lunes. 29.04.2024

Capítulo 5 Oviedo. De julio a octubre de 1936

BUNKER
Búnker situado en los alrededores de Oviedo, levantado durante el sitio a la ciudad. (Wikipedia)

–Ina, Adolfo, escuchad: ha salido un bando de que se va a racionar el agua. Cada uno tenemos derecho, solo, a cuatro litros de agua al día que hay que ir a recoger en depósitos de suministro. A nosotros nos queda más cerca el que han abierto frente al mercado del pescado. Llevan allí cisternas y se darán con una cartilla personal. Tenemos que llevar los recipientes. –Dijo la madre.– Mari trajo, ya selladas las que nos corresponden en casa. La tuya, la de ella, el de Adolfo y la mío, cuatro en total. Veinte litros. Tenemos que turnarnos, les muyeres, para traerlo.

–Adolfo, tú no irás. No conviene que te vean mucho por la calle. Aunque aún eres muy joven, estás grande y fuerte y pareces mayor. No sea que haya quien quiera acordarse de que estabes con los “pioneros”. Ya quemé tu carnet y todas las octavillas y periódicos que guardabas. De momento, cuanto menos salgas a la calle, mejor —dijo, dirigiéndose a su hijo mayor.

–Yo también iré a por el agua y lo que sea. No voy a quedame encerrau; no creo que pase nada por haber estado en los pioneros. Digo yo que los perseguidos serán los mayores, pero, ¿a nosotros? –respondió Adolfo.

–No digo que te encierres a cal y canto –le contestó Catalina–, pero sobre todo las primeras semanas, ¡cuidado!, que hay mucha envidia y pueden denunciate. Lo dicho: no me gusta contártelo pero lo hago para te lo tomes en serio. – La madre le explicó que sabía que por las noches habían dado vía libre a los falangistas, que sacaban impunemente a la gente de sus casas y, a veces, los cuerpos, amanecían junto a les tapias de los cuarteles y del campusantu, muertos a tiros y con señales de haberles dado palizas antes. Incluso lo habían hecho con gente poco significada en política. Continuó, ya dirigiéndose a todos–. Casi ha sido mejor, al me- nos de momento, para algunos de los más conocidos que les detuvieran la propia policía. El primer día arrestaron a dirigentes de UGT y de la CNT, también a Leopoldo Alas, el rector de la Universidad, el hijo de Clarín. ¡Ya ves tú!, que nunca hizo daño a nadie y se dedicó siempre a leer, escribir y enseñar. No han soltado ni a la muyer del alcalde ni a la del presidente de la Diputación, que siguen en la cárcel. Pero igual, si no los llegan a detener, a estes hores hubieran aparecido asesinados por esas partidas nocturnas que son peor que la güestia con su gadaña. Digo todo esto porque ya sois suficientemente mayores para saber la verdad y lo que está pasando; para que andéis con pies de plomo y para que tú, Adolfo, no te andes con machaes. Pero de todo esto ni una palabra fuera de casa, que sepáis que no hablo de oído, uno de los asesinados es el marido de Julia, mi compañera de taller de costura. O sea, ya veis que la cosa no está para bromas.

–El caso ye que, con cuatro litros, da para beber y poco más sin desperdiciar una gota –cambió Ina de tema volviendo al problema del raciona- miento–. No podremos ni lavarnos.

–Lord también tiene que beber y para los perros no hay cartilla. –Se preocupó Adolfo.

–Tendrá su ración, no os preocupéis –les tranquilizó la madre–. Haremos igual que con la comida; por muchas estrecheces que tengamos siempre habrá algo para que coma.

Lord levantó la cabeza mirándoles como si supiera que hablaban de él. Su sitio era a la entrada de la cocina por la parte de fuera; sabía que dentro no debía pasar. No trasteaba mucho, su edad le obligaba a dormitar bastante, además se le notaba tristón desde que faltaba Tino, que era con quien más jugaba; aunque se sabía atendido y querido. A veces miraba hipnotizado a la mesa de la cocina. Era una mesa-panera; el tablero se levantaba de un lado, soportado sobre las bisagras del contrario y debajo tenía un cajón donde se guardaba el pan, harina de maíz y otros cereales. De allí sacaban y le daban, de vez en cuando, un trozo de pan duro que le sabía a gloria.

