pablo: “Dios es la cabeza del hombre y el hombre la cabeza de la mujer”, o las del reformista religioso, Martín Lutero: “La mujer no tiene alma”.

La violencia hacia la mujer se ejerce desde tiempo inmemorial. Han sido siglos de patriarcado los que han generado una mentalidad de menosprecio hacia la mujer. Y las religiones monoteístas han sido el soporte perfecto para dejar ese denso poso en las mentalidades. Conviene recordar las palabras de San Pablo: “Dios es la cabeza del hombre y el hombre la cabeza de la mujer”, o las del reformista religioso, Martín Lutero: “La mujer no tiene alma”. Ambas evidencian la trayectoria histórica que los padres de la iglesia han mantenido sobre la mujer. Poder terrenal y espiritual siempre unidos para poner un muro de contención entre los deseos de las mujeres. El patriarcado como imposición, la mujer como propiedad del hombre; primero del padre, después del esposo...

Pero a pesar de ser relegadas al ámbito doméstico, apartadas de las artes, de las letras, de la política, y de cualquier forma de creatividad que no fuese la maternal, las mujeres supieron abrir las jaulas impuestas e incorporarse a la sociedad en todas sus vertientes. En marzo de de 1857, centenares de obreras de la fábrica textil Cotton Textil Factory, de Nueva York, reclamaron reducción de la jornada laboral de 16 horas a 10 horas diarias, aumento de salarios y mejoras ambientales. Se declararon en huelga y salieron a la calle para dar a conocer las condiciones insalubres en las que trabajaban. La policía cargó contra ellas y se refugiaron en la fábrica, pero se negaron a trabajar mientras sus condiciones de trabajo no mejorasen. Enfurecidos, los empresarios mandaron poner candados en los portones de entrada y salida de la fábrica para que las obreras no volvieran a protestar en la calle. Tras horas de encierro estalló un incendio que calcinó a ciento cuarenta mujeres. ¿Quién prendió la mecha?

En 1912, en la ciudad de Lawrence (Masachusets) estalló la huelga conocida como “Pan y rosas”; con esas palabras las obreras textiles pedían aumento de salario y condiciones de vida dignas. De esa hermosa consigna surgió el famoso poema de idéntico título que el escritor norteamericano, James Oppenheimse, convirtió en canción popular del movimiento obrero americano.

Hoy, a pesar de haber avanzado en la igualdad ante la ley entre hombres y mujeres, todavía existen muchos obstáculos que impiden a las mujeres ser dueñas de sus decisiones, incluso de sus vidas. Las mujeres muertas a manos de sus compañeros, año tras año, son muchas y la situación no parece mejorar, ya que denunciar las agresiones machistas se convierte en un trámite inhibidor. María Naredo, investigadora de Amnistía Internacional, explica: “Las mujeres están puestas en sospecha desde que entran por la puerta del juzgado. El bulo de las denuncias falsas ha conseguido que las primeras preguntas no estén dirigidas a saber el relato de esa mujer, a escuchar qué le ha pasado y por qué va al juzgado, sino a interrogarlas no vaya a ser que se lo estén inventando. Si la mujer es extranjera las sospechas son dobles, primero se interroga no vaya a ser que ésta lo que quiera son los papeles”. Y los datos dan la razón a María Naredo; en los últimos años, ha disminuido el número de denuncias; no porque hayan disminuido los malos tratos, sino porque las sentencias condenatorias a los maltratadores son escasas. Según la Memoria de la Fiscalía General del Estado del año 2011, de las 65 mujeres asesinadas en ese año, solo dieciséis habían denunciado. Casi todo está en contra de la mujer maltratada, ya que muchas de las mujeres que entran a un juzgado a denunciar terminan siendo denunciadas por sus maltratadores; es una simple estrategia machista para levantar sospechas sobre las “verdaderas” intenciones de la mujer.

Tradicionalmente, el hombre era el que dejaba despreciaba o repudiaba a la mujer, pero en los últimos años se ha introducido una variable y es que cuando la mujer decide separarse del maltratador, el hombre la persigue hasta matarla. En este tipo de hombres el sentimiento de dominio sobre la mujer está tan arraigado que cuando no pueden retenerla a su lado deciden matarla. “La maté porque era mía”, pregona el conocido tango. Y en este perverso contexto, conviene mencionar uno de los muchos casos de feminicidio: SMGA fue asesinada en Málaga, el 15 de febrero de 2011, después de haberse separado de su pareja, tras una convivencia de cinco años y con una hija en común. Tres meses después de la separación, él fue condenado por dos delitos de amenazas y uno de maltrato, pero la condena se suspendió y se conmutó por un curso de igualdad. La pena de alejamiento se encontraba en vigor. La asesinó en la vía pública con un hacha.

En el año 2011, 62 mujeres han muerto a manos de sus parejas (hombres en los 62 casos) y 7 hombres han muerto en el mismo año a manos de sus parejas (dos de esas parejas eran hombres y de las cinco mujeres, una era víctima de malos tratos).

¡La educación!, la educación es lo principal. Sin ella no se conseguirá solventar la lacra social que lastra la convivencia. Cada vez resulta más difícil educar en el respeto hacia el otro en un mundo hostil, competitivo, deshumanizado. Es el dominio lo que cuenta y se reproduce en todos los ámbitos de la sociedad. La erótica de poder; del poder de los unos sobre los otros, del poder del fuerte sobre el débil. Una sociedad marcada por la violencia en todos los ámbitos de la vida social y política se reproduce en el hogar; en él se desatan todas las frustraciones, en él se cocinan todos los gustos y disgustos.

Somos el fruto de nuestra historia, con sus avances y retrocesos, con sus errores y aciertos. La tecnología sirve para muchas cosas, pero no para hacernos más humanos, ni más respetuosos. Es una lástima, porque ahí radica el verdadero avance de una sociedad. Solemos hacer balances del progreso de una nación por el número de teléfonos móviles, por el de automóviles, etc. Pero si no cambiamos los parámetros para medir el progreso, no saldremos de esta espiral diabólica.

Patriarcado y feminicidio: dos caras de la misma moneda