–Y menos mal que, aunque los milicianos cortaron los suministros de agua, el depósito grande quedó dentro del cerco; si no, ni para beber. Se hubiesen tenido que rendir –dijo Adolfo aprovechando el comentario para no seguir insistiendo en lo de salir, a sabiendas de que sería peor y la prohibición taxativa, si seguía llevando la contraria a su madre.

–Más valdría –contestó Ina–. Estaríamos ahora en zona republicana y podríamos ir a recoger a Tinín. Espero que allí los guajes si tengan comida y bebida.

–De momento aquí la comida escasea, pero algo hay. Debían de estar llenos los almacenes porque aún se encuentran algunes coses. Aunque falta carne, sobre todo, pero mucha huerta quedó dentro del cerco y vaquerías también.

plano oviedo

La línea gruesa representa las posiciones de julio de 1936. Tras la ofensiva republicana de octubre se situaron en el entorno de la línea de puntos. Autor: Adolfo Fernández Pérez. “El comandante Mata: el socialismo asturiano a través de su biografía”.
Madrid: Fundación José Barreiro. Editorial Pablo Iglesias, 1990.

Desde finales de julio y mediados de agosto los combates en Oviedo fueron posicionales, sin variaciones importantes. Todos los días había intercambios de disparos de armas ligeras y de obuses. Las milicias republicanas se concentraron en acabar con la insurgencia en Gijón, donde estaban atrincherados en el cuartel de Simancas y en algunos puntos del puerto. Aranda aprovechó para ocupar posiciones elevadas alrededor de Oviedo.

Una vez que los milicianos acabaron, el 16 de agosto de 1936, con los focos sublevados de Gijón, se dirigieron a reforzar a los compañeros de Oviedo; pero allí se encontraron con que la iniciativa de la defensa la llevaban con ventaja los golpistas, así era en las fortificaciones y en toma de cotas altas. Durante los siguientes dos meses el comba- te arreció, los milicianos fueron empujando y tomando las posiciones elevadas. Las defensas exteriores de Aranda estaban situadas en cuatro puntos primordiales: la Cadellada, donde estaba el hospital psiquiátrico. Otro en el depósito de agua, que era doblemente estratégico, ya que de él dependía la mayor parte de la que podían disponer. El cementerio, además de ser una tercera localización defensiva, su tapia era mudo testigo de los asesinatos nocturnos de personas supuestamente de izquierdas. Por último, la colina del Pando, que confrontaba con el paraje de Villa del Prado, batido por el fuego de ambos bandos.

Los cuatro puntos estratégicos fueron cayendo en manos de los milicianos. Hubo una quinta “altura” que no fue tomada, aunque sí neutralizada: la torre de la Catedral, donde se instaló un nido de ametralladora.

Portada JPGMuchos de los asaltantes fieles a la República eran mineros que compensaban los desconocimientos del arte militar con un empuje a prueba de balas. Algunos de los líderes, convertidos en suboficiales, dieron pruebas de un talento natural para la táctica y estrategia militar. Se hizo famoso Celestón el Topu, uno de  los líderes mineros. Y algún artillero improvisado adquirió renombre por poner el obús donde ponía el ojo. Uno de los tiros fue de tal precisión que desmochó la torre de la catedral, donde se situaba el nido de ametralladora de los sublevados, sin afectar al resto de la torre. Luego la propaganda derechista les acusaría de haber querido derribar la catedral; aunque más bien pusieron cuidado en lo contrario. A partir de ese momento y por otros disparos de ese artillero, su cañón fue bautizado “la Leona”, que era la denominación de la pierna más goleadora de Lángara, el delantero del Real Oviedo y pichichi de la Liga de ese mismo año. Aunque la catedral sufrió daños importantes, lo extraño es que los cien mil impactos de artillería y miles de bombas de aviación que cayeron sobre la ciudad, no la redujesen a sus cimientos, si no fuese porque procuraron evitarlo.

Mari andaba rápidamente sorteando cascotes, agujeros de obuses y fachadas que yacían en horizontal. Algunos edificios conservaban prácticamente su estructura, solo que ésta reposaba en la calle; parecían haber sido planchados al suelo; los huecos de ventanas, las forjas de los balcones en los que podías asomarte a la nada del empedrado. Aprovechaba esa hora en la que disminuía el intercambio de disparos. Había conseguido unes fabes ya resecas y llevaba, como siempre que podía, una parte de ellas a casa de Feli. Aceleró el paso aún más, hasta que sus ojos le confirmaron que el edificio de la calle Independencia mantenía la verticalidad y no se apreciaba daño en él.

–Hola Feli, hola neños, ¿Qué tal Bernardo? No pensé que estarías aquí

–saludó Mari.

–Aproveché un rato que me quedaba de ir de un sitio a otro llevando mensajes y vine a descansar –contestó Bernardo.

–Qué bien te lo montas; en todos estos meses de guerra has conseguido no estar en una sola refriega. –lo miró, socarrona Mari, haciéndole rabiar.

–Eso lo dirás tú –respondió ofendido–. Además, ir de mensajero es más peligroso que estar en un combate.

–¡No, si yo prefiero que no te arriesgues!, solo faltaba que los niños quedaren huérfanos –y se giró hacia los demás para no darle pie a contestar.

–Aquí os dejo estes fabes. Dejadlas por lo menos un día entero en agua que están muy seques.

–Y vosotros –Feli se dirigió amenazante a sus hijos– ¡Que no paráis! ¡Cuidado con tirar el pote! Lo malo no es que se caigan les fabes, que se pueden recoger, sino que se pierda el agua, con lo poquísima que tenemos. ¡Mira: Lo voy a poner en alto para evitar riesgos, que me tenéis desesperada!

–¿Bueno hermana, entiéndelos! Llevan encerrados en casa ni se sabe y son chiquillos. Lo normal es que estuviesen corriendo y jugando en la plaza y, los probes, tienen que quedar aquí dentro. –De nuevo tomó la palabra Bernardo–. Para que veas que no me lo tomo a mal; llévate un chusco que me dieron en uno de los cuarteles por los que pasé. También estos pasquines de falange que cuentan las barbaridades que están cometiendo los rojos. ¡A ver si os vais reeducando con estas cosas, que falta os hace!

-¿Y los azules no hacéis barbaridades? –dijo Mari–. Acaso crees que la gente no sabe lo que pasa desde que anochece hasta que amanece.  Al final va a haber más fusilados que muertos en combates, y eses probes muyeres en la cárcel. Sólo por estar casaes, una con el alcalde, otras con concejales o algún otro cargo republicano. ¡Y los fios!, ¡allá se las compongan! Menos mal que el que no tiene familia tiene amigos o vecinos que todavía no perdieron la humanidad.

-Calla Mari –dijo Feli–, que comprometes a Bernardo. ¡Cualquiera que te oiga! ¡Porque estamos en familia!

–¡Claro! Ya solo faltaba no poder hablar en familia –dijo Mari mirando fijamente a Bernardo–. A ver si creéis que soy boba para ir diciéndolo por ahí. Pero a todo esto, ¡tanto llevar mensajes!; por lo menos sabrás qué piensan hacer. Porque ahora sí que están en las últimas, en las primeras casas del casco urbano ya están combatiendo cuerpo a cuerpo. ¿Hasta cuándo podemos estar sin agua y sin comida?

-Y con poca munición y combatientes –dijo Bernardo–. De tres mil defensores no creo que quedemos más de quinientos. Pero estamos aguantando en las últimas porque sabemos que, desde Galicia, están avanzando los nuestros abriendo un pasillo. Han entrado ya en Asturias y avanzan hacia “Grao”.


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Capítulo 4
Pisaré sus calles nuevamente
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 5 Oviedo. De julio a octubre de 1936